Al término del otoño regresan las ondas de
tu pelo,
el incienso en tus ojos y tu voz perfumada
de lamento.
Para entonces yo era otro, distinto al tiempo
en que silencio y orden eran régimen fuerte.
Habíamos operado en la vida el cuerpo de lo
inexorable,
cual si fuera el mismo corazón del mundo.
Oí sin querer tu explicación de porqué la
distancia te multiplicó.
Y nada de aquello era verdad, lo supe,
y nada de lo que sonaba te creía;
habíamos convertido nuestra ausencia en
fruto,
éramos nutrientes para una nueva alma.
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