En las vetas de la tierra se fundó su
destino.
Antes de alba desperté con la intensión de
hallar tu camino.
Yo era un ritmo sin cuerda,
eco perdido en la innumerable marea del
tiempo.
Partí, colocando un Mala en mi muñeca de
vidrio
mientras la noche se descorría para volver
a soñar.
Pasaron sinfonías durante el asfalto
hasta que en una meseta ascendí a las
nubes.
Dentro de la niebla me rodearon las
angustias,
y cada sentir era extranjero como yo en el sitio.
Jamás estuve tan cerca de la lejanía.
A mi derecha se alzaba la estrella para
contemplarme,
y cerca del corazón sostenía las tinieblas
hasta el momento de volver al nido.
Sin conocer el camino transité hacia donde
tu sueño despierto habitaba el oro y el
cobre,
las grutas en el suelo extinto, las minas
de estrellas
en cavernas de agua con estatuto abandonado.
La carretera solitaria, vida de incontables
muertes,
es hálito que amaina cuando se descorre
bajo los pies.
De guía mi instinto, de mapa el sentir.
Sólo me escoltaron las latitudes de mis
ancestros,
numerando la distancia entre un vacío y la
esperanza.
El sol ascendía a su campo de juego
y yo entraba, lento, en la montaña solemne.
Era ahí donde centinelas me vieron abrir mi
cuestión:
¿Qué color tiene la casa del fuego?
La respuesta del monte fue que los
galardones cernían
alrededor del cofre en que la chispa
amanece.