Querer y odiar,
solemnes palabras unidas con sangre.
Adorando el futuro y el
pasado,
brota el final de la
vida, el fin del hambre.
El inicio y el fin en
un mismo paso.
Suspiro pequeños
momentos de mi ayer soberano.
Te vas convirtiendo en
recuerdo,
lo inútil de lo que no
es cercano,
de las palabras tuyas
antiguas, en un recado.
Beber y fumar, actos
sublimes de mi soledad.
Vuelve la mente a un
diluido ayer,
donde crece un río, con
gran tempestad.
Un trueno que te invita
conmigo, para ir a comer.
II
Entonces, ¿por qué
dices que sí a mis elogios,
que una limonada
bastará para los árboles,
o que te marque para
ponernos de acuerdo?
Es una infame
palabrería de un enredo.
El fuego flota y el
humo desciende hasta mi espíritu.
Y tú, contenta con la
distancia que corre,
la que dispara tus
flechas de ausencia.
Me corroe, me mata, me aniquila
tu perfume.
Vuelve por el camino
que te vio partir,
y dime lo que creo
querer escuchar:
Que el odio no se une
con querer,
y que sin querer te
fuiste sin mirar
atrás, a mí, a la
película que habremos de filmar.
Una canción remota has
de silbar caminando.
Eres el cuerpo del
tiempo,
el anillo en mi dedo,
el deseo de mi andar.
Soy el imán del
silencio, y los sonidos continúan.