Noche del alma (novela)







NOCHE DEL ALMA



Karlo Toreles














“Solo, ¿a dónde va uno en la oscura noche del alma?”
                Pregunta de Bill Zehme a Frank Sinatra




“Tú no ves lo que eres, sino su sombra.”
Rabindranath Tagore











1



Bajo este cielo estrellado, bajo las constelaciones y cometas, contempló la noche para encontrar la divinidad. Todos hablan de él, pero nadie lo conoce. Ha terminado de beber un litro de leche como cena. Mitra no se enferma con regularidad. Lo más cercano a una enfermedad ha sido una resaca. Tiene como herencia la salud; eso se dice a él mismo. Su abuela falleció de pronto, sin aviso, sin pasar por dolores. La abuela le dijo tres días antes de que él se fuera a otra ciudad para estudiar: Aléjate de la hoja que cae sin viento. Sus palabras tenían un significado, pero no lo supo en ese instante. Aún ahora, tres años después, no lo comprende. Fue extraño, pero se pasó el día entero del funeral escuchando la radio. Lo advierte ahora, en que suena el himno nacional, anunciando el término de la señal de radio. Guardarán las cabinas, los teléfonos, los discos, los micrófonos y a los locutores. Mitra piensa en detener su mente en algo preciso y no logra hacerlo. Se mantiene frente a su computadora portátil, sentado en su cama. Así llama al colchón con una cobija en el suelo. Entra en internet, a su correo. Desde ahí envía la pregunta a todos sus contactos:
“¿Qué es la hoja que cae sin viento?”.

Es fácil reconocer cuando se despierta. Pero es raro despertar por la noche y recordar que se durmió en la noche, sin pasar consciente por el día. Así está él. Hay una canción que le agrada escuchar, es de Norah Jones, se llama Come away with me. Es la que suena desde la radio. Se detuvo de salir a la calle. Prefirió quedarse en casa. No se le antojaba nada. La noche anterior, recuerda, mandó la pregunta de la abuela para que la respondieran sus contactos. Esta noche lo embarga la misma sensación, cae en el sueño, y un resquicio de sonidos le llega desde la radio.

Frenético; dice la canción de tango que escucha Mitra donde está. Sea la noche o una tarde lluviosa; un lugar para colocar espíritu y cuerpo. Mirar en derredor es encontrarse con extraños, aunque sea un lugar familiar, pero esperando. Definitivamente no es la compañía, sino un lento aspirar el cigarro; escuchando cómo se va encendiendo el tabaco; un corto trago de cerveza, mientras el tiempo transcurre. Llevar libreta y pluma siempre ayuda a captar las ideas pasajeras; piensa Mitra. ¿Si se supiera contener… una idea por decir? ¿Cómo expresar el vacío y la ausencia de lo que se desconoce, queriendo que llegue?, sigue pensando. Su padre le dijo una vez que las personas llegan y se van en un tiempo inestimado. Mitra se dice: ¿Y las cosas? Pues hoy soñé con quien, confieso, fue la persona, la mujer, la joven que dio un motivo a la existencia. No ha sido la única, pero a ella la recuerdo tan normal. La que no gusta de personas alcohólicas; la que huye del tabaco; la que conoce lo que significa el apoyo de la familia; quien ha sentido el éxito de sus logros; la que con diecisiete años puede jactarse de ser tan madura e inteligente como la más experimentada; la que es visitada por la angustia en su tibia cama; quien sufre en ocasiones contadas la melancolía en compañía de seres queridos; la que vive con las preocupaciones de las personas con hogar y coche; la que puede tener la seguridad que infunde el meter la mano en la cartera para extraer un billete, y no sólo pelusas. Esa es ella, muy diferente de mí. El haberla soñado tal vez me empujó a dormir más de doce horas.
Mitra siente que su padre olvidó explicarle el significado de las respuestas que no tenían preguntas; al menos no antes de que su padre diera esas respuestas. Al igual que en él, supone que su abuela lo quiso alejar de pesares. Pero sin querer, o tal vez queriendo; pues eso piensa Mitra; lo hacían pensar en cuál es la pregunta que debió haber formulado. ¿Qué pasa con las cosas que vienen a la mente sin previo aviso? ¿A qué se refería su abuela con que se alejara de la hoja que cae sin viento? Mitra sabe que el quid es precisamente ese: Que lo responda por sí solo.
Ha perdido la cuenta de las cervezas y los cigarros, pero aún no siente la intoxicación. Simple; cuando se siente el hambre, la pobreza, el silencio, es fácil superar lo que venga, y el vicio es lo principal.
Ahora las pequeñas gotas de lluvia caen sobre su mano desnuda y la hoja de papel en la libreta; la que pudiera ser mi mano y esta hoja. La canción que escucha es en portugués; las colillas descansan en el cenicero, y es el único en el patio trasero del café Amanecer.
Iluminado por cuatro focos, quiere presenciar el milagro de la caminata de un hombre por la calle, que errando se encuentra con su musa; con quien ha sentido el hambre; quien entiende el vicio; quien sabe decir groserías; quien puede hacer que el hombre sienta su ser con el simple estar ahí. Queda una hora para la media noche, el instante en que más despierto se siente. Se acerca el mesero: Claro, la cuenta nada más; le dice Mitra con una señal de mano. El mesero se aleja con el mandil negro y su playera amarilla, con un estampado al frente de un grupo de rock.
Las nubes se van difuminando en un color anaranjado por el cielo conforme avanza Mitra por la calle, ha salido del café; debe ser un color proveniente de los faroles de la calle refractándose en ellas, y no un atardecer en medio de la noche. En su andar al salir del café Amanecer, tropieza con los escaparates de las tiendas, con los anuncios de los hoteles, con los faroles verde oscuro, con los teléfonos públicos, y con esas bancas de metal y asiento de madera que existen en el centro de la ciudad. Lo rodean las mismas cosas que siempre, las de los días anteriores, pero ya no se siente cómodo o seguro entre ellas, pasan a ser la escenografía de una obra que interpreta Mitra, sin saber que es el actor principal, y cuyo público desconoce. A esta hora del día se encuentra sin haber comido más que pan sin levadura, una calabaza hervida, y dos huevos crudos. El hambre ya no significa un muro con qué lidiar, sino que se convirtió en lo normal de un latido, de un respiro, de un pensamiento que surge con un retrato. Mitra ha resistido las necesidades del cuerpo por veintidós años. El hambre ha sido sustituida en ponderación de importancia por sus meditaciones. Suele pararse afuera de una rosticería en el centro de la ciudad; ahí aspira los olores del pollo, y con ello satisface su apetito. El hambre significa pertenecer a la mayoría, a los que tienen enfermedades y seguros de vida. Cuando Mitra tenía siete años, entró a trabajar de ayudante en una tienda cerca de su casa, ahí duró cuatro años, y cuando el patrón encontraba huevos rotos, se los regalaba a Mitra; era el momento de llevarlos a su madre para que se los cocinara. El hambre ante él es retroceder al pasado en que las aflicciones comunes lo ataban a las personas. Pero en el andar por la calle hacia su casa percibe la quietud de la noche con finas gotas de lluvia. Siente que el pasado es un recuerdo en el olvido. Busca en las aceras. Quiere caer en esa sensación dentro del pecho, en la garganta, en la falta de sangre en las piernas por ver a la musa. Puede que no se encuentre con la musa, que ante él tiene forma de Dalina.
Dalina. El nombre de la persona sublime que acompaña mi soledad a la distancia de su presencia, se dice Mitra, luego continúa: Nunca sé dónde se encuentra, pero sé que ella me reconoce cuando me ve por las calles, las calles, me reconoce al andar por las calles, Dalina, me reconoce, las calles…
Ahora Mitra escucha la lluvia por fuera de su casa. Su hogar, en el Boulevard de Las Lágrimas, está situado en el departamento de un edificio del centro de la ciudad, donde la mayoría de las personas son solteras, viudas o divorciadas. Sin hijos ni niños. Las paredes al interior del edificio muestran la pintura resquebrajada, con manchas de humedad. Por fuera la fachada es de vidrio y hormigón. Las gotas caen, los ánimos también; piensa Mitra, cuando su vista se posa sobre un afiche en su pared, donde un boxeador levanta el puño derecho en el aire, como si golpeara un gigante en la entrepierna.
Le reconforta sentir la vaciedad, la soledad, el silencio; al menos no se ve perturbado por estar solo en su alcoba. Le dan ganas de distraerse en mantener la atención al murmullo de afuera, ya que mira por la ventana un punto fijo en la nada. Sereno luce, ensimismado a largos periodos. Los techos de zinc resuenan en el jardín de los vecinos ubicado en la azotea, conformado por los tendederos, los cables telefónicos, de luz, de televisión por cable, y los recipientes de varios litros de agua. Todo pasa. Todo lo rodea. Todo sigue sin que lo note en su ensimismamiento en el punto de la nada. Mitra recuerda lo que por la tarde sucedió.
No había calor excesivo; el ambiente era lo que las personas llaman agradable, fresco. Avanzaba por la callejuela Revolución, cabizbajo por sus pensamientos. Sostenía un libro y una libreta bajo el brazo izquierdo, el mismo lado por el que la calle sostenía los coches al pasar. De ese lado de la acera, Mitra se concentró en creer que las imágenes que surgen durante un concierto de jazz y blues, son de lugares en que le atrae estar. La deliciosa sensación que los pensamientos evocan dan en mí la convicción de que de algo sirve el ser; se dijo en una de las canciones de jazz dentro del concierto. Las gotas continúan cayendo con sus recuerdos. Esa tarde, de este día en un miércoles de un mes par, mantuvo la cadencia uniforme de los pasos hasta el teatro Cara Doble. De pronto, cuando la mente volaba entre decidir si encender un cigarro; rodear por la derecha un transeúnte de cabello gris y traje negro; desplazar la mano derecha al bolsillo por el encendedor, y sacudir el cuello de un lado para no toparse con el medidor de electricidad de una casa rosa; escuchó un claxon. Miró por no tener claro una decisión. Vio que era una mujer sonriente que le saludaba; una compañera de clase, de las que suelen frecuentar su amistad cuando requieren favores escolares. La mujer se fue manejando el coche con su familia adentro, alejándose de instrucciones para pasar el examen final de Historia de la arquitectura.
Decidiendo que Paté de Fuá estaba situándose entre sus gustos, Mitra avanzó para detenerse en la esquina de la callejuela. En sus oídos retumbó el zumbido de los motores y un pequeño murmullo de Cansado de Ser. Esos elementos surgieron y quiso que la compañera manejando fuera Dalina; para que se estacionara en medio del tránsito con el semáforo en verde, descendiera del coche sin cerrar la puerta; avanzara hasta Mitra con una sonrisa en su rostro y le dijera que lo llevaría hasta la frontera, tomándole del brazo al negarse Mitra, enseñando ella un mapa que extraería de su bolsa de mano con el recorrido trazado; una nueva negación de él pero no tácita; y que lo empujara a ingresar en la parte trasera del coche con una promesa de que ahí lo esperaba una caja de vino. Después, el camino hubiera sido recorrido cuando Dalina lanzara algunas groserías y señales de mano a los conductores. Avanzarían hablando de que ya casi no han tenido encuentros con amigos, y que de hecho esa palabra estaba relegada de su vocabulario. Ella se entretendría en escuchar el continuo silencio con el que suele dirigirse Mitra a ella. Dalina diría de nuevo que le leyera un poema; que le gustó la carta que le escribió; que no sabía pintar al óleo, pero que lo intentaría tan pronto tuviera dinero y tiempo; que su dieta iba por buen camino y sin detenerse en antojos; que ya pronto terminaría de aprender a bailar tango; o que era cierto que la lluvia le hacía sentir bien y no triste como a los demás. Por todo ello no hubiera dicho Mitra ni una palabra en contra de la idea de irse a la frontera. En ese punto en que oscilaba el silencio entre el ronroneo del coche, escucharía desde ella: Vamos juntos por el mundo. Sus palabras sonarían aterradoras al principio, pero al ver que tres maletas de cuero negro y cantos de metal reposaban adelante y atrás, con él y junto a la caja de vino, le sobrecogía el sosiego y asunto arreglado. Mitra; piensa en el momento que una luz blanca de un rayo resbala por la ventana de su alcoba; le contestaría que si en sus planes había incluido el llevar copas, y ella respondería que no, que ante la premura olvidó lo importante. Dos segundos después se oye un trueno, sin luz, que ingresa por la ventana. Mitra sabe entonces que Dalina no se fijaba en nimiedades; así que descorcharía con ayuda de su navaja de bolsillo la primera, le pasaría la botella en cada cruce de bulevares, semáforos, y ambos beberían del vino y de la compañía.
Le parece fácil estar sentado en el borde del colchón, escuchando la inmortal melodía de la lluvia sobre los techos de zinc, y alimentar su recuerdo con fantasías que en el instante; en que sucedió el pensamiento; no haya pensado pero le gustaría haberlas agregado. Con la lluvia de fondo en el nuevo escenario; su alcoba; sigue con el recuerdo estructurado a su antojo:
Primera parada: Gasolinera. El señor calvo con barba de candado diría ceros; Dalina ya habría dicho tanque lleno y, colmado de tranquilidad, Mitra esperaría que Dalina le devolviera la botella entre sus piernas desnudas. Su pantaloncillo corto de mezclilla, y un escote pequeño en su playera blanca, consonarían con sus pechos; dice Mitra a voz alta, y suena gracioso por el siseo que lo interrumpe, proveniente de un coche que pasó metros más abajo por la avenida. Dalina daría un trago entre cada número y aroma a gasolina. Mitra le arrebataría la botella al ver que no se la regresaba. Ella sostendría entonces un diálogo con su mente acerca de cuándo perdió la noción del tiempo, porque ya estaba oscuro por fuera, en el cielo. A Mitra le diría que no se dio cuenta de que era tan tarde, y luego contestaría ante la pregunta de él que sí quiere visitar Oaxaca. Lo diría así, sin pronunciar la equis como jota: Oaxaca. La ruta trazada en su mapa, al sacarlo de nuevo de su bolso, le mostraría que no estaba incluido Oaxaca en el recorrido, y harían entonces de cuenta que sí, que la línea roja se convierte en azul en un punto llamado Torreón.
Mitra sonríe al afiche del boxeador, que parece que escucha atento las palabras de Mitra, ya que no sólo alimenta su fantasía, sino que la expresa con voz, entre susurro y conversación normal; a ratos más susurro que conversación, y pasando de una modalidad a otra en donde tiene que pensar o reír de lo que se dice:
-Al ver que un hombre se acercaba por la ventanilla, Dalina diría gracias. Después yo vería por el retrovisor; al partir; que debajo de una barba de candado y de una calva, unos brazos agitaban el aire. La mirada del hombre sería de preocupación, y Dalina encendería un radio extraído de la guantera. Yo, por supuesto, sorprendido diría que aquello era impensable entre algunas personas, pero que tan pronto cruzáramos la línea invisible que divide dos estados, adiós preocupación por la barba, por la calva, y por las manos al aire en su afán por detener lo que se va. Sé que entonces sus palabras dirían: Por esta radio sabré si me busca la policía. Un lento pero continuo reclinar en el asiento seguiría a unas palabras que, ante un miedo en mi cuerpo, no escucharía: ¡Detente un momento, Dalina!
-No te preocupes, te digo que no pasa nada.
Sus palabras las grabaría entonces, y el miedo crecería en mi pecho, con la adrenalina que siempre me envuelve cuando la veo al volante y a mí de copiloto. Acostumbrado a esto, las fachadas de comercios, de casas, de estacionamientos, de hoteles, de cines, de bares, de supermercados, de teatros, de jardines, de tianguis y los coches, irían cobrando formas de líneas al costado del coche, mientras yo, por la ventanilla, deduciría si habría ofertas que se me antojaran. La dirección del coche de Dalina siempre se situaba sobre un mapa; mas que el de su bolso, el de su mente. Ajenos pensamientos tendría ella con respecto a mí, pero asumiría por aprender de nuevo; como un suave deslizar de cuerdas de violín en un tango con un acordeón de fondo; que las imaginaciones de ella son tan lejanas de mí como la noción de vida.
La alcoba en que duerme Mitra se compone de un colchón, una mesa baja de madera; donde coloca su computadora y se posa enfrente en cuclillas; una silla de metal, la radio, pinturas en acuarelas, un espejo alargado, retratos y libros apilados en el suelo. Nada lo distrae, y ahora se recuesta en su lecho, para seguir pensando entre la tenue luz que la computadora emana mientras se va apagando. Su vista se posa en el techo. En donde él piensa que está, pues ya no hay luz.
-Vivo en la privada de La Libertad; diría Dalina cuando le preguntara en dónde había situado otra de sus direcciones para mandarle cartas- se dice Mitra.
Esa dirección falsa que Mitra creó, no corresponde a la privada Cisne, a donde sí manda las cartas y poemas, agregándole un dos y una A. Hay ocasiones en que el polvoriento malevaje de la realidad se oculta en las cavilaciones. La situación que inunda al joven puede mostrar la inevitable doble negación que se convierte en afirmación, pues ni él menciona la verdadera dirección de ella, ni confiesa que insinúa lo que él contestaría si le llegaran a realizar la pregunta; pues su hogar se ubica en el Boulevard de Las Lágrimas, y no en una privada.
Privado de la Libertad se encuentra, y lo ha confundido por el domicilio real al que manda cartas y al que contestaría ante la pregunta: ¿Dónde vives, Mitra?
-Es muy cerca de aquí… Te preocupas tanto... Claro que sí, no digas que no… pero te enseñaré a calmarte mientras tú me enseñas lo que sabes- contestaba Dalina a Mitra, según él, ante las palabras de Mitra. La imagen cobra cada vez más realismo en la mente de él, ya que agrega en sus respuestas que sólo sabe dormir y soñar, y hacer poemas para ella-. Está bien, me enseñas eso… El camino se borra del tiempo. Venimos por última y por primera vez. Como la vida.
Las palabras tendrían algún sentido, pero no para Mitra. De nuevo se queda en el vaivén entre lo que se dice, y lo que se quiere hacer llegar al interlocutor. Sin darse cuenta, en su fantasía, Mitra recrea la realidad, donde su abuela y su padre le decían frases completas, con un significado coherente, pero del que se desprendían nuevas interrogantes. Pero en esto no se fija Mitra, por ello continúa hablando, esta vez sólo en su mente porque se mete dentro de la única cobija para preparase a dormir:
-Luego, un pendejo seguiría un hijo de puta, y sus palabras sonarían bellas al decirlas, sorteando entre varios automóviles. Ya llovería a esa hora en que estuviéramos dentro del coche. Ebrio, me hundiría en el asiento para reír de lo que dice Dalina a los transeúntes:
-Adiós muchachos… la jueza de sus destinos se acostumbra al mandato de su imaginación. No lloren mi partida, me acompaña la muerte, como a todos. ¿Qué?... no, lo tomé prestado… Sí, me gustó cuando lo vi estacionado en el centro y me subí. Batallé con los cables, pero lo bueno es que no es un modelo reciente. Las botellas también salieron de mi casa, como yo. En el maletero tengo una canasta con berenjenas, tomates, piñas, sandías, pepinos, jícamas y betabeles… Claro, me acordé de ti y puse un par de limones, dos saleros, y un frasco de chile en polvo. En el fondo, sí pensé en ti al ir envolviendo con el celofán transparente la canasta. Fui a buscarte al Boulevard de Las Lágrimas, pero con la tristeza en su rostro, del inquilino del uno dos, supe que te encontrarías en el teatro Cara Doble, en el concierto de jazz y blues. Eres predecible en cuanto a gustos… bueno, tienes razón, me invitaste a que fuera contigo. Sea como sea, ya estamos juntos, ¿no? ¡Hasta la frontera del mundo! Para empezar, abre la tercera botella que siento seca la garganta... Sí, no me importa que fumes en el carro; no es mío… Bájale a la ventana, pero lo suficiente para que no se mojen las cosas… Ya sé, mejor pásate aquí adelante conmigo, que las maletas vayan atrás.
Mitra lanza un bostezo, fugaz, entre las palabras de Dalina, y recuerda que los días lluviosos suele darle mucho sueño, y que descansa completo en las horas húmedas. No se detiene ni ahonda en su memoria sobre días lluviosos, sino que surgen más imágenes en su mente, como si su fantasía cobrara vida propia y no rigiera mas que en sí misma, sin ayuda de Mitra. Ahora la realidad logra permearse en su fantasía:
-Al detener el coche, con las dos puertas abiertas, yo me encargaría de hacer los cambios necesarios, esperando que la lluvia debajo de la noche no me enfriara el cuerpo. Al cerrar ambas puertas, a su lado finalmente, pondría atención en su forma de tomar el volante con una mano, mientras la otra se sostenía entre su pierna derecha, sin vello, al avanzar de nuevo. Me darían ganas de morder su muslo, o de acariciarla para deducir si se rasuró o depiló, pero decidiría seguir fumando. Vería que el odómetro mantenía al nueve a punto de convertirse en cero, asomándose un círculo por la rendija. Mis ojos, al mirarla al rostro, le dirían: Gracias por sacarme de la ciudad. Y mi voz añadiría: Vamos muy rápido, hay que bajar la velocidad un poco y comer algo. Ella respondería a mis plegarias con: Este es un buen lugar, saca la canasta del maletero. Y lo diría al estar sobre las montañas al este que flanquean la ciudad, y desde ahí se vería la ciudad a lo lejos, bajando la carretera. Detenidos finalmente, la mirada de Dalina se posaría en mí al sacar un tomate, y esa mirada diría: Abrázame, que tengo frío. Con un poco de tomate, sandía, limones y chile en polvo, habríamos sorteado lo poco de hambre, y las finas gotas de lluvia se transformarían en grandes torrentes desde las nubes. Ya dentro del coche, el vaho de la respiración se pegaría sobre los vidrios; nos veríamos, se acurrucaría en mi hombro, y diría: No hay que dormir esta noche, porque tenemos mucho camino por recorrer. Mi mirada posada en su cabello contestaría: Sí, no hay que dormir, mejor tarareamos canciones de jazz mientras hacemos el amor. Luego mi voz añadiría: Me gusta la noche y no dormir en ella, pero se me antoja seguir tomando del vino que trajiste. Ambos sentiríamos que no importaba en qué lugar estuviéramos, sino que bajaríamos del coche para brincar bajo la lluvia. Ella me mostraría sus muslos brillantes y mojados, y yo levantaría la mirada al cielo. Todo es calma, todo frío, todo es estar en donde queremos; pensaría en mi mente, viéndola de reojo para que no pueda notar que la admiro más allá de sus ocurrencias. Cerca, subiendo la colina más próxima, habría un camino de setos y olmos, por el que nos iríamos a caminar porque la lluvia escampaba leve. Debajo de la lluvia, la abrazaba al caminar rumbo a los setos. Algunos caracoles cruzarían el camino, sorteando entre hongos de colores y el fosforescente y brillante recorrido detrás de ellos. Vamos a comer hongos y caracoles; en voz de Dalina. Yo, como hasta entonces, le daría la razón y los comeríamos. El viento, el frío, la lluvia, la noche, el alma dentro de nuestros cuerpos; era abandonada entre las imaginaciones del instante. Después tendríamos alucinaciones sobre conciertos, sobre fronteras sin tango, cafés amaneciendo, cervezas, cigarros, café Amanecer, Paté de Fuá, vino, conciertos en teatros, el Boulevard de Las Lágrimas…
Más noche Mitra se queda dormido, hablando entre la vigilia y el sueño.








