Esta ocasión quiero hablarles de la libreta de apuntes que
llevé durante mi estancia en Le Petit Paris. Correría el año de 2012, entre
febrero o abril. Por aquellos tiempos apenas empezaba a pernoctar en el sitio
en donde deseaba continuar escribiendo a destajo sin interrupciones, lo que
tiempo después se vería fue demasiado difícil, pero lo que estamos por tratar
es sobre esa libreta.
Tengo un amigo poeta, al cual por esos tiempos empezaba a
frecuentar y se volvió un amigo. Hablábamos de escritura, la vida, los amores y
el desarrollo de la vida hasta los puntos en quela habíamos recorrido. Era de
noche, quizá alguna otra persona nos acompañó por un periodo pequeño que no
interrumpiera nuestra plática. Tabaco y alcohol se fue consumiendo mientras
adentraba la noche, y las latitudes de las palabras abarcaron la circunferencia
de las emociones. Recuerdo que por ese entonces la computadora en la que
escribía estaba descompuesta, comentando esto al poeta. Mi principal
herramienta me dejaba a medio camino entre idea y hecho, lo cual significaba
una batalla ante la cual no tenía cuartel por estar desacostumbrado. La Mayoría
de mis ataques se presentaban en computadora, y no lograba avanzar en las ideas
que surgían de tanto en tanto. Él lo tomaba como cualquier amigo que escucha,
el que comprende, el que recaba la información que se le dirigía. Así transcurría
la noche, hasta que se desvanecía la fuerza de mi alma, que ansiaba descanso.
En un momento dado fuimos a repostar energía, que no era la suficiente y me
dijo: Levante el cofre y saqué un libro de los que traigo atrás. Lo realicé y
al tenerlo en manos, observaba una especie de libro a media carta envuelto en
celofán. No contenía nombre o títulos,
sólo las imágenes de rostros femeninos.
-¿De quién es?
-De varios autores.
-¿De qué trata? ¿Poemas, novela, cuento, o qué?
-Luego verá.
Así, tomé el libro que me obsequiaba y retomamos el influjo
de la plática.
Momentos después nos despedíamos y me retiré a mi casa,
ubicada lejos del sitio en donde me refugiaba en soledad, rentado para
permitirme escribir sin distracciones. La mañana siguiente como todas las mañanas
que se han experimentado tras pláticas entre amigos que usaron el combustible
de la hermandad fulgurante del alcohol y la afinidad, alargaba la mano hasta el
libro envuelto en celofán, tomándolo y abriendo la envoltura de aquellas ideas
desconocidas. A este punto quiero recalcar que en ese entonces era la persona
con quien más hallaba afinidad al hablar de letras y de la vida, por lo que
esperaba encontrarme con autores que él había percibido requería para ayudarme.
Tal vez alguna historia que describía las cartas o las libretas como lo
principal para plasmar ideas, algún poema de los que tanto nos hermanaba.
Rompía el celofán, para luego abrir el libro, y repasar sus hojas. Fue donde
descubrí que todas y cada una tenía una superficie uniforme en blanco, las
pastas no dilucidaban nada más allá que los rostros femeninos en tono blanco y
gris. El libro o libreta, estaba totalmente en blanco, y fue donde comprendí su
mensaje: Esta libreta es para que escribas a mano las ideas que normalmente
escribes en computadora. Aquí hazlo, si no tienes en donde.
Y en esa libreta plasmé por 7 años lo que en aquellos
departamentos me vino a la inspiración.