jueves, 15 de octubre de 2015

CERO VARO (cap I)





I



Nos quedamos mucho rato mudos, en medio del murmullo de una conversación en el departamento de enfrente, los mariachis en la colina trasera, las ramas del naranjo movidas por el viento, y la motobomba que para esa hora, puntual, empezaba a subir el agua a los tinacos desde la cisterna. La película en la computadora iba por la parte donde el protagonista va convenciéndose que la dama que conoció en el inicio sería la del resto de la película, porque no puedo afirmar que de toda la vida. Ese invisible impulso por fumar me invadía de a poco, hasta que resolví abrir la cajetilla y bajar a encender los dos restantes cigarros que sobrevivieron de la noche anterior. Ella, en cambio, permanecía inmóvil en el mismo sitio, contemplando el trece y catorce pegados a las puertas correspondientes. Juan no estaba, por lo que deduje que los doscientos pesos que le debía a Yarib tenían el mismo estatus. Al momento también vino a mi memoria, entrelazada, sobrepuesta, la noche de lunes que me vio afuera del once, sentado en las escaleras, tomando de mi vaso con whiskey patrocinado por Rosalinda; había vuelto a casa de su mamá abandonando ese lunes el tres y ante mi invitación a que se quedara, sólo dejó cuatro botellas medio llenas para perpetuar la memoria de su estancia. Juan subía a su apartamento acompañándose de la chica en turno; en su caso más bien era la definitiva; y dijo: chinga tu madre, pinchi vato. Yo reí y saludé: Buenas noches.
-Buenas noches-, añadió ella. Jamás pensé convertirme en fantasma.
-No mames, ¿Por qué no prendes una luz?-. Me reí con más fuerza mientras él metía en la cerradura la llave-. Pásale-, no me decía a mí-. Me metiste un susto cabrón.
Luego interrumpió mi soledad oscura, literal, con el toque al switch.
-No seas cruel- le dije-. Apágale.
Y lo hizo mientras su chica regaba la silla presidencial con remansos de oro.
De nuevo en mi noche, recordé que Sinatra era el obligado del Jack Daniel´s, y luego, que era el presente de Rosalinda, por lo que puse sus rolas y me bebí lento los dos vasos que le salieron a la botella. ¿Brindar por su partida? No, era pasar por mi garganta, anclar a mi sistema, la corroboración de que ya no estaría su sombra, su ropa olvidada en la lavadora, el ruido de sus tacones ascendiendo por el pasillo, y que esa plática acerca de cómo iba el restaurant de burritos ya no sería posible realizarla en pijama, con huaraches, en medio de la noche sentados en el columpio de la terraza.
Encendí el primer cigarro; la película estaba en pausa y el campanario de San Agustín ya terminaba la canción de Juan Pablo II, esa que México le compuso con su: “Tú eres mi hermano del alma, realmente el amigo”. Que yo sepa, no estaba enterado de mi cumpleaños nueve, de que me quemé con la plancha en el brazo, ni que oriné frente a la policía, así que mi amigo no era. Menos mi hermano del alma. Es realmente extraño estar acostumbrado a oír las campanas con un vaivén monótono, mas no así el reconocer rolas desde ellas. Luego de un mes se hace normal, y los: No mames, ¿sí te fijaste que era el corrido de Durango?, se dejan de oír en las voces de los vecinos.
El amargo y vigoroso tabaco impregnó mi nariz, la boca, la chamarra de lana. Sobre el oriente se alzaba la luna llena, repleta de claridad sobre el cielo; ni las ramas del naranjo obstruían que me acariciara su reflejo; mas ella, callada, ni brazos tenía para que yo pudiera desear un abrazo. Ni modo. Seguí de pie y coloqué mi espalda sobre la pared y el codo izquierdo sobre la saliente.
-Hola- oí.