2



La decepción de un final, el ser serio, la eterna tarea de levantarse de la cama; es lo que me embarga. ¿Cómo decirle a Dalina lo que siento? Podría escribirle algo, y luego decir adiós. Esa despedida me alejaría de un sueño al despertar; el de saber y escuchar lo que ella piensa de mí. ¿Escuchará lo que le diga entre sus ocurrencias? Lo que recuerde del viaje se le vería en la sonrisa. ¿Me raptará en cuanto me vea?... Tengo dudas, y creo que siempre las tendré esta noche del alma. No me acompañó al concierto.

Son las palabras que tiene la última hoja escrita en la libreta que Mitra ve al despertar. Es la libreta del día anterior, lo reconoce por el color rojo en su pasta. Sabe que es su letra, pero no entiende por qué lo escribió.
Mirando en derredor deduce que en su alcoba se encuentra; en ocasiones se confunde y piensa que está en la casa de su madre, de su padre, o de un desconocido. La idea de abrir los ojos y reconocer los artículos le reconforta. Sabe que cuando coloca su cuerpo en otra posición, digamos con la cabeza en donde usualmente pone los pies, es cuando le extraña despertar, pero hoy no es una de aquellas ocasiones. Tienta su cabeza, y a lo lejos escucha el tañer de las campanas en la iglesia San Antonio de Pascua. Remueve los dedos entre los cabellos. Se incorpora después de un rato, aplazando la tarea diaria lo más que su estómago resiste. Tiene hambre. Se coloca frente a su imagen, viendo que de nuevo durmió vestido. Sin asearse o acomodar su cabello, sale del cuarto, cerrando sin hacer ruido la puerta blanca de madera. Bajando por las escaleras; sin encontrarse con la casera; le vienen a la mente un sinfín de cosas que soñó, incluso las ocurrencias del día anterior. Al salir del edificio, junto al Boulevard de Las Lágrimas, rompe el equilibrio de su cuerpo para recuperarlo, lo vuelve a romper, hasta que ese desequilibrio controlado lo dirige hasta la tienda. Viste un pantalón de mezclilla roto en las rodillas; zurcido por él; playera verde desteñida, una ligera chamarra de algodón, y zapatos deportivos azules. Como los días han estado húmedos, no ha lavado su ropa cada tercer día como suele hacerlo. Tiene otros dos cambios, pero se empeña en vestir igual. Frente a él una mujer gorda avanza en la misma dirección pero más lento. Del otro lado de la acera un señor calvo barre el pedazo de banqueta frente a su casa, con el mango bien agarrado. Mitra alcanza a ver que el viejo ha mojado con anticipación el suelo, y piensa que aquello se repetirá día a día, sin que la costumbre asimilada a fuerza de querer domesticar los elementos, diluya su ánimo. Las fachadas en los edificios de la avenida son de color pastel, incluyendo pormenores pintorescos. Las rejas, del setecientos uno, son de color verde, mientras que el piso inferior es de color rojo, y el superior en azul. El balcón del setecientos tres es color amarillo canario, y los marcos de las puertas y ventanas es blanco. El estilo de estas dos construcciones nos proporciona una idea de cómo serán las demás casas y edificios; pero sólo en el tramo que comprende el barrio Los Olvidados, que abarca la cuadra en que se sitúa el edificio Violeta, donde vive Mitra. Las casas del otro costado del boulevard son en tonos grises, cafés, o simplemente compuestas de ladrillos, muestra de que no han sido enjarradas. El edificio Violeta es el único de seis plantas en el boulevard, resaltando de los demás. ¿Podría comprenderse que, los habitantes del edificio y del barrio Los Olvidados, al ver hacia a fuera por la ventana y encontrarse las construcciones grises y cafés o sin enjarrar, les da un sentimiento de vacío, de tristeza, sin reconocer que sus propios hogares son los coloreados, y por lo tanto, los menos desdichados del páramo? Es fácil observar hacia afuera, pero no así al revés.
Dos cuadras después, dentro de la tienda, Mitra compra una cajetilla de cigarros, ve un periódico y lo incluye, y detrás de éste agrega una revista de chismes. Al salir, se da cuenta por el periódico de que es veinte de Junio. Reconoce al ejército en una fotografía de la revista, justo en el instante en que la tira en un cesto de basura junto con el periódico.
Al regresar a casa, se pone a escribir en la computadora…



3



Como si los fuegos, la ceniza, y el humo ondeando en el aire, estuvieran dibujando mis pensamientos, resumo en la mente algunos encuentros con Dalina. Quería prometerle que todo lo que habíamos pasado juntos no lo olvidaría. Nada me haría perder detalle de cuántas veces le vi encender en sus labios un cigarro; el cómo acercaba la cerilla o el encendedor, sosteniéndolo entre sus dedos delgados, con uñas cortas; la forma sutil de aspirar y expulsar el humo; el lento giro de su cuello para mover el cigarro de su boca a sus dedos. La veo sentada en las escaleras del cerro Azul. La veo recostada sobre su costado derecho en el pasto, tomando en su mano un diente de león, pidiendo que yo soplara en él. Veo cómo se ríe del periódico, anunciando la boda de una pareja; ella es joven, él es casi anciano. La puedo ver, y al humo que ondea en el aire, sin ser presa del viento. Ambos pasábamos el tabaco que llevamos en esos encuentros. Quisiera que estuviera aquí.
Mi cigarro se sostiene entre mis labios, y está quemándose por la mitad. Es en este momento en que recuerdo las circunstancias que nos han rodeado. Decir que la conozco, es situar una palabra para denotar que sé de ella, pero la cantidad me es incierta. Podría decir que sale conmigo, sin embargo, no sé si le gusto o si en verdad ella está ahí. Tal vez le agrado; sólo eso. El recordarla, en esta hora en que los rayos difuminados del sol entran por la ventana de mi habitación; la habitación que llamo hogar, casa, en que paso el tiempo en una ciudad distante a donde nací, en la que vivo, a la que llega mi ser, el que recibe dinero de su madre en una cuenta de banco; me trae una sensación a la que me acostumbro en cuanto la distingo. Dalina, ¿sabrás lo que he pasado hoy, justo en este momento? ¿Sabes lo que siento? ¿Conocerás lo que me embarga? De nuevo tomaré la pluma y la libreta en que escribí en el café Amanecer, para que la luz de mis ideas te alcance en otra de las tantas cartas que te hago llegar. La dirección será la misma que la última carta que te escribí. No te imaginas. Si supieras. Hay ese algo. Llega, lo reconozco, me invade, me consume… Dalina, ¡Dalina! ¿Qué siento?

