lunes, 18 de abril de 2011

André Lovedy, desclasificado

bueno, aquí dejo un párrafo desclasificado de una nueva aventura de André Lovedy en la que se trabaja por ahora, a la par de otra novela....

Unos días atrás tuvo oportunidad de estar con Los Cobra: sus amigos y hermanos, los que en la eternidad que dura una amistad iniciada en la juventud, compartían sobre sus vidas y conocimientos para reforzar las batallas diarias de los demás. Esa ocasión Arath le habló por celular a André, quien se encontraba rodeado de tres mujeres al interior de un hotel. Las chicas mencionaron que el Ericsson de Lovedy vibraba, y él lo negó hasta que fue a averiguar quién era tan atrevido de interrumpir su sesión para atenuar los deseos de morir. Al ver que de un Cobra se trataba, de inmediato regresó la llamada:
-¿Qué pasó?
-Quiubo, caon. Te andaba buscando porque salí temprano del trabajo y quería ver si se armaba algo.
André, automatizado, pensó que tener un horario de nueve a seis jamás le fue atractivo para desempeñar las funciones de su trabajo. Para él, la importancia de lograr tener cuarentaiocho horas libres a su antojo, era lo principal. Se dijo que mientras lo acariciaban dos pelirrojas naturales y atendía una rubia de tinte, su amigo estaba estresado por no encontrar la forma de que seis y siete dieran por resultado catorce. Tan pronto salió de su ensimismamiento, dijo:
-Paso a tu casa en diez minutos- y sin despedirse de las mujeres ni de su amigo colgó y salió de la habitación trece hasta su coche.
Cuando amó a una mujer tuvo consigo permanentemente la escisión entre lo que se sabe y lo que se desconoce. Le pertenecía el sentir. La amaba. Pero la duda entre lo que sucedería cuando los demonios del lado oscuro en ambas partes dieran la cara, le era una constante incertidumbre donde sabía que habría un dolor indescriptible, nada comparado con el peso de la muerte o con una herida abierta hasta el hueso. Podía sobrevivir a las balas, pero en esa escisión no había esperanza de hallar un sitio cómodo. Ante ello, luego de terminar esa relación, se refugió en la seguridad que implica variar de mujeres, de recibirlas y despedirlas sin palabras ni invitaciones. Conocía que esa era la mejor forma de hacerlo, acostándose con las que le gustaran, sin llegar a pronunciar la palabra prohibida de su vocabulario. Él estaba dentro de ellas, pero ellas dentro de André no. Era el distanciamiento material, la veta de su fortaleza.
Al llegar con Arath, se saludaron, y André le invitó a tomar una de las cervezas que llevaba en el asiento del copiloto. No hablaron mucho de los días anteriores o de sus trabajos, sino que resolvieron acudir con Roberto, el otro Cobra. Sobre el cielo la curvatura de la bóveda era clara, y se podía ver el cruzar pausado de las aves blancas. Sin nubes, a esas horas, el calor de la tarde ingresaba hacia sus cuerpos, provocando que bebieran una cerveza tras otra. Desde el estéreo surgía David Guetta con la canción Love is gone. El título de la canción le produjo un pensamiento: “¿Qué dirán Los Cobra de mí cuando Lovedy se haya ido? Pero al más allá”. Interiormente André sonreía por estar al lado de un compañero de vida y por sentir lo helado de la bebida descender por su garganta. Después se oyó This time (Dirty bit), de Black Eyed Peas; lo que provocaba una incesante agresividad en el alma de André. Cinco canciones después se colocaron bajo el vehículo frente a la casa de Roberto. Al salir, éste los saludó como si los siete meses de ausencia no significaran un lapso inconexo en el tiempo.
-Hasta que te encontramos. Siempre que venimos o te marcamos estás con tu vieja- dijo Arath.
-Mi trabajo me mantiene todo el día ocupado. A ella casi no la veo- André lo rodeó por la espalda con un brazo y le extendió una cerveza-. No puedo tomar. Al rato voy con mi vieja a ayudarle a que se mude de casa.
-¿Quieres que te acompañemos?
-No, we. Su hermano también va a ir.
-Oye, ¿acabas de comprar ese coche?- preguntó Lovedy a Roberto al ver un auto blanco que destellaba la luz del sol sobre la superficie de la carrocería con tanta intensidad, que André quiso repintar a su bestia; su Barracuda sesentaiocho.
-Sí. Está chingón y corre con madres.
-Quien lo diría. Tienes coche nuevo, casa, trabajo bien pagado y mujer; ya tienes la vida resuelta- añadió André con una voz que denotaba franqueza e ironía a la vez.
-No, we. La neta, no.






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