sábado, 4 de julio de 2015

Colibrí




Amanecías con el café y las campanas de la iglesia, la ensalada de pepino y atún y huevo y tocino, jugo de naranja mas una sonrisa. El D11 nunca tuvo esa mezcla de aceite y fuego combinándose a los lirios ni a los peces del estanque. La quietud de mis décadas se interrumpía con la corteza suave de tu femineidad, el alcanfor reconfortante de la tolerancia y paciencia, la sombra tibia de encontrarte en otras personas al caminar por la calle. 
Ir a la luna el proverbio del día. Asolearse, pecado. De todas las flores regaladas sólo una queda perenne al lado del incensario. 
Todo vuelo inició en tierra y queda intacto en el aire. Ni luz ni sombra tormenta semanas palabras o actos han de prevalecer por sobre el amanecer que la playa perpetúa en los remansos de las olas en el Pacífico.
Brasas y brazos temperatura templó, templo milenario midió el momento de alba a crepúsculo, y toda llama te clama, toda penumbra te invoca, sal y pimienta no conjuran el binomio que disuelta en alcohol y olvido pronunció el 612, dividido en fruta y cuartos, arena ciega, familiares desconcertados. 
Las edades que me han presenciado en cada resurrección transmiten el domicilio de tus comisuras, los pliegues en tu armario, El día que las naves fueron quemadas no fue dicho que una balsa quedaba intacta, renovada, inmóvil en su estructura de caleidoscopio. ¿Recuerdas el lavabo de cobre donde se enjuagaron las dudas, los insomnios, las placas de la abuela? Cada carta que sin verano anidaba en invierno logró llegar al hogar, y, por ahora, diría:

Tranquila, cuidado, estoy a la vuelta de la tarde.





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