Mitra deja de escribir en su computadora. Acerca la libreta, la abre y escribe. Sale de la habitación un instante. En su regreso, trae un plato con frijoles y queso rallado encima; lo extrajo de la cocina de la casa en que está su alcoba. En el Violeta paga el alquiler a una anciana dueña del piso cinco, dejando que Mitra se prepare de comer, por ser parte del trato. El alquiler incluye el agua caliente, lo que no significa que siempre suceda al girar el grifo. De nuevo frente a su computadora, come y observa las respuestas que sus contactos le mandaron sobre su pregunta: ¿Qué es la hoja que cae sin viento? Cada frase se agrega a la anterior, formando un rompecabezas de ideas en un mismo documento. Se le hace interesante la multitud de situaciones que dicha pregunta evoca en otras personas:

Es saber que el chiste que escuchas es gracioso, pero no puedes reír. Como caer al fondo sin lugar para caer. Es no encontrar hogar dentro de casa. Ver desvanecerse el humo y la ceniza, con la seguridad de llevarse el hálito. Es temer a una sonrisa, o como caminar solo cuarenta kilómetros por la carretera de madrugada. Sentir el balanceo al caer sería escuchar Sinatra comprendiéndolo. Ver que la senda es recta, pero que vas de una orilla a otra, con la embriaguez de sentir cada choque. Es acostumbrarse a no ver árbol de Navidad, Nacimiento, ni velas sobre el pastel. Es hacer las paces contigo, pero querer ser diferente. Es querer decir lo que piensas de la persona. Es como acariciar la agonía dentro de la melancolía, rodeado de las sombras del vacío; oscuro, helado. Es bailar solo una sonata que aborreces con el alma; con lo que crees que sigue contigo. Extender el momento antes de decir adiós, sabiendo que el adiós es para siempre; así es cuando llega. Como recuerdos acartonados y con colores desde la repisa, sabiendo que fuiste, hiciste, deseaste. Es la invisible salvación de colocar un nombre a tu presencia, el que pondrías en el recuadro sobre tu dirección en el formulario. Es pensar que la mente se detendrá un instante, donde buscarías respuesta al por qué lo sientes. Es errar de aquí para allá, sin que el destino sea el escogido. Movimiento descendente con oscilación infinita. Es ver los años en el espejo, sin que te recuerdes. Es ver que no hay rollo, y salir del baño con un calcetín menos. Sería pedir la cuenta, ansiando que lo que saques del bolsillo esta vez no sean pelusas. Es querer contestar las propias preguntas. Coleccionar estampillas por décadas, sin haber conocido una persona para mandarle cartas; así es. Es querer alargar la noche como cuando arrastras los pies por la mañana. Es tener una cuenta en el banco, un coche, y crédito en las tiendas. Ver la suavidad de la neblina en invierno; la lluvia de la tormenta por la tarde en verano; oler el perfume del clima al pasar en primavera por la florería; rozar con la mano las hojas marrones del otoño, sin poder describirlo o compartirlo con nadie. Sería sonreír ante el televisor, observando la película que te recuerda la persona, sin que te acompañe y escuche tu comentario. Es comprar el seguro de vida sin que exista persona para poner en el recuadro de beneficiario. Un paso tras otro, y los latidos se suceden entre sí. Terminar de lavar el coche y que empiece a llover. Es vestirse de seda brillante, fina, sin invitación a ningún lado. Alguien lo describió como tener más vacío el refrigerador que el estómago, pero yo digo que es tener por cama la playera de todos los días. Es no poder arrojar lágrimas al recordar. Tener la boca con sabor a gasolina. Encender el cigarro por el filtro. Es regar todo el año las fucsias y rosales, para ver cómo se marchitan. Es oír: Tío, papá, abuelo. Es comer postre. Decir que el Niño Dios no existe. Es barrer y trapear cada día impar de mes. Encontrarse con el tráfico cuando tienes necesidad. Ver los inquilinos diurnos de las esquinas de bulevares. Es despertar; terminar de soñar. Estar sobrio. Ver las parejas desentonadas caminar de la mano. Que al abrir el grifo de la regadera, no salga agua con el cuerpo enjabonado. Es hacer planes. Tener salud y no ir a ningún lado, porque no se antoja. Es ver estrellas fugaces. Es escuchar Mister Sandman, y no dedicarla. Es tener en el oído los sonidos de repique. Volver a escucharlos. Es ver salir el sol. Es ver un noticiero en alemán. Es que la noche te entienda y tú a ella. Es como ver un ovni. Ser fan de un cantante muerto. Es que la plancha se descomponga el día de tu boda. Es ir con la persona, pisar suave y recordar que no te lavaste los dientes después de los tacos. Que Roberto sea Roberto, que Ricardo sea Ricardo, mientras tú eres el cuento de hadas en el blog. Es que el cheque se retrase. Vivir eternamente. Ir al buzón y sólo encontrar facturas y volantes. Es recordar las palabras, pero no el timbre de voz. Es no haber visto la mujer fea que se convirtió en aura, la que marchitó el árbol frutal en el rancho del abuelo. Que te sientas Agustín Lara, y no haya María Bonita. Es entrar en un hospital sin estar enfermo. Es no poder meter la llave, por más que trates, en la cerradura. Es tomar vino tinto solo, o como tomar whisky con refresco. Es meter la mano en el bolsillo y encontrar un agujero. Que te rechacen la tarjeta. Es, que en verdad se llame Soledad. Que esté prohibido fumar en los bares. Decir por favor, y no escuchar gracias. Que se te olvidó tomarle el brazo para cruzar la calle. Que el saco que le prestaste sólo huela a cigarro. Que el único libro en la casa sea de Cohelo, o de Joan Brady. Esperar una cita retrasada. Que hablen en el cine, o que se rían al terminar de leer los subtítulos. Que hasta el celular te diga que no tienes dinero. Escuchar que un niño diga: Ya comí, con eso tengo hasta la próxima semana; y que sea sincero. Es un calambre. Que tu pareja de baile se la prima conocida. Es ver a un mago. Es entrar y salir por la puerta con el anuncio de Salida. Es no poder fumar cerca de donde diga inflamable. Es toparse con esos anuncios más de una vez. Saber de antemano la respuesta de la pregunta.

Mitra ha leído las respuestas. Algunas le sorprenden por parecer que él pudo haber dicho lo mismo. Comprende que la situación es similar. Termina la mitad de su platillo, y agrega su propia respuesta al correo electrónico:
Oír ecos de la hoja que se arruga con los trazos de pluma. Leer lo que has escrito. Es ver cada partícula de suelo sobre ti, con cada pala, con sollozos de fondo, pensando en por qué no se lo dijiste.
Terminando de comer, acerca su pluma a la superficie blanquecina de la libreta para transcribir el correo y lo titula: La hoja que cae sin viento; para colocarlo en el buzón ese día, por la tarde. A esas dos hojas agrega una cuarta y una quinta, hasta completar seis.




LA HOJA QUE CAE SIN VIENTO



Dalina mía:                                                                                              Junio 20, 2010
Ayer fui a un concierto de jazz, pero la verdad, es que se arremolinaban distintas corrientes de música, entre ellas tango y fox trot. El grupo era Paté de Fua. Te los recomiendo. Se suponía que debí ir con mi madre, pero hubo incidentes que provocaron mi estancia aquí. Durante la tarde vagué en busca de los dibujos perdidos, los que me contaste que habías comenzado a coleccionar. Según tú, son carteles de funciones de cine y teatro, creados hace un siglo. Reconozco que, como mencionaste, encontrarlos es sumamente difícil. En la callejuela Revolución ya hice fama en las galerías. No, joven, no sabemos a lo que se refiere; me contestaban. Imagínate la impotencia que me dio al escucharlos, como si no supieran los pormenores de su oficio. Bueno, seguiré buscando en otros lugares, tal vez en bazares y tiendas de antigüedades. Ahora que lo pienso, debí empezar por ahí; si son tan antiguos, qué hago en lugares modernos donde los pósters de rock rigen al por mayor.
Te cuento que ayer también me pasó algo raro. No sé describirlo, pero lo haré lo mejor posible. Vi mi radio. Vi la computadora. Vi el espejo, y lo único que reconocí como propio fue mi pensamiento. Extraño, ¿verdad? No creas que ha sido la primera vez que me sucede. Al levantarme, vi por la ventana y era de noche, lo que me hundió más; ya que recuerdo haber dormido de noche. ¿Cómo saber que al despertar de noche, y recordar que dormí de noche, no me estoy situando en la misma porción del tiempo? Bueno, sea como sea, reconocí que era otro día. Sin embargo, el cuerpo no se adhería a mi espíritu, las palabras que en mi mente se estructuraban se componían de nombres de lugares en donde estuvimos, y las imágenes de ellas no correspondían más que a lugares diferentes. En resumidas cuentas, si el nombre del cerro Azul aparecía, la imagen era de un río rodeado de sauces, en donde no se podía percibir el cielo. O si el nombre era de la pastelería Ambrosía, en lugar de ver los refrigeradores con los bocadillos en su interior, la imagen era de un desierto ondulado. Armar lo que aconteció me estremece ahora que te lo digo. Sólo una palabra se correspondía con cualquier imagen que le pusiera; aunque no lo sitúo al lado de tu presencia; y era: Tristeza. Era como si las fuerzas huyeran del cuerpo, provocando que se desvaneciera sin caer al suelo. Sabes, creo que el alma de la abuela quiere el luto correspondido. ¿Te había contado de ella? Mira, sucedió así. Estaba preparándome para ir a trabajar en el restaurante mexicano después del bachillerato; uno que ya no existe porque quebró; el día estaba despejado, el viento surcaba las calles levantando el polvo. De pronto, al colocarme los zapatos, escuché que mi hermano decía que me hablaba mi mamá. Según él, la abuela no respondía. Se me hacía extraño porque, a qué se refería; acaso le hablaban y ella no contestaba y prefería callar, o simplemente la cacheteaban y ella sin separar los ojos del santo al que se encomendaba. Sea como sea, no le dije nada a mi hermano, Gabriel, y lo seguí hasta la casa contigua, donde vivía ella. Al llegar, vi a un primo sosteniéndola, pero ella estaba tendida sobre unas almohadas en el suelo. Mi madre, hincada, junto a él. Ambos la movían y mi mamá decía: Mamacita, mamacita. Mi primo agregaba: Abre la puerta para que entren los paramédicos. En este punto me fui acercando. Sé que no te había contado de mi curso exprés sobre primeros auxilios. Me lo dieron en el restaurante, por aquello de que algún cliente estuviera bajo la situación de requerirlo. Lo primero es colocar al inconsciente sobre el suelo, en una superficie dura, y no como la abuela estaba; sobre almohadas. Me hinqué junto a ella para revisar el pulso; que es lo segundo, seguido de verificar si respira. La arteria femoral es el mejor punto, se sitúa en la pierna cerca de la entrepierna. Ahí mi primo continuó gritando más fuerte que me fuera mientras él la sostenía, manteniéndola de costado. La abuela tenía los ojos abiertos, la lengua por fuera, y no parecía reconocer que estuviera en su casa rodeada de la familia. Cuando quise verificar si respiraba; ya que vi que no había pulso; escuché; primero; que mi primo se desesperaba y mi mamá le hacía segunda, luego, que la garganta de la abuela pronunciaba un sonido que me fue descrito por un amigo. ¿Qué sonido? Ahora te digo. El abuelo de mi amigo estaba moribundo en el hospital, y esa noche le había tocado cuidarlo. Estando a su lado, se acercó a su abuelo porque las máquinas decían que la vida se alejaba de su cuerpo. El oído cerca de la vista, posados junto al moribundo, alcanzaron a oír; palabras textuales: Como agua que se va por el resumidero.
Bueno, esa es la situación que mi amigo dijo, y fue lo mismo que escuché desde la abuela. “Como agua que va por el resumidero”. ¿A qué se debe? Lo desconozco. ¿Estará en los libros de histología o de tanatología? Debería. Ese es el sonido de la muerte, que no se te olvide. Pues eso es lo que me dije: “Mitra, ya se fue. Ese es el sonido de la muerte”. Según quien me enseñó primeros auxilios, con el RCP incluido, contó que si alguien ya no tenía pulso ni respiraba, era posible resucitarlo, sin embargo, con el paso de los minutos es más riesgoso, no porque no se logre; de que se logra se logra; sino porque regresa sin las mismas habilidades. Se refería a que al no tener oxigeno el cerebro, algunas zonas se atrofian. Yo no quería que la abuela fuera un pedazo de abuela; o completa o nada. Así que me retiré de ahí. Vi llegar a los paramédicos, y fui el único entre los presentes; curiosos de rigor y familia; en saber de la incapacidad de ellos. Le dieron el RCP sobre las almohadas. ¿Puedes creerlo? Siendo paramédicos y realizando el procedimiento mal.
La abuela murió. Al día siguiente la enterraron. Estuve velándola por la noche, pero no fui al sepelio. Me había enfermado por haber pasado la fría noche sin abrigo a su lado. Indispuesto y con un boleto de viaje al siguiente día, opté por mejorarme. Sabía que la estarían enterrando mientras yo escuchaba la radio en mi casa; la de mi mamá. En el trabajo supieron, y comprendieron que ya no volvería, pero mandaron decir que contaba con ellos; los dueños y empleados; para lo que se me ofreciera. Hasta me dijeron que si volvía a casa, podría trabajar de nuevo ahí. Me fui del pueblo. Llegué aquí. En esas horas acumuladas ninguna lágrima se quiso asomar por mis ojos. Pensé largamente si mi actitud era la correcta, o cómo debí comportarme. No lo sé, pero supongo que si en el momento no llegó, no había por qué persuadirme. Su vida terminó, sin sufrir. La causa fue un paro múltiple. Todo termina en un instante. ¿Cómo les gustaría, a los que lloran, que hubiera muerto? Esa es la pregunta que quise hacer, pero ya no me importaba nada.
Mi mamá lloró los siguientes días, lo supe por las cartas que Gabriel me mandó. Se culpaba por no hacer nada. Hubiera querido decirle que yo debí sentirme mal y llorar, ya que no la resucité, pudiendo. Pero más que nada, decirle que mi primo y los paramédicos eran los delincuentes, los maloras; como decía la abuela; pues ellos se interponían ante procedimientos lógicos ya establecidos en tales circunstancias. Es por ello que creo que la abuela me pide que me entristezca. Si no es ella, será algo desconocido dentro de mí con respecto a dicho acontecimiento. Somos los recuerdos, y éstos yacen en las personas que nos rodean; salen cuando menos te imaginas. Lo inesperado de ellos nos empuja a sentir y caer bajo el influjo de su aura. Se puede vivir sin poner atención, pero la atención que se debió colocar toma la forma de un sentir que se asoma sin aviso. Eso es lo que llamo el más allá; que bien puede llegar de muertos o vivos.
Antes de que la abuela muriese, me dijo unas palabras que no comprendí. Te las diré para que cuando te vea o me escribas, respondas lo que ellas te dan a entender, ya que es una cuestión que me absorbe: Aléjate de la hoja que cae sin viento.
Dalina, estas veloces palabras llegan, y la lluvia no cesa por fuera. Es extraño ver los rayos de luz reflejados desde la luna y ver llover fuerte, recio; como sueles decir. No sé cuánto tiempo en realidad ha transcurrido, pero hay unas ganas enormes de tener música. He decidido acercarme a la radio, o poner un disco de jazz, sentarme en el suelo, encender una vela, y ver por la ventana de mi cuarto, para ver si alcanzo a percibir las ideas que de seguro te vendrán en este momento, porque las que vienen a mí no logro establecerlas.
                                                                                                              Mitra