Entraba por el pasillo la vecina del siete, y con una seña de cabeza indiqué que le puse atención, exhalando el motivo de mi silencio. Para entonces el viento cesó junto con los mariachis y la motobomba. A lo lejos, si ponía la atención suficiente, podía escuchar el tenue eco del recuerdo con unos tacones acompasándose mientras suben tres peldaños más abajo, por la entrada, rumbo al tres. A la mierda, me dije, y saqué la computadora y puse a Green Day en youtube. 21 guns; si tuviera al menos una de esas avisaría con estrépito que si no fuera por Pablo, esa tarde, tendría sólo 34 pesos para la semana. En serio que salvó el día, la semana, y probablemente el mes; cuando le pedí un adelanto de la renta de mis mancuernas de quince kilos no era tanto por los gastos que haría en días siguientes, sino porque a esa hora estaba programada una visita femenina, y los imprevistos están a la orden del día. Pero no asistió. Si vuelve a marcarme en medio de la madrugada, a las cuatro, le contestaré para saludar a su mamá de manera muy cordial. En serio. Bueno, se la dejé pasar porque ha sido muy puntual en otras citaciones, de cualquier tipo, pensando, erróneamente, que tenía un interés romántico hacia ella, y la verdad es que no le mentí, sólo que su concepción de relación es distinto al mío, el suyo fue inculcado por telenovelas, mientras que el mío se apega a la realidad. No lo hacía más fácil el hecho de existir otra chica más joven, más encantadora, de mejor léxico y que me agradaba su sencillez. Fuimos muy buenos compañeros, hasta que formalicé los nexos. Tampoco hay que satanizarla, fue chida en muchas cosas, incluso en días recientes le hablé de mis viajes y de cuánto quise telefonearla para anunciar el tipo de hotel en que me alojé, las cosas que vi, hice, comí… Tan numeroso deseo debía saberse y no me importó que hubiera vuelto con el ex o que ya hubieran pasado siete meses desde el banquete con pescado y salsas mexicanas. La distancia es nula al unir recuerdos. Ni modo, a cómo estaban las cosas esa noche, de esos billetes Pableños, fui por otra cajetilla. Cuarenta y dos pesos de placer; me fumé una semana en que Pablo disfrutó hacer ejercicio con mis pesas cromadas. Uno nunca sabe de qué manera representará ingresos algún regalo. Aclaro que no he vendido ninguno, lo más cercano ha sido un intercambio con personas de confianza que sé que le sacarán provecho. Es más, ya haciendo memoria, sí vendí uno, recién salido de su envoltorio navideño, directo a la muñeca de Alonso, pero tampoco es mi culpa que me dieran un objeto que nunca uso y que se empeñen en hacerlo; así proceden las personas cuando no conocen a los demás. Fue entonces que el viento en su violencia volvió de su paseo en teleférico. A la verga, no hay pedo, sirve que se orea el once.
Debido a que ya no hallé tracklist de Green Day, y ante la persistencia en la memoria de la joven más joven, puse Bruno Mars, It will rain. Aún no se me olvida la vez que iba manejando If you ever leave me baby y salió por los parlantes de la radio y fue inevitable ponerme en trance leave some morphine at my door colocando atención a la letra cause it would take a whole lot of medication to realice what we used to have, quebrándome durante la jornada laboral, we don’t have it anymore. A quitarle la costra a las heridas, lamerlas, pero en distinto sentir. Esa escena la repetí todo el verano al armar el rompecabezas con la pintura de Van Gogh que, expresamente, adquirí para pasar el rato en el once con ella. A repetir la obra, me dije, y siguió Adele, Someone like you. Esa gordita de mirada envolvente se me hace familiar, así también pasó aquella vez al manejar que me llegó el golpe: Ya no habría bromas sobre cocodrilos en aviones comerciales con rumbo a Miami vestidos de futbolistas. A rondar las profundidades. Sí, a la verga; y preparé una bebida con los restos de alcohol que hallé. El whiskey se había acabado. Dos hielos, colocar en vaso on the rocks, exprimir una porción al gusto de vodka; en mi caso es la mitad del vaso; un chorrito de agua mineral y el jugo de medio limón. Para fresear puse una cáscara verde. ¡A incendiar la lluvia! En mis manos escurrieron aquellas tormentas de verano con cielo nublado que ingresaron al once por la ventana durante julio, meses antes, al observar la embriaguez de mi compañera innegable, de mi sombra, mi encendedor en la tiniebla de las calles al transitar bajo la duda con rumbo a El Dátil, el cuartel. Más certero no pudo ser el nombre del barrio donde se sitúa: Calvario. Eterno recordatorio de mi vida. Tampoco me quejo, la vida a mí, como a todos, me trata igual. A veces mejor. Plus ont moins, como diría Audrey.
Luego, para combinar sin desentono, siguió La puntita, de Babasónicos. En eso llegó Pablo a lavar su ropa en el cuartel y le abrí pero dije que estaba ocupado; por supuesto al oír el roleo intuyó que estaba en trance. Luego oí un ruido de tejabán, y al mirar una calva moviéndose sobre la azotea supe que Krishna estaba subiendo por la casa del vecino. Pinchi madre, pinchi vato, como no le abrían se brincó. Vi que maldecía y fui a renovar mi bebida. Pablo se puso a fumar en la terraza y en eso llegaba Juan. Se metió a su apartamento después de saludarme cuando bajé. Ya sabía que la nube del pasado estaba sobre mí y se empeñaría en seguirme hasta renovar el sueño. Ni modo, a recibirla...
