Sobre
la Ducati avanzando con cautela bajo la lluvia, escuchaba una vieja carpeta de
música en su Sony Ericsson. La primera canción fue Club foot, de
Kasabian. Ahí encontró los recuerdos de las contadas veces que se levantaba
antes del amanecer para iniciar su entrenamiento. Corría siete kilómetros por
caminos ascendentes y descendentes en un cerro cercano al Boulevard de Los
sueños Rotos, cargando su chaleco reforzado para sostener treinta kilogramos.
En interludios en lugar de descansar hacía flexiones, para retomar la carrera y
volver a la rutina de una hora. Esas jornadas le ayudaron a mantener la
condición física aun con su estilo de vida. De aquella manera las cajetillas de
cigarros, las botellas de vino tinto, de Jack Daniel’s, de brandy, y de
cerveza, jamás alterarían el correcto funcionamiento de sus órganos y músculos
al momento de requerir todo el esfuerzo de ellos en una labor belicosa. Pero la
siguiente rola le produjo un horror inusitado en su alma. Era de Kaiser Chefs: Ruby.
Esa canción tenía el mismo nombre de la mujer que amó en la universidad, la
última con quien mantuvo relación estable, con quien pensó casarse, hasta que
todo aquello se fue a la mierda, destruyendo circunstancias que odiaba
recordar. “Let it never be said, the romance is dead…”, decía al comienzo. Cuando
la vio en alguna ocasión luego de la ruptura y que conversaron, él solía mentir
para continuar hablando. No podía hablar con la verdad a quien interpretó una
mentira con audacia de actriz principal. Aquella relación pertenecía al pasado,
y aunque olvidara el motivo de la separación sabía que al tomar una decisión
estaba dispuesto a no ceder y mantener la postura hasta las consecuencias no
previstas cuando se la tomó.
Luego 30 Seconds to Mars, con Beautiful lie,
confirmó su sentir por la de la universidad. Estructurada para destrabar lo
encadenado de una emoción fulgurante, al reconocer los movimientos sónicos
aceleró a fondo, forzando el motor. Las revoluciones por minuto a tope serían
su escape de recordar. Las siguientes rolas alimentaron su aislamiento: Everlong,
Secret smile, Run… Nada le importaba a ese instante mas que
sentir la velocidad sobre las avenidas, bulevares y calles. Incluso alargó el
camino. Así se alejaría de los climas helados en su interior, el del ambiente y
el de las palabras que alguna vez, en varias ocasiones, compartió con Rubí.
Tras años de el suceso, lo asediaba, le seguía en toda ciudad, rincón, sueño.
Y terminó con Maybe tomorrow,
de Stereophonics. La
melodía le provocó una calma necesaria con esmero al instante. Lo liberaba de
los fantasmas desencadenados en las cavernas de sus recuerdos. Esas sensaciones
nacían tan naturales como los vuelos de las aves blancas encima de su Barracuda
descapotable cuando recorría las calles de Durango un día de verano, con los
Cobra o solo. Podía verlas, seguir su dirección, pero dentro de sí ansiaba ser
tan atrevido para lanzarse por el precipicio y sentir el vértigo de caer. Así no
habría más mañanas teñidas de Rubí.
Maybe Tomorrw, Stereophonics
Maybe Tomorrw, Stereophonics
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