ONDAS EN EL AGUA



Dalina:                                                                                                    Junio 15, 2010
Mientras la herida se cura, vuelvo a ser la mitad del rumor del ayer. Mi padre tenía un arma en el buró de su alcoba, y con ella se fue de la casa. Hay quien dice que es una voz en la cabeza, pero no lo es. Parece que una imagen toma vida dentro de mí, como una sombra en la memoria, y ello fue lo que me sacó del cuerpo para tomar el control. La imagen se diluía en el día, pero por la noche apareció.
Son palabras conocidas las que tienen significado en esta hora. Dolor, agonía, soledad, lágrimas, ausencia, abulia, melancolía, vacío, extrañar, silencio tras silencio. Llevas la voluntad del hombre que fui. Sin embargo, mientras caen las gotas de lluvia, no tengo un lugar donde estar. Creo que quise extender el momento antes de sentir esto, pero fue más veloz que yo y me alcanzó.
De fondo la música resuena dentro de la alcoba. Me acompaña lo que estuvo con la persona que nunca conocí en persona, pero que su obra me fascinó. Cada respiro se detiene en mi garganta. Lo sé, mis suspiros continúan saliendo con tabaco. Las rodillas del pantalón muestran el desgaste y la infructuosa labor de mantener unidas las fibras. Mi pecho está desnudo, tanto como mi alma. El cantante que escucho alarga la E, explicando que los arcoíris suelen salir cuando la persona está presente. Los días de diversión se han ido, así como los amigos que conocí, con los que conversé por teléfono alguna vez. Se puede resistir más de una vez esta sensación, hasta que los nervios acumulen lo que a veces estoy seguro que no pueden contener más.
No digas gracias como lo dijiste cuando te hablé en la pastelería para saber cómo estabas. Recibí tu carta, comentaste, y me quedé en silencio. Esta carta es diferente que la anterior. Lo lejano se encuentra cerca cuando el pensamiento vuela. Espero que el día de tomar una carretera para partir se acerque.
No estoy para obligarte a escribir o pensar en mí, estoy aquí porque me obligo a dejar de pensar escribiendo. Las paredes del edificio contienen dentro lo que los hombres suelen llamar mi hogar. Los vecinos que tengo son lo contrario de mí ahora. Ríen sentados en sillas de plástico sobre el balcón. Los jóvenes tocan guitarra. Las mujeres cantan. Y yo sostengo la pistola de mi padre entre mi mano y la sien derecha. Quiero ser el viento, fundirme en éter para mover la superficie del océano y provocar ondas sobre el agua. Un chasquido seco me recuerda que las balas reposan sobre el buró de mi alcoba en casa de mi madre.
                                                                                                                  Mitra













RAICES AL CIELO



Dalina de labios rosa:                                                                                Junio 18, 2010
Hoy vi un radio-reloj con forma de esfera, te dije; al igual que hablé de que en un tiempo sería una reliquia antigua, y que te lo compraría para ver el paso del tiempo. Creo que la reliquia sería yo, para el momento en que decidieras tirarlo. Luchar contra el tiempo es batalla perdida cuando se desea permanecer intacto. El flujo de los acontecimientos indudablemente nos provoca un movimiento lejos de la posición anterior. Me pregunto cómo sostener dentro de mil años la idea de ser uno mismo. Es imposible, pues la inmortalidad es ver morir seres queridos. No quiero perderte, Dalina. Olvido y tiempo van de la mano, por ello te escribo cada vez que el impulso de mis pensamientos cobran una magnitud incontenible.
He terminado las clases, y los exámenes. Aún así, queda un resto de la confusión por no haber recibido noticias tuyas. Dalina, anduve por las calles; mi cuerpo se hastía de hacer lo mismo todos los días: Comer, dormir, respirar. Por ello espero con impaciencia la noche, pues en ella todo es mejor. “Incluso las noches son mejores”, dice la canción, claro que el contexto, sobre ti, es una casualidad. En mis recorridos por la tarde caminé por la avenida de la universidad. La costumbre de mi despertar es seguida de la ruta hacia ella, creo que por eso tomé dicha dirección. Pero lo impresionante, fue ver un lago nuevo. ¿Puedes creerlo? Totalmente nuevo. Mi vista sin crédito ansiaba que la memoria, los cálculos, la lógica y la superstición, se conjugaran para dar respuesta al por qué lo encontré. Nuevo, un lago nuevo. Así que entré por la puerta en donde lo encontré. La describiré como la entrada de un vivero antiguo, construida de cantera y con adornos barrocos en la superficie. Del costado derecho, en el muro, se situaba una escalera de piedra que conducía hasta una ventana enrejada. Por lo tanto, no había manera de que las escaleras condujeran o sirvieran de algo. Al ingresar, lo primero que se veía era el lago, con su extensión hacia lo lejos. En derredor existían árboles centenarios: Olmos, sauces, pinos, acacias, álamos, y plantas con florecillas rosadas. Cabe destacar que las plantas crecían en los múltiples jardines, y algunas de ellas; me fijé; no tenían flores, sino que su forma semejaba pétalos como estrella. Alrededor del lago un camino, que parecía roca, conducía hacia las entradas; en suma, tres. En ese camino existían bancas de metal pintadas de rojo. Lo increíble fue ver un muelle, y sobre él, amontonadas, cinco bancas. Esto me hace suponer que aún no terminan de acomodar los implementos de que llenarán el lugar. He olvidado su nombre, pero es algo similar a: El ojo de agua del Párroco. Sabes, me encantó el hecho de que hubiera escaleras descendiendo hasta el lago. Eran varias a las orillas. Una era grande, las demás eran divisiones de una misma escalera. Sorpresa para mí y gusto el observar que éstas se diluían debajo del lago. La luz del sol provocaba que la transparencia del agua le diera un toque especial a las escaleras de piedra. Es en ese lugar donde inicié a escribirte, luego pasaré todo en limpio, porque desconozco aún si mi letra es legible para ti.
En fin, ese lugar es mágico; por decir algo concreto. Los días me suponen un riesgo de equivocar el paso. ¿Por qué? Pues porque un paso en falso provocaría que tome decisiones equivocadas, algo así como quedarse en medio.
El lugar donde se encuentra el lago se ha convertido en mi refugio. Los sauces milenarios serán las raíces al cielo que nutran mis letras hacia ti; pues escribiré cartas para ti ahí. Desde hoy lo decreto. Ahí me iré a leer los libros que me gustan, de los que te cuento en las cartas. Por cierto, ¿ya leíste el de Pamuk? No sé si te fijaste que cada capítulo; bueno, los tres primeros; inician con una frase concreta que denota de lo que tratará. Frases como: Al día siguiente me enamoré. O la de: Leí un libro que me cambió la vida. Es interesante el hecho que evade nombrar al personaje principal hasta la cuarta quinta parte, y al nombrarlo, lo coloca como una suposición que el lector debe hacer: Osman se presentaba a Osman; decía, o algo similar. Es sorprendente su escritura. Ese turco sí que enseña cómo se debe escribir una novela. No olvido que hace mención de las personas livianas, esas que se asombran con horóscopos. Cómo evitar burlarse de quien cree en poder leer su futuro, ¿no crees? De seguro te la pasas leyendo el horóscopo de los periódicos, y yo diciéndote estas cosas. Anduve leyendo también el de Haruki Murakami, de ese también te hablé. Aunque es directo a la hora de hablar de asuntos sexuales, sin mencionar su explicita descripción, se disfruta y es recomendable. El hecho de que al final no sepa dónde está y habla para decir que volverá con la chica. O el hecho de que pone sobrenombres a los personajes, y se refiera a ellos sin su real nombre, me parece de lo mejor. Que suave. Ya te conté demasiado pero no lo suficiente para quitarle el sabor. Lo principal en ese de Tokio Blues, es que gira en torno a una canción, la que destraba todo el recuerdo. El otro día leí un cuento de Murakami que es de lo más cierto. Aborda la cuestión de cómo acercarse a una mujer que ves pasar por la calle. Todos los hombres nos encontramos con la duda, y no logramos responderla; a menos, a tiempo. Quisiera que su idea se me hubiera ocurrido a mí, para poder llegar y decir: Oye, sabías que por aquí pasó una pareja así y asá…
De cualquier manera, el placer de leerlos provoca en mí una satisfacción personal, y sólo puedo decir que debes leerlos. Te iré mencionando algunos libros para que leas, y por qué no, también películas que debes de ver. Así comprenderás un poco de lo que me sucede.
                                                                                                        Mitra











QUESO FUNDIDO



Dalina:                                                                                                     Junio 19, 2010
He leído que cada onda sonora estremece el espíritu; pues me ha conmovido I Found a new Baby, de Ken Robinson Dixieland Band. El redoble de las escobillas sobre los platillos, la trompeta, el piano al inicio; todo está acomodado para encender el ánimo. Es como si queso fundido se posara en los frijoles, pero el queso son sensaciones ocultas, y los frijoles son mis pensamientos. Sabes, comprendo a Scott Fitzgerald. Viajo a los años veinte. Si quieres pasar un instante de dicha y gozo, te recomiendo esa banda. Uno de mis autores favoritos lo he mencionado, y deberías leer ávidamente como yo sus obras. Pero si de nostalgia se trata, I´m getting sentimental over you es la canción. Y como el título dice; me pongo sentimental por ti. Dalina, las cosas, esta noche en que escribo, se retuercen y me incitan a recorrer las calles oscuras para encontrarte. El cuarto está pidiéndome acallar la música de la radio. Ya no he prendido ni uso la computadora, ¿para qué, si prefiero escribir en esta libreta de pastas rojas? De alguna manera las lecturas de Fitzgerald, la radio con jazz, la noche, y querer decirte lo que pienso, me provocan despojarme de lo moderno, para volver a encontrarme bajo las situaciones presentes en décadas pasadas. Te diré que ya hasta me conocen en la oficina postal. Bueno, aunque tenga mi apartado ahí; ya que no sabía si me movería constantemente de dirección; la señora encargada me reconoce con una sonrisa cuando voy. No sé su nombre, pero ella el mío sí; lo ha leído en el formulario que llené y en las cartas que mando. El otro día que fui para abastecerme de estampillas me dijo: ¿Vas a llevar de las nuevas con aviones para tus cartas? Respondí que sí, pero me avergoncé porque supuse que adivinaría el tipo de escritos que mando. En estos tiempos, cuando alguien menciona cartas, lo primero que se le viene a la mente es el amor; siendo que en ellas se trata cualquier tema, como si fuera una conversación. Claro que no hay dialogo, sino monólogo.
Traje de un bazar un montón de libros que estaban en oferta. Los iré leyendo mientras escucho la radio. De hecho, tal vez vaya al lago nuevo del que te hablé para leerlos. Ahorita la música es de Sinatra. Su canción habla de cómo lo trató el amor a lo largo de su vida; él no se queja, aunque ya todas sus compañeras han desaparecido. Es triste saber con anticipación que las cosas terminarán, y que en algún momento se comenzará de nuevo la búsqueda. Me puse a pensar hoy en que al viajar por carretera se percibe la cercanía de lo desconocido, avanzando hasta uno. Las pocas veces en que me he adentrado por la carretera, parece que la soledad cobra una intensidad mayor a la que estoy acostumbrado. Por ejemplo, los días anteriores a hoy, estuve inquieto sin saber por qué. Iba de un lado a otro. Después, de la nada, una alegría inició el recorrido a mi lado. Pude sentir los efectos que la acompañan. El tiempo era placentero, dormía temprano, no sentía miedo a despertar. Los sueños se componían de carruseles, bailes, fiestas y bosques. Sabía que soñaba, y mi voluntad regía dentro. En una ocasión pude morir a manos de piratas, pero los persuadí de que podía unirme a ellos, y me hicieron su líder. En otro sueño sucedió que iba de la mano de mi novia; la del sueño, no sé si eras tú, no vi su rostro; rumbo a una fiesta. Ya habíamos comprado cigarros y cervezas. Era de noche y hacía frío. Condenados a sentir los efectos del viento sobre el cuerpo, ella se tomó de mi brazo, lo que agradecí interiormente porque también sentía helado el cuerpo. Avanzando, deduje una presencia detrás de nosotros. Le dije a ella que caminara sin mí hasta la fiesta. No, no me quiero ir sin ti; contestaba. Mis intentos por alejarla del peligro inminente fueron infructíferos. La presencia se posó delante de nosotros. Sus contornos mostraron ropa holgada sobre un chico de mi edad. En sus ojos reconocí mi rostro, la mirada era la furia que evado, y su voz habló con mi voz: Cáete. No se refería a que me tendiera al suelo, sino a que le diera los objetos de valor que traía. Sujeté a mi novia y le dije al Mitra de ropa holgada que no tenía dinero. Él estiró su brazo, y su puño golpeó mi abdomen. Aún así le dije que no tenía nada de valor. Él retrocedió tres pasos, y en su mirada la furia se tornó en sorpresa. No sé si se sorprendió de mi valentía, pero sé que estaba estupefacto. De pronto, nuevos sujetos nos rodearon. Tenían el rostro cubierto; excepto los ojos; con una pañoleta. En total mis contrincantes eran cinco. Se me acercaban, los alejaba, forcejeos, golpes, hasta que les dije que mi novia no era para ellos. Me contestaron que no les importaba. Está bien, qué quieren; dije. Túmbate; fue la respuesta. Saqué mi celular y se los di, agregando que ya terminara ahí todo. Pues nada, que aún molestaban. Entonces saqué un billete del bolsillo trasero y lo entregué en manos del Mitra testarudo con ojos de fuego. Ahora sin celular y sin billete, supe en el sueño que mi novia era el siguiente ítem. Para la pelea quise quitarme la camisa, y al irme desabotonando vi sangre en mi abdomen, manchando la camisa blanca. Maldita sea; pensé; me navajearon. Preparado para lo inevitable, de un lugar desconocido apareció una voz: Alto, es compa mío. Luego un niño de este tamaño; me refiero a que su altura se encontraba justo en el punto de la mancha de sangre; me rodeó con su brazo. Los cinco Mitra retrocedieron cuatro pasos, navajas en mano. El niño me dijo: ¿Verdad que eres mi compa? Aunque no lo conociera, dije que sí, que éramos compas del alma. Los cinco Mitra, miradas de hielo, se disculparon. Les dije que eran chingaderas, que miraran cómo me tenían; señalando la mancha de sangre. El niño de este tamaño me preguntó por lo que me quitaron. Después de numerar el celular, un billete y mi valor, el niño pidió mis cosas y se las entregaron para que me las diera. Lo siguiente que recuerdo es verme alejándome del sitio, que los cinco me veían partir y yo a ellos, pero todos nos vimos partir de espalda. Mi novia seguía en mi brazo, pero no supe qué fue del niño o quién era.
 Te digo que nada se compara con un sueño. Es de lo más exquisito que los hombres pueden saborear. Sin embargo, hoy que leí un poema de Sabines, quise escribir poemas e imbuirme dentro del estado mental propicio. Veía el cielo, los caminos, las piernas de las personas, sus zapatos, los collares de fantasía en las niñas, y todo lucía celestial. El espíritu me empujó a sentarme sobre la superficie en que suelto las bridas del pensamiento. Estando en mi alcoba, decidí ir a la azotea. Los edificios de la ciudad me atraían más allá de cualquier amante que he tenido. Quería crear alas de papel e intentar lanzarme por un costado del edificio Violeta hasta alcanzar las casas multicolores y de fachadas de ladrillo, pero la melancolía me lo impidió, y comencé a escribir poemas. En total fueron dos. Y es ahora que te digo: La tristeza me invadió. Está dentro conmigo y convivimos. Tierna y suave me platica lo que imagina. No quiero dejarla, pero quisiera dejarla. Es ella lo que me ha enfermado en delirio, por ello, ya no escribo en esta carta.
                                                                                                        Mitra
P.D. Me gusta el olor de la tinta cuando escribo una carta larga.
UNIENDO GUITARRAS



