jueves, 31 de marzo de 2011

VIENE, VIENE, NADA LO DETIENE







No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,

vacilante, extendido, tiritando de sueño,

hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,

absorbiendo y pensando, comiendo cada día.


Pablo Neruda







Y viene, cae del cielo, encendiendo las nubes con el resplandor de su aurora; tremendamente envolvente sobre los cielos y los mares, socavando el sol, enterrando cualquier reminiscencia de otra luz: estrellas, luna, sol, fuego; todo es oscuro comparándolo con su fulgor. Sus hilos se me pegan, viscosos, en una substancia incolora pero radiante, invisible pero incandescente. Son como miradas sin obstáculo, sin resistencia, atravesando propiedades y distancias hasta que los percibo, o las percibo. Desconocido es, desconocido para mí. Al parecer es una señal del inminente final, algún mensaje, alguna evidencia que lo anuncia. Enciende los cuerpos, carcomiéndolos hasta las cenizas. Respirado por las heridas; cubiertas de pasto, polvo, sangre y pegamento industrial; los hombres luchan por sobrevivir, tal vez con más ahínco que cubrirse los genitales con tela, de cualquier forma, todo es conflagrado y vuelto ceniza, polvo, partículas diminutas que terminan por unirse al viento y desaparecer en el horizonte. Es interesante observar sus poros, expirando vapores rojos, como aerosoles, empujados a miles de kilómetros por segundo. Seguramente su sangre hierve y lucha por salir, sin que la carne tenga oportunidad de contenerle, sin barrera encuentra la salida más próxima. Es una policromática melodía, esos gritos, esos llantos, junto a sollozos y quejidos, diciendo que el dolor les recorre sin detenerse. A mí no me pasa nada, ni la cuenta regresiva de la muerte, ni el ardor siento. ¿Será que estoy muerto? Acarician las cenizas de sus brazos, piernas, rostros, y ojos caídos. Han perdido el control y todo se quieren llevar. Hombres; antes despreocupados; ahora claman por aferrarse a su existencia, efímera, pobre, sentimental. ¿Por qué ansían estancarse en la ilusión de los objetos? Todo se termina, todo queda atrás. Insuflan, espiran, aúllan, gimen. Pantomimas risibles destraban con las piezas que les cuelgan de sus cuerpos. Me hablan, me piden ayuda, o al menos eso creo, no puedo saber si sólo dirigen su voz a cualquiera que les escuche. Conocidos míos, ninguno; interés por curarlos, inexistente. Pueden hablar y gritar lo que deseen, de cualquier forma, nunca fui uno de ellos, tal vez en años anteriores, años en que deseaba, momentos en que me acongojaba, pero ahora, mientras cae y se acerca, me desvanezco para fundirme con el viento. Volando, en una etílica nebulosidad, recorro las lápidas, los edificios, los parques, las aceras, los cultivos, las fábricas, las casas y los bares, destruyendo recámaras y mujeres, niños y juguetes. Sobre las azoteas afilan sus miradas, clavando su sorpresa al verme. Una pequeña, llamada Pikipiki por su tío, parece reconocerme: “No me destruyas, no me destruyas, pues aunque desaparezca, muera o enferme, mis padres me amarán”, me dice. Perfecto, entonces que te amen. Y al acercarme, grita con lo poco que le queda de voz: ¡Ángel de muerte!

1 comentario:

  1. Hermosa la nena y la manera en la que escribes. Me encanta leerte.

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