Por entre las nubes vaga un beso
de tu boca dulce y enamorada.
Mi lengua pide un poco de rocío, de lluvia;
pide toda la miel desde tu boca.
Eran la piel, tu voz y tu aroma
un susurro reunido en mi oído.
Así como el vuelo de las golondrinas
vino en otoño la noticia de tu vida.
Mariela del mar y de niebla;
mi corazón marchito anida en tu cama.
Puedo irme o ser contigo
las cuatro estaciones que me quedan de
espíritu.
cubrías los pies con mi manto de agua,
sentías el rumor inquieto de mi palpitar
por estar cerca de lo que amo.
Los días y las noches me han visto
buscar en las piedras, el río, la calle
una señal de tus pasos perdidos.
Fugitivo del tiempo
las cadenas de la distancia me impiden
liberar el salvaje canto de mi melodía.
A media noche despierto;
carece mi lecho de tu cuerpo,
van mis pesadillas en pos de ti
y tú olvidas que aguardo por verte.
II
Fue este insomnio a diluirte, a besarte
a continuar bebiendo los minutos sin
tenerte.
Cada minuto sin filo se hunde, me hiere;
es inútil pretender que no duele.
Creí ver que de madrugada apareciste;
y pensé en mi sueño delgado y triste.
III
He tropezado con tu ausencia,
Mariela de violetas y tierra.
Me dijo lo que ya sabía:
El mañana nunca llega.
Se conflagra tu recuerdo
sobre las llamas del pasado.
No es dolor sino algo más insano
continuar en ti pensando.
¡Hay, vida, porqué existe la distancia!
Acaba con el dolor, conmigo;
termina el mar del castigo,
de vivir doce meses sin mi abrigo.
IV
Hoy, como siempre
-el siempre de los días contados
que no cuentan sino los aislados-
se rasgó la noche en mi vientre,
en mi oído, en mi muñeca;
y aún así no vino a mí la muerte.
Pedí un trago tras un tango,
pues ni carta o mensaje con tu nombre
quiere hoy venir a decirme
con quién duermes si no es conmigo.
Sólo veo cómo me llama
un conocido e inerte amigo.
Hoy, como siempre
-del siempre que contamos los mismos-
han llorado mis lágrimas
del flujo constante de extrañarte.
V
En tu roce va tatuada mi memoria
con el luto de quien ama y no tiene,
no halla, ni encuentra
la persona que ama.
Diré que cada paso conoce mis pies,
y que la senda se dirige contigo.
En mi interior, a media luz
Mariela dice adiós
con la mano sobre el hombro.
Y como huérfano que va con su madre,
abro los ojos para ver que no estás.
Era tu nombre, y yo,
en mi interior plenamente oscurecido,
decía tu nombre: Mariela.