Dalina corazón de pollo:                                                                                    Junio 21, 2010                                                                                                   
Hoy recibí un paquete en mi alcoba. Sus proporciones y peso me hicieron creer que se trataba de cascuichas y calendarios acumulados. Pero al romper el papel revolución, vi que un tal Octavio dejó una caja con botellas de vino y cigarros. Tenía una nota junto al paquete de cigarros; treinta cajetillas en total. Decía: “Mitra, gracias por las palabras. Dejo un regalo para que renueves los inviernos que te traiga este verano. Amigo, has tenido prudencia al evadirme, pero yo aún recuerdo mi deuda contigo”.
Me dice amigo pero no lo recuerdo. Además, a qué deuda se refiere. Lo bueno es que tendré abastecido mi almacén con vino.
Seré honesto. Hay una película porno que me gustó. Se llama: Nine Songs. En español la titularon Nueve Orgasmos. Diferente a lo que has de pensar, las escenas sexuales no es lo que me llamó la atención. Es cierto que son muy pero muy explícitas, pero le meten un argumento. Se trata de una pareja que se conoce en un concierto, se acuestan, y a partir de ahí, es puro acostarse e ir a conciertos. Sin embargo, ambos se aman y se interesan sinceramente entre ellos. Preparan café o té, desnudos, y así se sientan a beberlo. Conforme avanza la película, sus aventuras son cada vez más atrevidas. Comienzan con posiciones normales, pero después usan látigos y hacen tríos. Fuera de eso, puede verse que ambos sienten una atracción más allá de lo físico. Me recordó una relación que tuve. Sabes, puede que no lo creas, pero llegué a pensar en la virginidad antes del matrimonio. Te cuento esto porque no quiero que haya secretos entre nosotros. Bueno, por si me preguntas algo, contestaré con la verdad; si no es que ya te había hablado del tema. Pasé hasta dieciséis otoños con sus lunas escuchando de mis compañeros sus aventuras sexuales. Unos aseguraban que debía usar doble condón. Otros decían que lo mejor eran los tríos con dos mujeres. Ninguno de ellos mencionó haber estado con otro hombre; no sé si aún sea así. Al oír de sus escenas y gemidos, las imágenes en mi mente me decían que era un excluido. Dieciséis años y nada de nada. Un blanco invierno en que conocí una chica cuatro años mayor que yo, quedé prendado por la idea de lograr su atención. Le hablaba de que la música es un implemento necesario en la educación de los niños; que debían plantarse más árboles por las calles desérticas; que se debería multar a las personas que arrojan basura fuera de los cestos, y cosas por el estilo. Resultó que una semana después mi hermano la presentó en casa como su novia. Los acontecimientos siguientes están plagados de vergüenza. Yo pretendiéndola sin saber que mi hermano poseía su voluntad. Al enterarse él, en lugar de golpearme como supuse, me llevó a la casa de una amiga de él. Gabriel mencionó que debería escucharla, y si trataba de invitarme una cerveza, yo accedería sin preguntar. Antes de partir pero después de habernos presentado, Gabriel dijo que al día siguiente lo vería. Al momento no lo comprendí. La chica se llamaba Nancy. No recuerdo si dijo apellido. Gabriel se refirió a ella como Nancy la habladora. Pues me quedé en la sala, donde unos sillones rotos, con dibujos de rosas blancas, nos veían. La primera en romper el silencio fue la habladora. “Qué procede, qué funciona, qué se hace”, era la frase común en su boca. Sacó un par de cervezas, y cada una de ellas fue repetida hasta completar quince. Hubo un silencio helado en que no supe qué hacer, así que comencé a jugar con mis manos. De fondo había canciones en la radio, y la estación sintonizada se compuso de samba, tango, boleros y danzón. Ella, para romper la gélida sensación de caer en la aburrición, cerró mis labios con el dedo y después me besó. Aunque corto, me pareció gentil. Lo que puedo contar es que ella tuvo una característica difícil de olvidar: Decía que le gustara que le hablaran mientras hacía el amor. No sabía qué decir, así que sólo repetí su nombre. Por dos momentos la piel y los recuerdos se fundieron fuera de la habitación en que había colocado un par de cobijas sobre el suelo. Después comentó que no me pediría nada, que aquello sucedió y nada más, que no era necesario que nos volviéramos a ver. Yo, aunque nuevo en el tema, me fui acercando en algunas ocasiones para conversar con ella los días posteriores. Al día siguiente Gabriel fue por mí a casa de Nancy, y yo la visitaba para hablarle de lo que me pasó en las semanas sin vernos. La habladora inició a mi cuerpo en la fantasía de la felicidad carnal, y de ahí las demás mujeres que continuaron en la cronología se destacan en si las amaba o no; cosa que en Nancy no sucedió, pero casi.
Mi alma desde entonces no encuentra la mitad arrebatada.
Quisiera hablar de tantas películas, que me sorprende recordar tan pocas con exactitud. Por ejemplo: Tideland, que es sobre una niña con padres drogadictos. Ella les prepara la dosis, y hasta le dice a su papá que ésta vez no se tarde mucho en el viaje. Ella ni se da cuenta después de que su padre muere, y lo trata igual que si estuviera drogado en exceso. Pasan los días y ella juega. Sabes, puede sonar triste, pero es sólo un vistazo desde otro punto de vista. O podría contar sobre La Sociedad de Los Poetas Muertos. Una obra que supongo estaría mejor si incluyeran todas las escenas cortadas. O contar en la lista la de Cinema Paraíso. Hay otra película llamada Café y Cigarros. El tema principal puede deducirse. Son once historias concatenadas por el ambiente que tienen los cafés. Los personajes fuman. Sin duda, debes de verla. Aunque en todas aparecen los mismos elementos, cada historia es única; explora la situación humorística que atañe al encuentro de dos o más personas. Hay una en la que aparece la misma actriz encarnando dos personajes diferentes; si lo deduces, puedes darte cuenta que se realizó la imagen con mucha inteligencia. No hablaré detalladamente de esta película porque debes verla. Además, he recordado a la habladora y la frase que me dijo continuamente.
Que tus noches transcurran sin fin, mientras espero a que respondas alguna de mis cartas. Sabes lo que quiero de ti.
                                                                                                             Mitra








EL RECINTO NATURAL DEL SILENCIO



Dalina:                                                                                                            Junio 25 de 2010
¿Qué ha sucedido con las formas de las cosas? La silla se olvidó de ser silla y se viste de cómoda. El espejo se ha deshecho de los inviernos, y ahora anuncia las dedicatorias que las mujeres les mandan a sus ex maridos. Algo similar le ocurre a los sonidos. Al encender la radio, escucho risas y sólo risas, como si estuvieran burlándose de mí. Por la tarde antes de que lograra alcanzar el sol, vi moverse las campanas de la iglesia de San Antonio de Pascua, pero el murmullo de los grillos provenía desde ellas. Por primera vez sonreí desde hace un mes. Las golondrinas cuchicheaban las noticias de Japón, y un perro me dio las buenas noches. Dejaré que todo fluya normal. Cuántas veces se puede observar lo que vi hoy.
¿Has conocido el hambre? No me refiero a la falta de alimento, sino a cualquier necesidad que hemos creado. Pienso que se debe prescindir a voluntad de las necesidades; no sólo de alimento, también de aquellas cuestiones que ponderamos importantes. Cosas como la compañía. Al carecer de ellas entramos en el mundo donde aislamos el verdadero yo. Hoy comienzo a reconocer que las situaciones cambian. Decido cambiar a voluntad.
¿Qué sucederá?
                                                                                                          Mitra




RISAS DE PAPEL



Dalina de la voz iniciada:                                                                             Junio 26 de 2010
Solté las ráfagas, destrabando el obturador, alineando el lente y fijando el tripié. Las sombras en sus rostros reflejaron la serenidad. Después de llevarme las imágenes digitales en el bolsillo derecho, de dislocar el tripié y sonreír a mis modelos, caminé rumbo a la vigilia. Despierto y mi cama espera. No es la misma cama. He despertado al costado de un contenedor de basura, y alrededor hay cáscaras de plátano y dos botellas de vino vacías. Pienso en ti en las noches y en los días, y siempre llega una larga meditación al respecto. El silencio es lo más común en mis labios. Ayer, por ejemplo, una anciana me dirigía palabras acerca de por qué tropecé con su perro, pero de mis labios obtuvo la misma mueca con que camino día a día.
Ha llovido por la mañana, y supongo que debí tomar precauciones en su contra. El poco cobijo que porto; me refiero a la chamarra delgada; no es suficiente. Pero como dije antes: Estaré prescindiendo de elementos necesarios.
Parece fácil decirlo. Sobretodo mientras escribo esto. El papel y la tinta, la tinta sobre el papel; mi cuerpo en lo helado y un sentir aislado de mí. Me recorre el perfume de la basura, y el hedor de las personas. Veintidós años son suficientes para decir: Cada vez que río, las carcajadas suenan como una hoja en blanco, carente de tinta, lo que las transforma en risas de papel; insinceras e insignificantes.
                                                                                                         Mitra



FANTASMA



Dalina:                                                                                                                  Julio 3, 2010
Hace una semana que abandoné mi cuarto con todo dentro. He sentido ambos lados de la soledad. La pasión y el abandono. Abandonar algo o que algo me abandone; mientras que el otro lado se compone por el ímpetu de saberse en solitario bajo el influjo de algo sublime. La pasión que implica sostener la voluntad en un punto fijo, que se puede referir a ti, a una botella de vino, o el simple caminar debajo de la noche. La intensidad de ambos lados se traduce en que nadie comprenda ni me acompañe a surcar las veredas que recorro. En algún lugar habrá quien diga que la esperanza lo enaltece, pero cada minuto me convenzo en que la esperanza es lo peor que existe.
Aún con todo, ¿qué me espera detrás de cada despertar o amanecer?
No llevo nada conmigo más allá de lo que traigo puesto y tres botellas de vino en mi mochila. Asumo una exploración, pero desconozco de qué o para qué. Callar después de reír; mi filosofía actual. Reír y olvidar la vida; la filosofía de mañana.

“De las rosas sale tu nombre, Dalina.
Como de las noches surge tu ausencia de fantasma”.
                                                                                                               Mitra



UMBRAL DEL VENCIDO



Dalina:                                                                                                           Agosto 5 de 2010
Algo se rompe en mí, escucho la noche y el crujir de un osario bajo mis pies. Se acerca un año; se cumple un año desde que mi piel quiso unirse a tu piel: Hoja de frutas invisibles, pétalos dorados en rizo, llaves de cavernas y cuarentenas de espejos. Amo el lunar de tu pecho, con el sagrado misterio en su interior. Amo saber que te amo, a la distancia en que un cuerpo soporta el deseo. Amo una silueta nocturna, en el ocaso de mis días. Se acerca un año. Se acerca mi lento partir.
Puedo sentir que la furia ingresa dentro de lo que no soy. Las palabras exactas para decir lo que pienso son cortas para lo que el significado requiere. ¿Será beber de tu boca el beber de la vida? ¿acaso en un beso se cuenta la historia de los enamorados? Hay que construir un puente que una los cuerpos más allá de los sentidos.
Mis cartas son tuyas y tuyo es mi recuerdo. Desnudo sobre mi lecho, desnudo el alma para escribirte. Queda poco. Poco queda. Las palabras que se alcanzan a trazar tratan de concentrar mi querer; el querer ver en tu presencia la ciudad desconocida, conocer a la mujer que ahuyenta mi soledad. Seiscientos kilómetros nos separan, tu silencio nos separa; la ausencia nos une, mi voluntad nos une, y casi estoy seguro que podré leer las cartas que te mando.
Decir lo que en mi día hubo sería contar que no te tuve en este día. Solitario en la ciudad, distante de tus brazos, espero, aguardo, escucho partir mi cuerpo. ¿Por qué en un momento te di la llave y candado, para dejar las maletas en mi corazón? ¿acaso piensas empecinada en mí? ¿sabes en dónde fui a cazar golondrinas? ¿conoces el día en que desperté cubierto de lluvia? Me voy, te fuiste, nos dejamos de ver.
Ya no hubo momentos enclaustrados para nombrar un futuro, sólo la cosmogonía de mi mente. Ya no hubo despedidas; me fui el día que te vi desaparecer por la calle. Y ya no habrá películas ni poemas con mis canciones; mi alma queda intacta en el vano del umbral.
Ayer destruí mi reloj, pero el tiempo sigue vivo.
                                                                                                           Mitra.

















INGRESO POR LA PUERTA



Dalina:                                                                                        Septiembre 18 de 2010
Después del sueño, esta noche, destruyo el orden anestésico. Prefiero ensayar el error, una y otra vez; de nuevo. Realizar las cosas mal, como para mal han venido. No he conocido quién sustente mi verdad: Caminar es perder el equilibrio. Hay algunas cosas que me ha faltado añadir a las cartas anteriores:
No se culpe al alcohol, él no tuvo la culpa.
Un mendigo me dio un cheque en blanco del banco Felicidad.
No desconfío de ti, sino de los demás, con los que andas.
Hay cosas que prefiero dejarlas al tiempo.

