Enredado en mi cuello cuelga,
oscilando de un lado a otro como las
olas.
Sé que fueron días y horas,
pero ahora mi boca habla vaga.
Son tus uvas, son tus ojos
son las llamas de aquel invierno
encerrado.
Te aprieto en mi mano
como el grito se guarda en silencios.
Las pinzas sin tu falda
esperan en el patio tu llegada pronta.
No llegas y retuerce mi alma,
el viento de la eternidad violenta.
Un cigarro y otro y otro
y un vacío en mi costado enfermo.
El uniforme lo llevo puesto
con la ingenuidad de tu relicario.
Siendo crepúsculo de tu nombre
la llaga crece desde mi pierna.
Soy el de ayer contigo tierna,
el mismo que tiene hambre.
Pierdo el sentido del tiempo
que fluye y se lleva lo que me queda.
Me siento frágil y viejo
y tu brasa habla en tu boca muda.
Un arroyo nutriendo mi garganta,
desde el cuello delgado de la botella.
El vino vino, se fue el fuego,
yo permanezco fumando eterno.
Desde la ventana me hablo,
a mí, al reflejo de lo que desconoces.
Entrando en la noche tiemblo.
Abro la puerta girando sus goznes.
Pero no aparece tu estela mágica.
No entiendo lo que fue entonces.
Es más que una película trágica,
son imágenes en mi mente de tus goces.
Dos pies fuera con la voluntad adentro.
Detrás de la puerta al patio,
veo un retrato tuyo al centro.
Ojos secos, ojos colgando en el patio.
Creí en que los sueños duran;
en su figura maquillada de ambrosía.
Despertando con su olor azafrán,
mi alma entera se estremecía.
El suelo sirve de alfombra tibia,
acogedora como ese terciopelo tuyo.
Esparcido en la tierra huyo,
hacia la estrella oscura arriba.
Se ha de apagar la resistencia.
Tan fácil como decir: ya no.
Linda ilusión al decir: te quiero.
Ya no te quiero con insistencia.
Solía creer y pensar,
construir mil redes de cobre y fuego.
Eso fue antes de dormir,
fue antes de caer enfermo.
No hay mejor retrato que un
pensamiento,
o que una canción para recordar.
Tarareo la melodía de un sentimiento
hacia ti, mujer, difícil de olvidar.
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