A. L.
Luego de esa jornada decidió correr al viejo estilo. Aquel amanecer plausible sostenía el color ámbar sobre el cielo, el aroma de tierra y madera mojada impregnaba sus fosas nasales al emerger de Los Sueños Rotos, la brisa matinal le hizo decidir quedarse otro rato al interior de su caverna favorita para refugiar las decisiones a seguir en delante. Por la mañana no tuvo oportunidad de comer apropiadamente, incluso dormitó esa la tarde. Pero nada lo detendría, la rigurosidad en su disciplina al mantener el cuidado de sus herramientas de trabajo se anteponía a cualquier botella, mujer, y amigos. De ello dependía su vida y la intensidad con que la manejaba. Y su principal herramienta siempre se tradujo en la presencia física.