                                                                                                                   Mitra







4



Éstas fueron las cartas que me llegaron. No, nunca lo conocí, pero supongo que era aquel muchacho de cabello largo que venía arrastrando los pies por la acera, y que veía el suelo en su andar. Parecía que en mucho tiempo no había visitado al estilista. Solía caminar por estos rumbos muy seguido. Algunas veces se paraba frente al hotel, como si esperara a un familiar o amigo que ha llegado de un largo viaje; pero nunca vi de dónde venía o hacía dónde seguía el rumbo. Lo que recuerdo es que andaba solo y cada día más sucio. Hay veces que al ver una persona se puede atravesar hasta su pensamiento, pero en él; si era el mismo que le digo; la juventud mostró la perdición ante lo imposible. Pobre, una vez quise darle algo de comer. Era tan delgado y taciturno, que supongo que anda sobreviviendo de la caridad. Palabras más palabras menos, fue lo que la mujer de cabello corto, con tintes de rubio, le dijo a un joven que tocó a su puerta. Ese joven carga con las maletas de la esperanza de la juventud, y ésta se compone principalmente de una inquisición que ninguno resuelve en su vida, sino que la va olvidando con cada nuevo día.
-Por eso le digo, joven, que ya no me ande trayendo más cartas de ese muchacho o de quién sea que dirija las cartas.
-Bueno… sabrá… ¿qué le puedo decir?
-Usted, como cartero, debe de conocer cómo proceder en estos casos. Le digo que aquí, en este hotel que usted ve, no ha vivido ninguna mujer con ese nombre.
-Resolveré esto en la oficina postal, señora. No se preocupe. Sólo le pido que llene éste formulario con sus datos; no olvide el nombre, que es lo más importante; para que mis jefes sepan a quién dirigirse si llega a haber algún contratiempo o que simplemente le pidan su testimonio en un futuro.
La mujer, con tintes rubios, accede a la petición. No sin antes dar una mirada de desconfianza y reprobación ante hechos que aún no suceden. Se imagina que recibir cartas para una persona desconocida, en su domicilio, ha sido bastante molestia, tirando ya al enojo y al fastidio total. En el fondo, sabe que es la única manera de deshacerse de una presunta carta final, la otra, la siguiente.
Dando las gracias, despidiéndose, el cartero joven sigue con su itinerario de todos los días, con una novedad: Debe dar parte en la oficina postal de que una serie de cartas no son bien recibidas. El día claro y frío de Noviembre tiene ahora tintes de invierno. Sostiene su bicicleta rodante con la mano derecha, en la cual, sobre las alforjas traseras, carga la demás correspondencia, pero en el interior de su chamarra ha colocado las diez cartas de Mitra.
-Dalina… es un bonito nombre. Un poco extraño, pero bonito. Es tan extraño como el nombre de Mitra- se dice el joven cartero.
Nace una inquietud en su alma. Se pregunta si es necesario dar aviso a la policía, después de todo, se presume que una persona no recibe su correspondencia, y otra la ha mandado a un lugar que no debía. Ahora piensa que de eso se encargarán en la oficina postal, y se dice: Para eso estamos. Ya terminado su recorrido, después del medio día; y con la mañana helada y la mujer de cabello corto atendiendo su hotel, atrás en el tiempo; llega a la oficina postal.
El muchacho expone rápidamente a su superior cómo dio con la dirección ubicada en privada Cisne, y lo que ahí aconteció. La mujer de cabello con tintes rubios le dijo de las cartas y se las dio. Añadió que podrían estar dirigidas a una de las incontables inquilinas de paso en su hotel y que, al revisar el registro de huéspedes, ninguna mujer tenía dicho nombre: Dalina. Comienza a mostrar el formulario que el joven creyó oportuno llenar para el caso, ya que, aunque no había recuadro que indicara el nivel de molestia, sí había uno para llenar si el destinatario no vivía en el lugar indicado, en el domicilio. ¿Si hubo mención anterior a ese día con respecto a las cartas no correspondidas? No… él acaba de ingresar a trabajar una semana atrás. Probablemente no, o el cartero con la ruta, el que acaba de jubilarse, lo olvidó. ¿Otras situaciones similares? Ninguna. Ahora el joven sabrá cómo reaccionar si se topa con lo mismo alguna vez. Su jefe le ha explicado que esas cosas pasan. El superior inmediato le dobla la edad, y parece que ha escuchado noticias similares a lo largo de su carrera, que bien puede ser la mitad que le lleva al joven en edad. Sin apretón de manos se despiden y continúan su labor, o el término de ella. Ahora el joven cartero va hacia una conocida que está en el mostrador, donde los clientes compran estampillas, dejan la correspondencia, mandan paquetes, donde ella los pesa, y donde se da información de las tarifas de envío. Le comenta la nueva situación. Ella se sorprende de que ésta vez no le cuente de los números de las casas y sus formas peculiares. En una ocasión le había llamado la atención la placa en oro puro de una familia. La mujer, que aparenta unos cuarenta, de sonrisa amable, cabello oscuro y ondulado, con unas pecas en las mejillas, luce interesada. Su sweater rojo le cubre del frío, pero deja ver su complexión ancha. Al joven le cae bien, ya que lo ha instruido en cómo encontrar fácilmente las direcciones y cómo funciona su departamento. ¿Qué pasó con las cartas? Se las llevó el superior. Ella responde que lo más probable sea que estén en el buzón de correspondencia perdida, la que tendrá un paradero desconocido que ni ella ha sabido destejer.
-¿Qué le pasa?
-Nada.
-Dígame- insiste la mujer de sweater rojo.
-Eran unas cartas extravagantes. Interesantes también. Sabe… para mí que si se me da la oportunidad de mandar mis pensamientos, me gustaría hacerlo así, como él.
-Si te gusta, hazlo.
El joven cartero siente vergüenza ajena por lo que acaba de escuchar. Siempre ha creído que las personas que dicen: Si te gusta, hazlo; son en el fondo estúpidas, por no considerar las circunstancias positivas y negativas, y que recaen en una frase simplista. Pero sabe que se refiere a que debe hacer y atreverse a realizar lo que se proponga. Ya si su deseo va contra la ley, sólo él se verá afectado, y la mujer continuara vendiendo estampillas muy feliz. Ahora recuerda por qué le caen mal esas personas que dicen la frase: No les importa verdaderamente lo que suceda.
-¿Podré encontrarlas, para que las lea?
-Yo creo que sí. ¿Recuerda algo de lo que decían?
La respuesta del cartero fue: Algo. Entran en una confianza aún mayor que la que tenían por la mañana, cuando se saludaron con un ademán de cabeza y una sonrisa. Él le dice que estaría bien encontrar a la persona que las mandó, o a la que están dirigidas. ¿Cómo? Pues hay pistas en las cartas; le contesta él. Más motivado, decide ir por las cartas en donde la mujer le había anunciado que estarían. Lo de abrir ese buzón no era problema; no tiene candado, pero ella tendría que vigilar si querían; ella, leerlas; él, encontrar las pistas para buscar a las personas. Ya de vuelta con las cartas, cinco minutos después porque se encontró con un conocido que le pidió cambio para el camión de regreso a casa, la mujer le dice que es hora de que ambos se vayan. Un poco desilusionados, pero con la voluntad puesta en releer las cartas, deciden que las leerán en casa de ella; no queda lejos. Luego el joven recuerda que para encontrar las calles que mencionan las cartas se necesitará un mapa como el del trabajo; ya se va poniendo la bufanda en el cuello y ella toma su bolso de la mesa en que lo dejó. ¡Claro! La mujer menciona que, por gajes de oficio, tiene uno en casa. Así los dos parten al domicilio en que, si llega carta para la mujer de sweater rojo o su familia, no habrá problemas con carteros. No se sabe el pensamiento de la mujer si, en dado caso, llegaran las cartas erróneamente para otra persona. ¿Qué diría su marido si encontrara cartas de amor desde otro hombre, y que, con un nombre distinto de la dependienta del mostrador, supondría como apodo de cariño mutuo entre su mujer y un desconocido, o amigo, o el cantinero que le sirve en la taberna que frecuenta?
-Puedo preparar café por mientras. ¿Vive lejos de aquí?- dice la señora cuando van camino a su casa. Él le contesta; un poco perturbado en su interior, pues se imagina yendo a la casa de una mujer para leer cartas ajenas, tomando café, pero sin mostrar su perturbación; que no vive muy apartado. Usó esas palabras. Que incluso nadie lo espera en casa; vive solo desde un mes atrás. Pero sí vive muy lejos de ahí; eso no lo dijo. Que bueno; dice ella. Ahora la idea de estar solos le parece extraña a la mujer, consonando con la perturbación del joven cartero.
Entran en el domicilio con número trescientos veinticinco. El joven tiene afición reconocida por los números de las casas, y ella lo nota mientras van dejando que la puerta de metal se cierre. Después de esta puerta, hay un jardín con macetas dispersas, en total once, de rosales, camelias, y de geranios. Sobre una pared desnuda está el número; visible desde la entrada principal. En la otra pared se encuentra una ventana y la puerta de madera con acceso a la casa de la mujer.
-Lo compré en un tianguis de baratijas. Cada número en mosaico.
-Lo que me llama la atención, no es sólo de qué están hechos. Mire, fíjese bien. ¿Qué nota? ¿Cómo que nada? Vea cada número y trate de encontrar un sentido… Está bien, se lo diré. El primero es un tres; el siguiente un dos; el otro un cinco, entre los tres forman lo que llamaría matemática inconsciente. Tres más dos son cinco; cinco menos dos son tres. ¿Ahora lo ve? Ya veo que no se había fijado en eso. Es una costumbre que tengo desde niño. No había mucho en que entretenerse cuando iba acompañando a mi papá a su trabajo.
-Entiendo-. Han cerrado la puerta de la casa, la de madera-. ¿Le importa si fumo, Martin? Se me antoja fumar cuando tomo café… Perdón… ¿Fuma?
-Sí, a veces. Casi siempre de noche. En el trabajo no, porque hay que tener respeto del trabajo, Adela.
-Creí que no lo hacía. Perdone el desorden.
-No se preocupe, mi cuarto anda por las mismas.
-No tuve tiempo de ordenar, pero lo bueno es que es fin de semana y no habrá trabajo hasta el martes. ¿De dónde es? Váyame contando mientras preparo el café.
Viendo cómo la mujer se va a la cocina, quitando un par de sillas a su paso porque la casa no es muy grande, él comenta que de una ciudad cercana. Le parece imperturbable el lugar, ya que, según recuerda, la avenida de afuera es muy concurrida; no traspasa ruido exterior hasta el sillón donde posa su chamarra y bufanda, quedándose de pie como una visita a quien no se le ha concedido tomar asiento. Las libertades, por ahora, quedan relegadas a respetar las reglas de urbanidad. Ella le dice, desde la estufa encendida, que es de esta ciudad, y que no ha ido a la que el cartero menciona como su lugar de nacimiento.
-Se ha de preguntar si estoy divorciada o si tengo hijos.
-No, la verdad no-. Miente y se dice el joven: Me leyó la mente.
-Lo estuve, pero sin hijos, y ahora soy viuda, Martin… No puede ser… no hallo el café por ningún lado. Juraría que compré uno la semana pasada.
-No se preocupe.
-Puedo ir por uno rapidito a la tienda. No me tardo.
-No se preocupe. De todos modos es tarde para tomar café. Aunque el frío lo llama.
-Sí, mejor voy por uno… ¿No? No me diga que sólo fumaremos… es malo fumar sin beber algo… no me tardo.
-Tiene razón, cuando fumo tomo.
-Ya ve. Ahorita vengo.
-Pero yo tomo licor.
-¡Me parece perfecto!
-¿Qué, Adela?
-Un vinito sí tengo. ¿Le gusta el tequila?
El joven cartero ahora se encuentra, no perturbado, sino bajo esa extraña sensación de satisfacción, odio y recato que conlleva cada hallazgo entre el deseo de siempre, escuchar que dicen vino en diminutivo a un destilado, y de no poder alegrarse como quisiera por escuchar la invitación a beber lo que uno gusta.
-Sí. Eso es más de mi agrado.
Sin esperar más muestras de confianza, Martin toma asiento en el sillón donde reposa su chamarra; de ella extrae las diez cartas. La mujer apaga la estufa. No tengo idea concisa sobre quién sea o dónde esté el tipo que las mandó. Es tan tremendamente difícil dar con quien ha borrado sus huellas; piensa el joven. Abiertas y leídas, deduce que Mitra anda perdido; y no en calles o ciudades desconocidas. Intuye otro tipo de perdición, la cual ha comparado con los vicios. La palabra locura también aparece un instante, pero no lo suficiente para tomarla en cuenta, por el momento. Adela vuelve desde la cocina a donde está el joven, llevando la botella de tequila, dos vasos de vidrio con florecillas amarillas pintadas, el cenicero, la cajetilla de cigarros y uno encendido en las comisuras de los labios. Ella cree que ha sido descortés el meter los dedos dentro de los vasos, pero ve que Martin está muy atento a las cartas abiertas.
-Agarre uno de la cajetilla. Si gusta, préndalo en la estufa o de aquí, del mío. Voy por el mapa- él contesta con una mirada-. No tardo.
Va anocheciendo por fuera de la casa. Las luces del interior han sido prendidas por Adela al partir por su mapa. Con el cigarro encendido, Martin se acerca al estéreo que ve junto al librero con pocos libros que está en la sala; compuesta por dos sillones y una mesa de té. La cocina es un pasillo con dos sillas altas de madera, un refrigerador blanco, estufa de cuatro hornillas, sin horno, y una mesa pequeña con lugar para dos personas. La alacena, o lo que el cartero piensa que lo es, se compone de un ganinete empotrado en la pared de la cocina. Cerca de la cocina hay tres puertas. No lo sabe el cartero, pero dos de ellas son de habitaciones, y la otra es del baño. Supone cuál pertenece al baño, pues cerca está un lavabo, y muy probablemente; piensa; un espejo donde todas las mañanas antes del alba, la mujer viuda se arregla con esmero para verse presentable en el trabajo.
Entre los discos junto al estéreo, le llama la atención una colección de jazz, tango, danzón y bolero, que Adela tiene. Sorprendido, sin creerlo, hay uno que lo trastorna; el nombre del grupo le parece familiar. Lo mete en el estéreo y escucha iniciar los pasos de Adela desde su habitación por detrás de su espalda, y las tonadas de un tambor, platillos y de una trompeta desde las bocinas. “Triste la ambición de tus ojos brujos. Viajes en avión, y hoteles de lujo”, dice el cantante al mismo tiempo que Adela dice: “Aquí está, y se me ocurrió una excelente idea”.
Es graciosa la forma en que dos frases se escuchan: Triste ambición aquí está, de tus ojos brujos y se me ocurrió, viajes en avión, una excelente idea y hoteles de lujo.
-¿Qué idea, dígame?
-Dime Adela. Es más, háblame de tú.
-Si así lo prefiere. Creo que el tequila lo amerita.
-Veo que te gusta Paté de Fuá.
El cartero Martin se queda inmóvil y estupefacto. Tres cosas acontecieron al mismo tiempo; como las dos frases anteriores. Por un lado reconoce el nombre del grupo como proveniente de las cartas, y por el otro piensa en la confianza que aumenta y en la idea que se le ocurrió a una conocida que ya no es sólo conocida, sino, porque están comenzando a beber tequila, fumar, escuchar música y adentrarse en pensamientos ajenos. Saliendo por un instante de su estado, dice: ¿Qué cree?
-Dime… Tienes razón, no hay que tomarse libertades.
-No, eso no. Está bien, Adela. Lo que le iba a decir es que en una carta habla de este grupo.
-¿De verdad? Pues que buenos gustos ha de tener el chico. Tal vez un poco loco. Gracias- tomando el vaso con tequila que le sirvió y extendió Martin.
-Bueno bueno. Mire… perdón, mira, era de las primeras… ¡Aquí está! La primera. Lo sabía.
-Ya veo ya veo.
Música de fondo, tabaco encendido, alcohol; conforme leen ambos las cartas; a voz alta desde Martin, se dan cuenta en su interior cada uno de que son los elementos que rodearon a Mitra y que los acompañan a ellos ahora. Con este pensamiento en común, se van sirviendo el segundo vaso, a la mitad, de tequila.
-Oiga, Martin…
-También háblame de tú.
-No le dije si quería refresco, hielos o siquiera agua. Qué descuido el mío.
-Lo tomo así, solo.
-Yo también yo también.
Encienden dos cigarros más. Él fuma de tal forma que para cuando ella va con el segundo, él ya ha fumado tres.
-Podemos rastrearlo mañana. No, mañana no. El martes, cuando estemos en el trabajo, veremos si hay una casilla de apartado postal con el nombre de Mitra. ¿Dijiste que tenía un apartado postal o lo leíste ahorita en voz alta? Como sea, algo así recuerdo yo.
-Tienes razón. En ésta lo menciona… ¿ve?
-Por ahí comenzamos. Brindemos por la primera huella a seguir. ¿O debo decir pista?
-Pista, Adela. Pista.
-Revisemos en el mapa las calles. Pero no me suenan.
Teniendo en cuenta que la ciudad es grande y que en ella los nombres de calles pueden ser de una o varias, sin contar su longitud extensa, el joven cartero supone que son las únicas pistas que pueden seguir. A esto se pueden sumar los nombres de edificios y lugares. Su mente ya registró la callejuela Revolución, edificio Violeta, Iglesia de San Antonio de Pascua, pastelería Ambrosía; las demás calles y lugares, si hay otras y otros, no las ha retenido la memoria, pero sabe que puede consultar las cartas; como si fueran de navegación; para tener noción de cuáles otras se incluirán. Ya ha observado, conforme avanza la noche al lado de Adela, que Mitra no escribió remitente.
-Martin, esa iglesia sí la conozco. Ahí se va a casar una ahijada la semana próxima.
-Vamos avanzando, entonces. ¿Sabes dónde queda?
-No sé dar muy bien, pero pregunto a mi ahijada. Deja la llamo.
La mujer se retira un momento hasta su alcoba. Desde allá se puede oír un marcar sobre disco, lo que se puede deducir como de un teléfono antiguo, o al menos no de teclas. Después se oye un cuchicheo, unos saludos efusivos, y palabrería que para Martin resulta absurda. Para ese joven no importa más que la hora en que las pistas lo lleven al siguiente punto, el otro, el que le dé dirección a su viaje. Tres canciones luego, y dos cigarros más y un vaso de tequila lleno, Adela vuelve al lado del joven, bebiendo alegremente de su vaso renovado con líquido y diciendo:
-Mitra… ¿dónde te has metido?
A Martin le parece que Adela ha dicho lo anterior con una familiaridad implícita en toda intromisión a lo ajeno, de la cual, no se siente parte pero a la vez sí. No encuentran en el mapa los nombres que Mitra puso de calles y teatros, sólo es real la iglesia de San Antonio de Pascua.
-¿Ya tenemos la dirección de la iglesia?
-Sí, ya está listo. La apunté en mi agenda. ¿Quieres que la traiga? Bueno, deje voy para que vayamos anotando lo que encontremos. ¡Qué emoción, qué emoción!
-Espere, Adela-. Un instante se olvida de hablarle de tú-. La descripción del edificio la conozco. Me parece que está en Viejo Barrio.
-Tienes razón- ella no lo olvidó-, sólo ahí tienen casas pintadas de manera multicolor, pero hay unas que apenas las están arreglando. Oye… las cartas son muy bonitas. Si a mí me las mandaran, me encantaría y caería prendada sin duda.
Va y vuelve de nuevo, más rápido que las anteriores ocasiones.
-Martin, ya que estamos siguiendo los pasos de ese muchacho, ¿qué te parece si le tomamos al pie de la letra ciertos gustos?
-¿A qué se refiere?- pero pensó: ¿Quiere que veamos las películas que dice Mitra, que leamos a los autores?
-Da la casualidad, pequeña o grande, de que tengo tres o cuatro discos de Sinatra. Podemos ponerlos, ya sabes, para entrar en ambiente de melancólico escritor de cartas.
-¡¿En serio?! Pues no me parece mala idea.
Adela se acerca, pasando sus muslos por la mano desnuda de Martin, hasta el estéreo en busca de los discos. Aquel pequeño roce ha sido capaz de remover sentimientos encontrados en el joven corazón. Desde su posición dice: Oye, tu nombre se parece al de las cartas. Vaso alzado en los labios templados para beber serenamente, la calma se pierde en el alma de Martin. Sabe que es cierto; salvo unos cambios de ortografía, sería el mismo.
-No espante, Adela- y ríe irónicamente.
-Ya los puse. A ver qué tal le parecen, Martin. No lo has escuchado de seguro.
Conforme avanza la música de Sinatra, el alcohol comienza a surtir conocido efecto de mareo y bienestar en los cuerpos. La mujer tararea; las conoce de principio a fin. Ya la noche ha caído, y el frescor propio de la temporada llega al interior con las bombillas prendidas. Han apuntado los lugares conocidos que pueden encontrar; por donde comenzarán la búsqueda; y se recuestan en el sillón. Uno en cada extremo, con la canción de For once in my life, chocan sus vasos llenos de tequila y dejan de fumar para darse cuenta de que la botella está por terminar. Adela se incorpora, pero en su movimiento Martin la detiene; piensa en varias cosas, y se decide por dejarla en el sillón mientras va por la otra botella que supuso que estaría en la cocina.
-Me gustaría saber lo que dice la letra, Martin.
-Pues tampoco sé bien el idioma, pero ha de ser algo romántico; la música así es.
El joven escancia de la botella a los vasos. Ahora lucha con su ser; quiere retener la intención de lo prudente y lo imprudente. De pie frente a la mujer, le pide prestado su baño; el efecto se tornó insoportable. Ella le dice dónde está, lo ve desaparecer tras la puerta y espera a que regrese. Minutos más tarde, en que se pasó Adela escuchando las canciones e imaginando que un hombre atractivo se las dedicaba, reaparece Martin.
-Léeme la poética. La que nos gustó.
-¿Umbral del vencido?
-Sí, esa debe ser. Hasta el título tiene que ver con el sentir de él. Mitra… Martin.
-Adela… Dalina.
-Me gusta… qué digo, ¡me encanta cómo suena! Mientras la lees, yo seré Dalina y tú serás Mitra.
El joven cartero se sorprende. Semejante propuesta la encuentra atrevida. Sabe el peligro de confundir sentimientos ajenos con propios, sobre todo bajo los efectos de bienestar del tequila sin rebajar. Se incorpora ella y va a la cocina; en su regreso lleva una jarra con agua y dos vasos más. De ellos beben para satisfacer la sed. Sonrientes en su fuero interno, la mujer anuncia que se retira al baño un momento, para volver en pocos minutos. Ella ha recordado que no han comido, y por ello trata de atenuar la afectación con el diluyente universal. Seguido de ello, se sienta cerca de Martin, de forma que su cabeza quede en el hombro del cartero, al alcance de las palabras quedas.
Martin; convertido en Mitra; comienza a leer.













