Son las 6:42 am del domingo 20 de
Marzo mientras comienzo a escribir esto. He tenido un episodio que quiero
contar. Ayer, sábado, fui a las 3:00 pm a la boda de una querida amiga. Fui
solo y me la pasé conversando con el padre del novio sobre su asociación de
socorristas. Era una plática un tanto atractiva, pero en mi interior varias
decisiones y atenciones me alejaban de las palabras. Tendría un viaje a
Guadalajara, saldría a las 11:30 pm. Pues bien, a las 6:00 pm me despedía del
señor y de mi amiga, la cual, junto a su esposo, dijeron que no era bueno,
porque me veían en mal estado. Ahí recordé que casi medio litro de tequila
bebí, pero, como en muchas otras ocasiones, pensé que podría continuar mis
labores. A las 5:10 am, del domingo, desperté en mi casa. Lo primero que pensé
fue en que no me fui y falté a la cita que tendría hoy, más tarde. No sé qué
pasó, pero he venido a casa de mi papá a informarme y sucedió algo así:
Al salir de la boda, sus
sentimientos encontraron el cobijo del olvido. Maquinalmente, sin lograr
acercar su espíritu al cuerpo, las velocidades y los movimientos sobre el
volante acercaron su presencia hasta el lugar donde dejó las maletas. Vestido
de traje, con corbata amarilla de seda y zapatos lustrados, pensó en cambiarse
por algo más casual para su viaje. Llegó a la casa de su padre y todo se
desfiguró. Había esperado más de un año por realizarlo, y ahora tenía los
boletos preparados. Las respuestas y todo lo que sintió un año antes pondrían
una razón de ser. Las cartas, El Gran Amor de los Muertos, los cuentos, las
llamadas y mensajes, serían iluminados por la presencia de la otra parte que
los alimentó. Dentro, él percibió que la conciencia se iba desvaneciendo poco a
poco, no como un anochecer, sino intermitente. Veía los coches, las personas,
los semáforos… hasta que despertó. Ella estaría esperándolo en la Basílica de
la soledad, pero él jamás llegaría.
Sólo me la paso pensando en que
me duele, me incomoda, el hecho de no haber dormido en el lugar que reservé,
pues es frente al Parían, un lugar donde acudí hace meses con dos amigos, y
está situado en Tlaquepaque, que es… ¿cómo describir la esencia de las calles,
fachadas, música, del lugar que me alegró debajo de mi escafandra de penumbra?
No pude estar recorriendo esas calles, y los planes se diluyeron por mi
embriaguez que me situó sin playera a recorrer las calles de Durango. La
imagen, que percibo, no me gusta. El dinero perdido no me importa, pero ahora,
que lo pienso… ¿Por qué?
Veo el amanecer en Durango, y no
estoy en Tlaquepaque. ¿Saben lo que es sentir que lo que te gusta no está
contigo y que fue tu culpa? Por eso he decidido dejar de tomar, ya no seré el
mismo, lo sé, o al menos no tomaré tequila y seguiré con el vino; de ese sí
puedo tomar hasta tres botellas sin que suceda esto. De hecho, maté a André
Lovedy en Día y Hora, pero mi André interior se ha vengado.
Ahora sigo escuchando en mis
audífonos Kings of Leon, y de nuevo pienso en lo que se fue. Me refiero a que
mi estancia allá, mis amigos, la persona que me los recomendó, la tienda de
discos donde los escuché por primera vez y que no me quitaba de ahí hasta
escuchar el disco por completo… Tlaquepaque… todo se desvaneció… ahora…
Mariela… Martha… “Tienes el mismo nombre…”. Es como si estuviera
viviendo el capítulo final de El Gran Amor de los Muertos.
Voy a encender todo. El dinero,
los boletos, la adrenalina, todo se conflagrará y haré que mi cuerpo vaya a
Guadalajara, aunque sea por horas, pero debo ir, escuchando Kings of Leon en el
camino, sólo pienso, ahora, en que, aunque he hecho algo similar antes, puede
que no vuelva de ese viaje… lo prometí y debo cumplir.
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