SONATA DE ISBELIA
(FRAGMENTO)
“Su risa grácil; esa armoniosa melodía de suaves
tonos diluyéndose en el viento; sus labios carmesí en semilunio, hermosa imagen
que mi memoria grabó para la posteridad. El aire cordial de la mirada que me
regalaba, la resistencia que encontraba la luminosidad del sol sobre sus
mejillas blancas, y el brillo reflejándose en su ondulado cabello suelto. Cada
unidad que conformó el instante preciso que observé con claridad y detalle, las
facciones transparentes de su juventud. Cualquier intento por retener o
extender el fugaz suspiro hubiera sido en vano. La banalidad del momento me
hizo gozarlo aun más. No podría explicarle la sensación que invadía
intransigentemente mi ser, adentrándose rápido, controlando la importancia que
le ponderaba al momento, y a la chica. De suerte no entrecerré innecesariamente
mis ojos, por varios minutos me quedé sin pestañear. La serenidad y la quietud
me abrazaron fuertemente; el matiz que mis sentidos estaban entonando me hizo
volver a la realidad. Era una desconocida de vestido azul, tan preciso era el
doblez que se formaba en su rodilla, como el alineamiento de sus dientes. Debía
saber su nombre, saber el titular de tal obra era imperativo, o moriría
preguntándome, ¿cuál hubiera sido la configuración de caracteres latinos que se
referirían a ella, evocándola y conjurándole, que al pronunciarlos en lugar
remoto, le hiciera aparecer?, ‘Disculpe señorita, ¿cuál es el nombre de la
pastorela que se presenta?’; como no tenía más interés que el de saber el
nombre de la chica, no atendí a su respuesta. ‘¡Isbelia, te vemos en la casa!’.
Bendita la tierra en que se construyó la escuela, de donde se graduó la madre
que le dio vida y enseñó a hablar a ese joven, el mismo que me facilitó conocer
el nombre de la perfecta obra que se ceñía ante mí. Seguramente un compañero de
escuela, o algún pariente. Aún ahora lo desconozco”.
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