5



-Qué hermosas cartas… pero… Martin, tú aquí con una señora. Estás en edad de vivir como ese muchacho. Debes tener novia… ¿No? Me sorprende. Tienes cara bonita, estás delgado. Todas quisieran un hombre así, al menos si las quiere…
-Ya no diga eso. Así estoy bien. Puro trabajo.
-Pero amigas, ¿sí?... Ya ves, eso sí me lo temía. Un joven tiene que conocer aunque sea un par de amigas si no tiene mujer fija. De seguro ibas esta noche a verte con una y yo quitándote el gusto.
-Me la paso bien. Y no, no tenía a quién ver hoy.
-¿Alguna que te guste?
La inquisición ronda en el aire. El silencio reina y retoma Martin el vaso con tequila para beber. El vidrio en su labio se humedece, y al término, dice:
-Pues hay una que he visto en mi ruta.
-Cuéntame.
-Por una calle escondida, de las que la inocencia anuncia experiencias maravillosas, aparece por la mañana vestida con ropa deportiva y pasa a mi lado. Imagino que sus ojos deben ser marrón oscuro. Nunca la he visto volver a esa casa, sólo la vi salir en cinco veces. Aún así, siento que me gustaría conocerla. Imagino que en los pasillos del mercado busca una pera y dos manzanas, pues cada mañana come de ellas al volver de su carrera matinal en el parque. El sabor de su boca se impregna del néctar, lo que atrae el apetito por besar sus labios. Pienso que mientras corre ella mira el camino de tierra y los árboles, imagina que va de viaje por el mundo para conocer las canciones que se cantan en cada idioma. Su cabello es cobrizo y largo hasta el brazo. La primera vez me dijo buenos días, y en ese saludo inoculó el deseo porque algún día me dijera buenas noches, pero de cerca, como susurro, en el oído. Yo, como ladrón del tiempo, avanzo lento cuando paso cerca de su casa. No me ha tocado llevar cartas ahí. Su piel blanca lucía tostada por el sol el día que le vi por segunda ocasión. Imagino que una tarde de diciembre se me ocurre, por coincidencia, visitar la frutería a dos cuadras de su casa. Digo coincidencia porque se me antojó un licuado de plátano, y pasaba por ahí. Es entonces cuando la veo, saliendo de su casa pero sin la ropa deportiva, sino con un vestido color melón. Su cabello está recogido con un listón blanco tras su nuca. En su brazo derecho porta una chamarra roja, de pluma de ganso. Sobre sus hombros descansa un chal tejido de color blanco. Sencilla, en ademanes tiernos, se me acerca. Luego me doy cuenta que no se acerca a mí, sino que va a la frutería por un encargo. Imagino que su mamá le había pedido ir por la leche y yogurt antes de partir a un café con sus amigas. En la fila del mostrador, nos encontraríamos de cerca y…
-Continúa, no me dejes así- dice la mujer tras un largo silencio.
-La verdad, es que eso se me ocurrió ahorita.
-Martin, no parecía.
-De todas formas… bueno… me gustaría saber su nombre. Lo primero que un hombre busca conocer en una mujer, es el nombre.
-Imagina que fuera la tal Dalina-. Pero Martin no pone atención y continúa:
-Poco importa si es común. Lo que se requiere, en esos casos, es que no se llame como una de las anteriores, porque eso acaba con cualquier fantasía. Pienso que, si la conociera y compartiéramos palabras, le pediría su teléfono para llamarla dentro de las próximas veinticuatro horas. Iríamos a caminar por la ciudad. Sería por la tarde, como a las seis. Ella me platicaría de su familia; de a dónde se va a correr, y yo le pondría atención sin interrumpirla. Me preguntaría por mi trabajo, y le contestaría con la verdad, pues desde el inicio hay que decirla. Mentiras empezadas terminan mintiendo lo que se empezó. Algunas niñas nos ofrecerían flores por la calle, y le compraría una. Pero hay una pequeña situación que perturba cuando se sale por primera vez. Si llega a ocurrir un suceso como olvidar su nombre o lo confundirlo por otro; si no la tomo del brazo para cruzar una avenida; si nos encontramos con conocidos míos y no la presento; o si digo groserías, sería lo peor. La insinuación de que algo así pase da miedo, y se debe tener previsto todo lo que se responderá y dirá. Ya me ha pasado.
-Martin, deberías acércate a ella cuando la veas. Es más, por qué no tocas a su puerta.
-No es tan fácil.
-Inspírate con las cartas de Mitra. Ya se ve que te han influenciado.
Martin no responde nada a las siguientes preguntas de la mujer. Dentro de aquella casa se han observado las suficientes veces a los ojos como para distinguir su color, los vasos sanguíneos, y el brillo matizado desde una lámpara en el techo. Adela se tapa la boca al bostezar, y ve maquinalmente el reloj de pared encima del estéreo.
-¡¿Ya viste la hora?! Ya no han de pasar camiones. Es culpa mía.
-Tranquila, puedo pedir un taxi.
-No, es muy tarde. Sería imprudente de mi parte dejarte ir tan noche. Mejor quédate. Provisoriamente la otra habitación será de visitas.
Accede Martin al ofrecimiento, no sin antes pensar y sentir el efecto embriagante de la bebida. Para ese punto de la noche, su alma no encuentra compañía para lo que las emociones le embargan. Él quisiera estar conversando animadamente con un amigo sobre las causas que lo llevaron, una noche de parranda, a perderse una semana del conocimiento de su familia. Aquella situación la vivió dos veces en su vida, y en ninguna fue el protagonista. Esas ocasiones las pasaron sus amigos, los que retuvo en su mente como los más cercanos. ¿Cuántas personas han buscado a su familia al no saber de ellos por más de un día? Martin piensa que siempre son mujeres las que se preocupan, agregando detalles de su cosecha. Sabe, por experiencia, que no falta oportunidad para que exageren los hechos.
Esas dos ocasiones lo llamaron para saber si sus amigos se encontraban con él o si los había visto. La respuesta siempre fue negativa. Aquello se convirtió en una banalidad con el transcurso de los días.
Ahondar en los pensamientos es imposible, pues se reclina en su lugar del sillón para escuchar el tango que Adela ha puesto en el estéreo. No comparten palabras, sólo el tabaco de sus cigarros. Sin conocer los nombres de las melodías, Martin se imbuye en los placeres de estar ebrio junto a una mujer, relativamente desconocida, escuchando música tranquila. Tararear la canción ya es común para ambos. Tenue, desde la cocina, se escucha el rumor de los grillos.
El disco sigue girando cuando Martin se incorpora, se despide de la mujer, y va hasta la habitación ofrecida. Dentro de la habitación, Martin se recuesta en una cama tendida, y supone que permaneció durante meses de esa forma, con las sábanas debajo del cochón, el santo en la cabecera; justo en el centro; y el armario colmado de cajas. Dentro de ellas los recuerdos de Adela descansan desde décadas atrás.

Aquella noche, mirando; al salir del trabajo; la luna posada sobre los edificios en el horizonte, sintió ganas de estar pasando los últimos instantes del día con una persona familiar. Pudiera ser un amigo o amiga. Al salir, no cayó en la cuenta de que la soledad le cobraría el precio de los años pasados, en los cuales tuvo de todo y en exceso. Mientras caminaba, observando los faroles, los coches, los adornos de las calles y de las casas, mandó un mensaje por el celular a un amigo, seguido de ello, otro a una amiga. A ella le decía que recordó que en el cine estaba por terminar, esa noche, la proyección de un documental de interés para él, y que quería que lo acompañara. Anunció que sabía lo impertinente de la invitación, pues faltaban tres cuartos de hora para que iniciara la función. Después recordó en que un conocido trabajaba por la misma avenida, bajando cuatro calles más, así que fue. Lo invitó a ir a un bar cuando lo encontró. Insistió en llevarlo al bar con tal de que se realizara una sesión alcohólica después de las nueve; hora en que el conocido salía de trabajar. Éste dijo que si su compañero mutuo los acompañaría, pero el joven, sin recordar la luna que había visto minutos antes, recalcó que no sabía, porque no tenía crédito en el celular para anunciarlo. Tras unos minutos, una llamada, y ademanes, esa visita al bar fue pospuesta para otro día.
Al salir del trabajo de ese conocido, caminó pensativamente hasta llegar a un edificio con escalinatas en el frente. Desde ahí pudo observar la cantidad de personas reunidas en la oscuridad de la calle; supuso que en esas fechas siempre era así. Rondando su mente sobre las semanas pasadas, estaba un disco de música en particular. Tuvo oportunidad de escucharlo en una tienda, pero en otra ciudad. Desde el primer sonido que oyó, supo que debía tenerlo en su colección; que no era tan numerosa. Caminado sin rumbo, o al menos no con dirección a su hogar, sus pasos fueron directo a una tienda de discos. Maquinalmente su instinto lo llevó hasta ahí. Encontró el disco mientras esperaba la respuesta de los mensajes; el de la amiga y el del amigo. Pagó al encargado, al que también conocía de años atrás. “Veo que ya te va mejor”, quiso decirle. Camino a la salida de la tienda, tres mujeres pasaron junto al joven. El tenue aroma de perfume lo incitó a voltear la nariz, pero no la vista. “Ese sí es perfume”, se dijo. Afuera, saludó a un compañero de la universidad. El número de personas en la calle parecía consonar con la cantidad de frío que sentía. Vio la hora y se fue a casa, con la nueva adquisición en una bolsa de plástico.
Alcanzó a oír el sonido seco de la cerradura al abrirse. Esa vez no era una bienvenida a su alma inquieta y cansada tras el trabajo de cartero, sino un recordatorio de la derrota sin batalla; la derrota que llega cuando lo posible se ha perdido. La amiga no contestó.

Antes del amanecer, sucumbe Martin a su despertar. Logra canalizar su resaca e incertidumbre al atribuir el sueño a las cartas de Mitra, el alcohol, y las jornadas inconexas que su mente destapa. Después reconoce su vida en un sueño. Fue uno de esos instantes en que lo sucedido cobra vida y se mueve durante la noche con nuevas experiencias. Piensa en la escisión de un par de ideas que él toma como verdaderas, pero oscilando entre carecer de certeza y a la vez tenerla.
La primera idea no la puede concebir, se le hace muy atrevida, y consiste en escuchar que la puerta de la alcoba, en la que durmió, crujió y dio paso a la luz de la sala. Una silueta informe parada en el umbral se anteponía a la luz. Abre y cierra los ojos, tratando de entrever en la memoria la conexión con la siguiente imagen, que se compone de sentir una tibieza en derredor de sus brazos. Aquí reconoce que estaba acostado horizontalmente. Ya entrando en los oscuros rincones, gira su cuerpo en la cama. Ahí aparece la siguiente imagen, pero no de su mente, sino directo frente a sus ojos. Bajo la sábana, que estaba metida en el colchón, está la silueta informe de la puerta. Ya no ofusca la luz de la sala, sino que recibe en su espalda los rayos matutinos anteriores a la salida del sol desde la ventana.
Auspiciado por la codicia que una inquietud destraba por satisfacer su necesidad de responder la pregunta, piensa en la persona que espera ver, con la que estuvo durante la noche, la que su alma le pide encontrar lugar para olvidar. Levanta la sábana y la encuentra. Ahí, junto a él, Adela descansa tan apacible como durante cuarenta años ha hecho. Martin no lo sabe, pero en esos años anteriores no lucía gorda y olorosa como ahora. La noción de saber que las cosas cambian, le recuerda, justo en el instante que mira que la mujer respira pausado y se estremece, a un hombre que vio en el taller de su tío. En aquella ocasión estuvo trabajando con el hermano de su papá para solventar sus gastos, y en ese verano un coche con treinta años de antigüedad, de carcasa oxidada y con los vidrios rayados, entró en el taller. Su apariencia denotaba que la pintura no había sido renovada, y al ver descender al conductor, supuso Martin que era el único dueño. El hombre que lo conducía era tan anciano como su abuelo. Lo vio, al bajar, que se detuvo, giró su cuerpo, buscó algo en el asiento trasero, y volvió a caminar con un bastón que extrajo del coche. Según su andar, Martin fue observando la pequeña peculiaridad, de que el hombre, de casi dos metros de altura, llevaba en la mano un bastón que no le venía bien a una persona de su estatura. Imaginó que algún pariente le regaló ese objeto, sin tomar en cuenta la longitud necesaria. Así que el anciano caminaba con su bastón, pero sin apoyarlo en el suelo, sólo con la posición indicada. Pasó junto a Martin y lo saludó. Su voz tenía un vivo toque de juventud, no diluido como había visto en otros ancianos.
Esa era la imagen discordante, ver un hombre con bastón, pero que no sirve. Y la otra imagen discordante, que la belleza de una mujer termina antes de que ella termine de ser deseable.
-Oh, no, qué hice- se dice Martin.

