-Haces que todo tenga sentido…
es como en el concierto.
-Lo recuerdo, así como tu
pregunta sobre el kilo de viento. Sé que no era así, literal la pregunta, o el
sentido que quisiste darle.
-Las explicaciones sobran
cuando se conocen los motivos y las personas- expresa él en palabras
ajenas, aventando su memoria al momento en que ella le enseñó esa frase.
Aquella tarde se encontraba en
uno de los cafés frecuentados en la ciudad donde vive. El lugar era similar en
su arquitectura colonial a la ciudad donde la conoció. Ahí las puertas de baños
tenían dibujadas en la superficie una llave y una cerradura para diferenciar el
género de cada habitación. Los meseros le sirvieron té de menta y espresso
cortado. Desde el concierto de Mahler añadió la leche a su dieta; le recordaba
la soltura del habla en la joven y la piel nívea de que su tacto se prendó.
Sentado en el patio del local bajo la sombra de los edificios de al lado y de
un parasol, observaba de soslayo las paredes con dibujos coloridos sobre temas
históricos de la ciudad, incluyendo el lago con dos cisnes blancos, uno negro,
y al hombre de gabardina oscura alimentándolos. También vio enredaderas
creciendo en torno a la cantera con sus arcos bien definidos. Ese día llevó su
computadora portátil y; no lo olvidaría jamás; era mayo. Así, al beber el
primer sorbo de la tarde de su espresso cortado, por la computadora ingresó en
un reino ambiguo donde los lapsos del tiempo y espacio se alargan o acortan a
voluntad. Al encontrarla le habló, iniciando con un cómo estás. Pero
ella realizó un movimiento a kilómetros de distancia que les permitía
observarse y oírse de cerca. Tras conversar un par de horas y que ella dijo la
frase, tuvo que partir; dentro de su espíritu una inquieta sensación familiar
lo llamó para refugiarse en su caverna preferida, donde los fantasmas rondan
libres, le hablan, lo escuchan. Al salir, por fuera del lugar miraba el
movimiento ondulante de los faroles, sostenidos por una delgada cadena en la
fachada del café, y los rayos traviesos de luz evadidos desde joven. El oscilar
provocado por el viento fue como las ondas que el vestido color perla realizó
al alejarse del teatro; descendía ella por las escalinatas de cantera con rumbo
a casa; cuando de pronto volvió a su lado sólo para decir: Esto no se acaba
aquí. Él quiso acercarse, detenerla, preguntar a qué se refería con “Esto”,
pero la vio partir de nuevo sin lograr cuestionarla. Y al retirarse del café,
con los faroles iluminándole la espalda, deseó que la helada y húmeda soledad
durante esa noche de tormenta bajo el influjo del vino se convirtiera en una
noche cálida escuchando el rumor de gotas de lluvia al chocar contra las
superficies del mundo, donde contaría en silencio que la admiraba, y donde la
embriaguez se debería al sentimiento de ser acompañado por la persona que no
pide nada, la que no espera nada y se siente plena con ser ella misma sin
cambiar al otro.
-¿Cómo te fue en el desfile?-
pregunta ella, y su voz se traspone al trino de un cardenal que revolotea
encima de su cabello castaño.
-Todo salió mejor de lo
planeado, pero la verdad es que nunca planeo nada. Así se debe proceder en la
vida; sin planes.
-A la próxima te juro que iré.
Me subo a un avión y estaré ahí para criticarte.
De pronto, resuena la contienda entre metales en una campana superior de la torre izquierda de la Basílica, y ella va en su mente a las veces que por medio de una pantalla se acercaron durante los meses anteriores.