“Le dijo cómo la extrañaba más
cada vez que se acostaba con otra; que no importaba lo que ella hiciera, pues
sabía que no podía curarse de su amor”
Ernest
Hemingway
-Responderé
cada pregunta que me hagas- dijo ella.
El
hombre pensó en lo que diría. Sinceramente no deseaba comenzar por una pregunta
en específico.
-Pedro-
dijo al otro hombre en la casa-, quiere que le pregunte lo que quiera.
Pedro
se ocupó en terminar de lavar los vasos en el fregadero. No respondió más allá
de una risa apagada al primer hombre. La mujer estuvo esperando con
anticipación la cuestión, desde el otro lado del mundo.
-No
he sabido nada de ti en dos meses. En mi condición actual no sé qué quiero…
Puede ser difícil responderme; imposible diría yo.
-Aún
así; responderé.
-¿Por
qué terminaste lo nuestro?
Después
de una pausa en la comunicación escrita, el monitor avisó la respuesta:
-Tú
mereces todo. No podía verte por la distancia. Sentí que no estaba dando lo que
te hacía falta. Por eso lo hice. No te imaginas cuánto me duele.
-Lo
que necesitaba eras tú.
-Eso
ya no se puede arreglar. Ahora lo sabes.
-Estuviste
con otro. Regresaste con él.
-Sí,
pero fue para terminar de una vez por todas. No duró más de una semana.
El
hombre quiso haber escrito que aquello era una tontería, pero aguardó unos
segundos a que su amigo terminara de secar los vasos. Pedro ya tenía un vaso
seco, y el trapo lo revolvía en el interior del segundo. Vestía una playera
descolorida, y su pantalón tenía las marcas de tierra que dejó el trabajo del
jardín. Al terminar de secar el vaso, Pedro escuchó que su amigo encendía un
cigarro.
-Estás
muy seco conmigo.
-¿Seco?
¿Cómo se supone que debo estar, si es la primera noticia que tengo tuya en
mucho tiempo?
-¿Qué
sientes por mí?- preguntó ella.
-¿Y
todavía lo preguntas?
-Dímelo,
quiero escucharlo.
El
hombre rió, sabía que el escribirlo no provocaría ningún sonido audible. Luego
dijo:
-Cuando
te vea sabrás que mi alma continúa en el mismo sitio.
-Te
amo. Mi corazón no es tuyo.
-¿No
es mío?- preguntó el hombre, alzando el cigarro encendido entre sus dedos sobre
su cabeza.
-Perdón,
me equivoqué. Quise decir que sí es tuyo.
-No
te preocupes. Ya todo pasó, lo dijiste. Entiendo lo que sientes.
-¿Crees
poder perdonarme?
-Cuando
te vea verás que en mi alma lo que sobra es el perdón, así como un lugar en mi
corazón para tu nombre.
-Quisiera
tenerte. Iré a México.
-¿Para
estudiar medicina?
-No,
porque te lo prometí.
Pedro
salió al jardín, donde el otro hombre fumaba frente a la computadora portátil.
En sus manos llevó los dos vasos con vino tinto en su interior.
-¿Qué
tanto dice Mary?- extendiéndole un vaso de vino.
-Según
ella vendrá a verme. Sólo por eso.
-Kizuki,
otra vez está incitándote.
-Déjala.
Su ruleta rusa me acecha.
-No
pierdes nada, Kizuki.
-¿Sigues
ahí?- dijo ella. Kizuki desconocía la manera que Mary vestía para ser esa hora,
de noche. Se figuró que estaba en camisón sobre las sábanas de su cama; el
agradable contorno de su rostro; sosteniendo entre sus piernas cruzadas la
computadora portátil. Con ese pensamiento contestó:
-Sí,
aquí sigo. Es que estaba hablando con el amigo que te dije. Por cierto, te
mandaré tu regalo la semana entrante. Mañana no estará abierto el correo. De
nuevo: Feliz cumpleaños.