Deje le preparo el desayuno; alcanza a escuchar Martin al salir del cuarto de baño. El quitar de su cuerpo los restos del pasado, ahora le suponen un leve respiro ante sus recuerdos. No hablaron de lo acontecido durante la noche, sólo han quedado de ir a la iglesia de San Antonio de Pascua. Son dos horas antes del medio día, y él no tiene hambre, pero aún con eso se coloca en la mesa para dos personas. Limpio, con aroma a jabón rosa, salió de la regadera totalmente vestido; es graciosa la forma con que evita la mirada de la mujer, como si al estar vestido, representara una armadura en contra de las imágenes que ambos crearon durante la noche. Ella no piensa nada mientras toma su asiento respectivo. Pero al ver que el joven rehúye con las palabras, dice:
-Martin, quiero dejar algo claro. No sé qué pasó… bueno, el tequila ayudó, pero la verdad es que me sentía muy cómoda a su lado y…
-No se preocupe, no pasa nada…
-No. Quiero poder verlo en el trabajo sin sentirme apenada, o pensar que lo usé.
-No me siento usado. Adela, olvidemos lo pasado y empecemos la búsqueda.
Tras un largo silencio; en que él se dijo que lo mejor sería terminar lo antes posible, para ya no verla; Adela asiente.  

Gracias a dos personas que ven por la avenida Independencia, Martin y Adela encuentran la iglesia. La agenda donde está la dirección; que ella carga en su bolso de mano; no supuso menores contratiempos. El tener el domicilio no significa que éste se pueda hallar pronto y fácil, aún con mapa desenvuelto en manos de Martin. Entran para pensar en cómo podría ayudarlos ese lugar a dar con el paradero. Ellos lo desconocen, pero cerca vivió Mitra y en sus cartas no lo anuncia. Dentro, el aroma a fresco les recibe en silencio, un silencio profanado por sus pasos mientras recorren los pasillos laterales; cada uno de un costado de las bancas de madera. Al fondo, hay una escultura de Cristo, y en derredor de él, rayos dorados. Las columnas fabricadas en cantera se alinean verticales al techo abovedado. Otros cinco rayos de luz aparecen desde el techo, ingresando por dos ventanales sin ilustraciones santas; como lo son diez más. Martin es el segundo en llegar hasta la imagen de Cristo, y se dice:
-Mitra también está clavado, pero en los cuatro puntos cardinales.
El comentario recorre en su eco el interior del recinto. Con el sonido rebotando en llagas ensangrentadas, ojos con vistas perdidas, poses de dolor y ademanes femeninos, a Martin le da un escalofrío al pensar en Mitra, lo sucedido con Adela, y su idea de que por más horas ella estará a su lado, recordándole subjetivamente los hechos.
Tras cerciorarse, cada quien en su fuero interno, de que ese lugar sólo está nombrado, pero no lo suficiente para ubicar la localización de Mitra, deciden salir. ¿Y ahora?, le dice él a la mujer. No se me altere, ya encontraremos la forma de hallarlo. Con la respuesta nada alentadora; pues esas palabras, aunque con significado, no implican resultados favorables; caminan hasta Viejo Barrio, un lugar cercano. En su andar escuchan pajarillos invisibles sobre los árboles en el camellón de la avenida en que está la iglesia. Ese singular trinar Martin lo reconoce cuando va a entregar cartas, sin embargo, lo incita a despertar con más ahínco que las dos tazas de café que la mujer le preparó y sirvió con gusto.
Al llegar hasta el centro de Viejo Barrio, reconocen las fachadas multicolor y de ladrillos. Y, en efecto, por el boulevard que pasa por ahí; con el nombre de una fecha del calendario en que las personas no laboran; se encuentra un edificio de cinco plantas color violeta, cuya identificación es el número seiscientos noventa y nueve.
-Martin, no quería decirle pero… Ya sé quién es. ¿Recuerda que menciona a una mujer que lo saluda cuando va a comprar estampillas?
La sorpresa, casi obscena, se asoma por la mirada de él.
-¿Por qué no me lo dijo antes?- pregunta Martin. No es que se haya olvidado de la familiaridad al no llamarla de tu, sino que siente que entre ellos la confianza no es la suficiente y decide volver a hablarle de usted.
-Al principio no relacioné al joven con las cartas, hasta que en la noche… Hay momentos en que la claridad de la mente llega, y se presenta cuando estamos pensando en porqué hicimos algo.
Martin cree comprenderlo, pero siente un disgusto marcado. Ajeno al pensamiento obvio, no se debe a que Adela le haya ocultado información, sino que él mismo ha pasado por la circunstancia que ella comenta.
-Mire, Martin, llevo ya mucho trabajando en la oficina postal, y tengo llave. Sé que hoy no se labora por ser día feriado, pero vamos a buscar cuál es su apartado postal. Tal vez ahí encontremos algo, una dirección, un familiar, o su nombre completo en el formulario.














MI CORCEL Y MI ARMADURA



Octavio:                                                                                         28 de Octubre de 2010
Supe que ya el declive de mi sentir no se contentaba con los hábitos de los años anteriores. Encender la computadora para escuchar música; escribir y leer; ver películas; sentarse en el patio a ver las estrellas mientras bebía vino y fumaba; había tiempo, pero faltaron las ganas. Dentro de mi zanja de angustia cavé y cavé, hablé con las personas que solían escuchar lo poco que la mente desprendía por palabras, y era transitorio el bienestar. Volví a ver a la última; me habló la que ingresó en mi alma donde no podía sacarla; la segunda contrajo matrimonio; y hasta soñé a quien olvidé el día que dije amar. Aún con eso, ninguna de ellas desencadenaba el descenso, sino que fueron los obstáculos que me encontré al bajar y cavar. Escoltado por los recuerdos, me rodeaba de la brillantez que las personas valoran como una semana en la playa pagada con deuda. Tuve oportunidad de conocer y estar con otras, las que sé que no presentarían condolencias cuando llegara el momento. Sí, era genuino mi sentir, y lo sabía. Perfecto y maravilloso era estar ahí desde meses atrás. Quien se encuentre frente a ese altar que ha forjado, donde sus pasiones son adoradas, y que al arrodillarse frente a él no se contente, sabrá de lo que hablo.
Lo extraño es que la disciplina sobre el cuerpo va en aumento, ahora rijo en él y no al contrario. ¿Cómo estar donde se quiere sin lo que se es? Es como si la estrella quisiera brillar en la eternidad, sin saber que ha caído o que ya no existe desde hace tiempo. El olor no corresponderá a la imagen del cuerpo cuando lo vean en unos días. ¿Por qué surgen las cosas que incitan a seguir cuando ya no se quiere? A lo largo de esta vía han cruzado apresuradas o lentas.
Ayer vi un perfil por la mañana. Aunque no el único, sí atrajo mi atención. La forma recta del mentón, el puente de la nariz, los labios arqueados; sobre todo al sonreír; volvían a decirme que pocas cosas surgen sin que se desee. Luego vino el cabello. Lacio, cortado en capas y ondeando conforme los movimientos gráciles en una mujer moderna dirigen sin saberlo. O tal vez con el propósito aprendido a lo largo de la vida. En ello no quise ensimismarme, estaba cansado de las pequeñas imitaciones de lo celestial. Se había perdido la novedad. Vi su perfil por largo tiempo, ayer en que fui al parque a pasear.
Cuando se me ocurrió ir no sabía qué sucedería, sólo sentí que era la pausa esperada antes de entrar aquí. Demasiado temprano desperté y fui a depositar las cartas escritas días atrás; también envié la pulsera que compré en el bazar de la callejuela Fantasía. Hasta ese punto los acontecimientos fueron tan extraños en mí, que no estuve seguro de ser yo hasta que preguntaron mi nombre para una encuesta. Titubee cuando preguntaron mis datos, porque estaba asombrado de reconocerme, de verme voltear al escuchar esas dos palabras. Reblandecido por aquellos destellos en nuevo día, la conformación se denigró a la alegría. La batalla comenzaba, y la lucha era a muerte.
Llegué al campo. ¿Será preciso incluir la niebla matinal diluida sobre las hectáreas de pasto; los árboles crecidos en alturas suficientes para cubrir el cielo; lo sinuoso de la superficie colmada en verde? Sobre ellos se repartieron las partes de mi pasado, sabiendo que lo más probable fuera que no lo valorara si se me bendecía recordarlo a la perfección. Ahora sé que no importa cómo era, sólo los hechos permanecen. Cuando la voluntad pide atención la respuesta llega demasiado tarde. Mi alma se marchitaba en la aridez sobre la arena del tiempo. La pasión se compone de amor y odio, y el segundo elemento es lo que sentí al instante de bajar del puente que une el parque a la ciudad. Dos palabras contrarias que componen nuevo significado, como en todo en la vida.
Para cuando el sol ya no era una insinuación sobre el horizonte, tres mujeres avanzaron trotando frente a mí por el camino de tierra apisonado por los zapatos deportivos. Había una familiaridad en las tres mujeres. Una de ellas era la más bella e intrigante, que sus muslos, bajo el pantalón de nylon ceñido, encerraron mi atención en ellos. Ya cerca, pude ver su rostro. Pensé en la de los meses anteriores, la que apareció antes de que entrara en este estado. Le escribí una carta la semana pasada, avisando que estaría con ella muy pronto. Extrañé la forma juvenil con que simulaba su voz abrazarme, dejando el frío en derredor perderse con lo demás. En el rostro de la mujer apareció ella; sobre una actriz sin actuar; sobre una maestra sin alumnos; sobre una anciana sin historias qué recordar aún. Había el tiempo suficiente para continuar pensando, pero me persuadí de volver al mismo estado.
Caminaba con las manos dentro de los bolsillos de mi chamarra, viendo el vaho de mi respiración. La mujer del rostro en expresión concentrada era muy similar a ella. Podría pensar que era ella, pero Dalina no tiene el cabello color cobre, ni el mentón marcado. Avanzando sin querer prestar atención en los detalles de la mañana, helada y despejada, me detuve en un recodo del camino. ¿Me sigue su recuerdo en su ausencia? Era mi pregunta recurrente. Salí de la meditación profunda para orillarme bajo las copas de los árboles. Nadie debería ver mi estado. Ahí, complacido por la imaginación, entré en el mundo conocido de los meses anteriores; existía un llamado desde el fondo que me pedía concederle tiempo, vida, fulgor. Siendo tan hondo mi vacío, accedí a entrar.

-Acércate- dijo ella. Sonreí mientras metí las manos en los bolsillos del saco del vestuario de época, y miré hacia el pasto recién cortado bajo mis pies-. Ya comenzaron a filmar las escenas.
-¿Sí? No me había dado cuenta- respondí sin saber a qué se refería.
Era la misma chica del mentón marcado, pero sus facciones se diluyeron entre la vestimenta y el peinado de otros tiempos. Según mis conocimientos, pertenecían a principios del siglo XX, más preciso a una casta elevada. Entre sus dedos detenía la falda para caminar sin problemas por el pasto. Al fondo, por el costado derecho, un lago se extendía sinuoso y transparente; y en medió de él estaba la escultura de un ángel femenino sin cabeza ni brazos, sólo con túnica y alas. Al ver de nuevo mis pies, tenía zapatos negros, desgastados a fuerza del restregar constante contra el suelo. Yo vestía un traje color beige, y en mi cabeza tenía un sombrero de copa. La mujer rejuveneció, y sus treinta años se convirtieron en veinte. Volteó a verme y me sonrió; fue momento en que me di cuenta que la resistencia de la luz sobre ellos le daban el color verde. Algunos residuos lograron atravesar el muro del tiempo, y tomé su brazo y sonreí como si estuviera contento por amar a esa desconocida de cabello cobreado y ojos verdes. Sobre su piel blanca las pecas me recordaron las constelaciones, y quise que llorara por verme morir dentro de la iglesia con tumbas en su atrio que enfrente de nuestro andar se erguía imponente, recortando el cielo azul.
Me llevó hasta donde un centenar de personas, vestidas de manera discordante, se movían de un lado a otro de la iglesia. Por un lado estaban las personas con vestimenta similar a la nuestra, o al menos situada en la moda de la época. Por otro lado andaban hombres y mujeres con pantalones de mezclilla, auriculares, radios, cables, reflectores, y celulares. Esto me convenció de que era la filmación de una película.
La realidad es que no me llama la atención el mundo que fue en ese tiempo, pero ahí estaba yo. Luego entramos en la iglesia, y en las paredes, imágenes pintadas a mano de santos y crucifijos me siguieron. Las bancas de madera tenían el desgaste de los años, y en ellas nos sentamos la joven y yo. Aún no sé cómo, pero nadie estaba con nosotros.

Bebí comenzada la noche. En mi vida no había motivos para despertar. Cada palabra y frase en las canciones dilucidaban las causas del por qué inicié, una noche de otoño sin hojas caídas, a tomar en la azotea de un bar en el centro de la ciudad; atraído por la angustia y por la facilidad que una escalera de servicio brinda. Estaba herido; no por la indiferencia de una mujer, sino por ver la indiferencia que provocó en mí la caída en este estado. Ya solo, a setecientos kilómetros de las personas que consideré amigos, escuchaba la noche y a José José. Había querido con la intensidad que la juventud ilusionada puede, sin pensar en el futuro. Recordé a mis amigos, mis compañeros en lejanos rincones. Para nosotros amar era la plena entrega, sin importar distancias o ausencias. Qué me imposta si su cabello es color cobre, si sus facciones no son las de Dalina, o si Dalina no tiene el cabello pintado; ya tuve suficientes desvelos para esta noche que termina. La fortaleza declina y me rodean los sonidos de la música en el bar. Aún visto la chamarra delgada; que no cubre el frío; y en mi mochila cargo lo necesario para escribir mil cartas. Gracias a mis zapatos deportivos azules, tan desgastados como las frases de saludo cordial, he avanzado hasta lugares antes desconocidos; mas no todos se encuentran en los mapas; que me han servido de carruajes, de coches, de corceles. ¿Será éste el inicio de mi nueva aventura?
Puse a un lado mi corcel y mi armadura, descorché las botellas de vino, y con el analgésico preparado y bebido, miré en las estrellas mi brillo muerto.

P.D. Anexo una cinta magnética para que la escuches.
Al reverso de mi voz escucharás unas palabras.
“Esta noche del alma voy a dormir acariciando la posibilidad de soñar con Dalina”.
                                                           
                                                                     Mitra

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