martes, 13 de abril de 2010

LA PUERTA







Mi fuerza es mi dolor, en la noche. Lo quiero.

He de abrir esa puerta. He de cruzarla. He de vencerla.


Pablo Neruda







Ni tenía idea de lo que encontraría en una piedra, invisible ante los viajeros de aquél parque, rodeado de estatuas de héroes.
Mi mano escarbaba en la aridez del hambre, luchando contra la tierra por el alimento. El dolor que un hombre siente por la sed, lo empuja a buscar en el fondo de la tierra. Varios días tenía; tal vez semanas; sin comer más que aire enrarecido.
El segundo en que la dureza de mis callos chocó con el objeto; escondido bajo el suelo; se ha quedado grabado en mi memoria. Y grabados caracteres contenía dicho objeto, redondeado por los cantos, aplastado por los pies. Era un pequeño secreto su escondite, pero lo encontré en las sombras de la noche.
Al día siguiente, con ayuda de la luz solar y de una lupa, leía lo que revelaba un hombre; eso quiero creer que era; desesperado como yo en aquellos instantes; yo por saber lo que me decía, él por alguna circunstancia desconocida. Era encantador el clima, el cielo se abría en la plenitud de la aurora, celeste, azulada, la que no observaba desde mi juventud.
Pero es de la inscripción de la que quiero hablar, y esa inscripción decía:
Centellea en sus vértices la luz, del otro lado se adivina un mundo, iluminado por desconocido resplandor, en familiar incandescencia.
Espero, con el picaporte en mis manos. Tierna melancolía se esconde, de este lado en que me encuentro.
Penumbra reinante, la helada sombra de mi porte. El sonido persigue el eco, mi grito lucha por encontrar el viento.
La sonrisa de la luna dispara una sorpresa, y sin pensarlo, tiemblo encadenado a mi existencia.
Vacío, todo veo vacío, ni el color se enciende con mis ánimos.
Existió el tiempo en que sonreía. Viví una corta infancia, plagada de juegos frente a mis padres, escondido de los soles y de los alcoholes.
Pero ahora, en el lugar en que me encuentro, ninguna manta me cubre, ni el llanto ni el dolor me recorren. Todo luce sombrío, con la cadencia de un susurro, con el aroma de un beso.
Mi alma se esconde de mis intenciones, no desea acercarse. Pero me muevo, con lo poco de mis fuerzas, con lo mucho de mis miedos. Hasta que suelte el picaporte, tendré noción de lo que esconde, esa puerta oscura, la que se yergue imponente frente a mis ojos.
Diseño de metal, frío de invierno, todo se puede percibir a la distancia. Tal vez una dimensión flameante, de caricias y sueños. Tal vez una tumba tenebrosa, con gusanos morenos.
El trueno, la lluvia, un siseo conocido, escurriéndose desde la lejanía. El cielo me envuelve, tan infinito como mis preguntas, inexistente como mis alivios.
La quietud desaparece, la locura me invade. El brillo me llama, giro el picaporte.
Al término de los caracteres; pequeños y difuminados; existía un derretimiento de la piedra. Aún dentro de mí lo veo, confundido por sus inquisiciones, preocupado por saber lo que existía tras la puerta.
Pero no hube de ver lo que vendría después, aún me estremece lo que sucedió en aquel momento: la piedra se desmoronaba entre mis dedos, convirtiendo en polvo las palabras, viajando con el viento.
La dirección de mis pies siguieron el polvo, me sentía ilusionado por contenerlas entre mis manos. Intentos vanos destrabé en contra del aire, hasta que el ascetismo me empujó al suelo, retornando al rigor de la falta de fuerza.
Ahora me encuentro recordando ese momento, porque en mi estado; inmóvil entre gemidos mudos; veo una lisa superficie frente a mí.
Plana y oscura como un cuervo, brillante cual estrella nocturna, aparece una puerta, y algo me habla desde el otro lado: ¿HAS VISTO MI PIEDRA?

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