-Gracias.
Me lo has mencionado mucho, y te agradezco grandemente que te acordaras. Lo
esperaré paciente. Te amo. Me duele.
-¿Qué
te duele?
-Todo
lo que ha sucedido. El que nos hayamos apartado.
Kizuki
pensó en que realmente siempre estuvieron apartados. Se conocieron unos meses
atrás, y hablaron por diez minutos antes de la función de teatro en que
participaron. Ella era la actriz principal de Sueño de una noche de verano.
Él interpretaba un papel secundario con cinco líneas. Era la puesta en escena
de estreno, donde Kizuki sustituyó al actor enfermo. Al término de la función,
empacó sus maletas porque en México lo esperaba un papel protagónico, y sólo
hubo un intercambio de direcciones y teléfonos por parte de Mary y Kizuki.
Después nada. Ni un café, ni un baile. Nada.
-¿Tienes
fuego, Kizuki?
Pedro
recibió el fuego del encendedor de Kizuki. Volvió a un rincón para fumar y
seguir escuchando la música que sonaba desde la computadora. Bebía de su vaso
sin mancharse la playera ni los labios.
-¿Para
cuándo vendrás?
-No
lo sé, Kizuki. Estoy trabajando en un consultorio y asisto a cursos de medicina
con un doctor reconocido. Pero te digo que iré a México.
-Eso
espero. ¿Y si te mando el dinero para que vengas?
-Te
digo que el dinero no es problema. Además mis papás no me darán permiso de un
día para otro.
-¡Te
hablaré por teléfono y les pediré permiso!
-¡No
hables, están dormidos!
-No
me importa- contestó Kizuki, pero en su mente pensó: no iba a llamarlos hoy, me
esperaría hasta mañana. Tal vez.
-¿Qué
estás haciendo?
-Hablando
contigo, Mary- respondió más tarde-. De hecho se está haciendo tarde. Vine para
colocar el pasto de la casa de Pedro. Ya te dije. Estoy cansado y debo dormir.
-¿Me
hablarás?
-Claro.
Es un hecho.
Y
la comunicación terminó con unos: hasta luego. Pedro se acercó a Kizuki. Éste
le enseñó la conversación escrita por una hora. Esa noche no había el viento
propio de los meses de Marzo. A pesar de que el invierno finalizaba, el frío se
podía sentir en los dos cuerpos de los hombres sin abrigo. Mientras bebían y
fumaban, ambos continuaron conversando. No había estrellas sobre el cielo.
-Estabas
apagado cuando llegaste. ¡Mírate ahora! Te ves contento. Te hace bien saber de
Mary.
-¡Brindemos
por la felicidad y por saber cómo
contestar!
Chocaron
los vasos de vidrio. Tomaron el resto de vino en los vasos, y Kizuki descorchó
la segunda botella de malbec que se encontraba detrás de él.
-Qué
bueno que te ves mejor.
-Si
te fijaste, yo no dije que la amaba.
-Ella
entendió lo que quería entender. ¿Y qué harás con Nabile cuando venga Mary?
-Eso
sería un problema. Todavía está en veremos que venga. Ahora Nabile tendrá
motivos para pelarse conmigo. Siempre me pregunta que si estoy seguro de
casarme con ella.
-¿Lo
estás?
Kizuki
no respondió a Pedro. Siguió bebiendo el resto de vino y al término, se
despidió de él. Caminando debajo de la noche, comenzó a sentir helado el clima.
Para haber bebido no sentía mas que el alma inquieta, sin ningún efecto de
mareo. Andando cerca de su casa, regresó a su mente la conversación con Pedro.
Esas palabras sonaron vivas: ¿Lo estás? Como oleadas se repetía la pregunta.
Frente a la puerta de su casa, se dijo finalmente:
-No
lo sé… pero sé que Mary no vendrá. Anoche soñé que despertaba, y en mi
despertar dormía. Pero a mi lado siempre descansa Nabile.
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