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Mostrando entradas de octubre, 2015

CERO VARO (cap I)

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I Nos quedamos mucho rato mudos, en medio del murmullo de una conversación en el departamento de enfrente, los mariachis en la colina trasera, las ramas del naranjo movidas por el viento, y la motobomba que para esa hora, puntual, empezaba a subir el agua a los tinacos desde la cisterna. La película en la computadora iba por la parte donde el protagonista va convenciéndose que la dama que conoció en el inicio sería la del resto de la película, porque no puedo afirmar que de toda la vida. Ese invisible impulso por fumar me invadía de a poco, hasta que resolví abrir la cajetilla y bajar a encender los dos restantes cigarros que sobrevivieron de la noche anterior. Ella, en cambio, permanecía inmóvil en el mismo sitio, contemplando el trece y catorce pegados a las puertas correspondientes. Juan no estaba, por lo que deduje que los doscientos pesos que le debía a Yarib tenían el mismo estatus. Al momento también vino a mi memoria, entrelazada, sobrepuesta, la noche de lunes ...

La sombra del mar (trazos)

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“¿Qué hace una persona al alcanzar la flama de la inmortalidad?”, me pregunté en silencio y su longitud permanecía, aislada del tiempo. Un murmullo gutural a mi lado rompió la pregunta, sin responderla. Consciente antes que se fraguara cualquier reflexión lumínica, encendí la computadora con el apetito que me llamaba a devorar. Giraba el sonido suave dentro de la habitación en la lenta mañana, y los despertares asíncronos deformaron la paradoja que el sueño había sido. Al paso del tiempo rayos solares golpearon el muro blanco a través de la cancela, anidando en donde lograra reunir un promontorio de solidez. Sombras reunidas mostraron la textura patrón de espiga con escalas de grises del saco, el pantalón de gabardina arrugado; encima de la única silla; playera color melón, y un vestido que me recordaba al celofán envolviendo un postre de menta, tendidos junto a la cama. Olía a la dedicación monástica de las habitaciones aseadas cada tercer día, la resonancia de la soledad quebra...