domingo, 20 de marzo de 2011

Inicio de Un té

Son las 6:42 am del domingo 20 de Marzo mientras comienzo a escribir esto. He tenido un episodio que quiero contar. Ayer, sábado, fui a las 3:00 pm a la boda de una querida amiga. Fui solo y me la pasé conversando con el padre del novio sobre su asociación de socorristas. Era una plática un tanto atractiva, pero en mi interior varias decisiones y atenciones me alejaban de las palabras. Tendría un viaje a Guadalajara, saldría a las 11:30 pm. Pues bien, a las 6:00 pm me despedía del señor y de mi amiga, la cual, junto a su esposo, dijeron que no era bueno, porque me veían en mal estado. Ahí recordé que casi medio litro de tequila bebí, pero, como en muchas otras ocasiones, pensé que podría continuar mis labores. A las 5:10 am, del domingo, desperté en mi casa. Lo primero que pensé fue en que no me fui y falté a la cita que tendría hoy, más tarde. No sé qué pasó, pero he venido a casa de mi papá a informarme y sucedió algo así:
Al salir de la boda, sus sentimientos encontraron el cobijo del olvido. Maquinalmente, sin lograr acercar su espíritu al cuerpo, las velocidades y los movimientos sobre el volante acercaron su presencia hasta el lugar donde dejó las maletas. Vestido de traje, con corbata amarilla de seda y zapatos lustrados, pensó en cambiarse por algo más casual para su viaje. Llegó a la casa de su padre y todo se desfiguró. Había esperado más de un año por realizarlo, y ahora tenía los boletos preparados. Las respuestas y todo lo que sintió un año antes pondrían una razón de ser. Las cartas, El Gran Amor de los Muertos, los cuentos, las llamadas y mensajes, serían iluminados por la presencia de la otra parte que los alimentó. Dentro, él percibió que la conciencia se iba desvaneciendo poco a poco, no como un anochecer, sino intermitente. Veía los coches, las personas, los semáforos… hasta que despertó. Ella estaría esperándolo en la Basílica de la soledad, pero él jamás llegaría.
Sólo me la paso pensando en que me duele, me incomoda, el hecho de no haber dormido en el lugar que reservé, pues es frente al Parían, un lugar donde acudí hace meses con dos amigos, y está situado en Tlaquepaque, que es… ¿cómo describir la esencia de las calles, fachadas, música, del lugar que me alegró debajo de mi escafandra de penumbra? No pude estar recorriendo esas calles, y los planes se diluyeron por mi embriaguez que me situó sin playera a recorrer las calles de Durango. La imagen, que percibo, no me gusta. El dinero perdido no me importa, pero ahora, que lo pienso… ¿Por qué?
Veo el amanecer en Durango, y no estoy en Tlaquepaque. ¿Saben lo que es sentir que lo que te gusta no está contigo y que fue tu culpa? Por eso he decidido dejar de tomar, ya no seré el mismo, lo sé, o al menos no tomaré tequila y seguiré con el vino; de ese sí puedo tomar hasta tres botellas sin que suceda esto. De hecho, maté a André Lovedy en Día y Hora, pero mi André interior se ha vengado.
Ahora sigo escuchando en mis audífonos Kings of Leon, y de nuevo pienso en lo que se fue. Me refiero a que mi estancia allá, mis amigos, la persona que me los recomendó, la tienda de discos donde los escuché por primera vez y que no me quitaba de ahí hasta escuchar el disco por completo… Tlaquepaque… todo se desvaneció… ahora… Mariela… Martha… “Tienes el mismo nombre…”. Es como si estuviera viviendo el capítulo final de El Gran Amor de los Muertos.

Voy a encender todo. El dinero, los boletos, la adrenalina, todo se conflagrará y haré que mi cuerpo vaya a Guadalajara, aunque sea por horas, pero debo ir, escuchando Kings of Leon en el camino, sólo pienso, ahora, en que, aunque he hecho algo similar antes, puede que no vuelva de ese viaje… lo prometí y debo cumplir.

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