Bienvenida…
Hola…
¿Cómo has estado?
Diré su nombre: Andrea.
La situación, el tiempo, la joven, tiene título, y omitirlo es faltar al respeto a la realidad. Pues bien, vente, le dije aunque sabía que no me oía. De ratos el viento se calmaba. Vestido con el pantalón de trabajo, agujereado en la entrepierna y con la chamarra, seguí sentado en las escaleras, fumando y bebiendo; verbos anexos a mi nombre. Ya el vodka estaba finito, así que preparé un vaso similar pero con ron añejo.
-Men.
La voz de Juan ascendió a mi oído.
-Ahí voy-. Estaba sirviendo el agua mineral en el once, pero en el vaso.
En elípticas melodías bajé hasta su alcoba.
-We, saca un cigarro-. Se lo di y pregunté por Pablo-. Salió, dijo que al rato volvía. ¿Estás pisteando?
-Ya sabes… Es la cena-. rió-. Oye, ¿tienes desarmador?
-¿De cuál?
-De los dos.
-Deja-. Un minuto más tarde sacó uno de cruz y otro plano. Le dije que subiera conmigo para que observara mi nueva creación en el baño, y mientras sus ojos recibían la caja de fruta pintada de negro empotrada en la pared sobre el escusado, me puse a apretar los tornillos correspondientes-. Está chingón, se ve mucho espacio.
-Es para tener todo acomodado.
-Yo quiero uno igual- señalando la repisa invertida que coloqué sobre la entrada, en el dintel.
-Si quieres, te la pongo. Sólo compra la tabla y las madres esas.
-Las de triángulo.
-Escuadras.
-Ándale. Se ve más espacio.
Cabe señalar que cada apartamento, en promedio, tiene veintitrés metros cuadrados, por lo que aprovechar todo espacio es vital y fue lo que tuve en cuenta cuando, el catorce de julio del veinte once, conocí el apartamento. Luego me preguntó cuándo escribí el poema de la pared.
-¿Te sabes la historia?
-Es el de El Dátil.
-Simón.
-Está chingón.
Hablé de la historia detrás, y fuimos a su alcoba.
-Aquí-, se refería a un declive que se forma por las escaleras que ascienden a mi alcoba, pero que le toca la parte baja en su apartamento-. Quiero escribir cosas. No sé, como una…
-Frase.
-Ándale, o una palabra. Así que un día me levante y escriba: Descansar. Mermas así. Llenarlo todo.
-Eso sirve un chingo, de Mantra. O sea, escribes cosas y después te acuerdas y te acuerdas. Y mientras lo haces te relajas, haces algo…
-Eso quiero hacer desde hace rato, y aquí-, señaló un espacio en un costado- quiero que Low Brow- refiriéndose al vecino del seis-, dibuje una mamada, algo que se vea chingón.
-Pues debes saber que siempre hace lo que quiere, y tienes que especificar y supervisar lo que te gustaría, por ejemplo, yo diría que una rosa roja, en este espacio-. Era como veinte centímetros cuadrados.

Vergas, me dije al despertar por la mañana. Después de hablar con Juan olvidé; bueno, más bien no estoy seguro qué partes son realidad y cuáles son ficción; lo que hice hasta dormir. Sin embargo ella seguía ahí. La vi cuando abrí la ventana y asomé la mirada hacia abajo.
Era temprano. Tanteo, las siete y media, porque entre sueños me pareció escuchar Las mañanitas en las campanas de la iglesia cercana. Encendí la grabadora con las noticias, abrí la regadera en lo que planchaba un pantalón, y me alisté para ir a comer algo por la calle y después al trabajo, pero al ver la hora en el celular, tenía de sobra una hora, así que fui a depositar el dinero de las rentas de dos apartamentos; ahí ya me dio chance de farolear por las calles del centro. Es algo agradable que la luz de entre las nueve y diez ilumine a las personas despreocupadas al caminar por el centro, mostrando las fachadas, sus expresiones centenarias, y el adoquinado de las vías. Nada se compara con eso. Pues que me vibra el cel. ¿Quién es?, y resulta que de una empresa armadora de cables o algo así, me hablaron porque dejé mi currículo un mes atrás. Y la conversación giraba en torno a los horarios y días libres para realizarme una entrevista. Ah, muy bien, entonces el viernes a las tres de la tarde ahí paso, ¿por quién pregunto? Ah, muy bien, por Miriam de Recursos Humanos.
Ya en el trabajo pues las cosas siguieron como el resto de los días.
Cuando fui a medio día de ese lunes con mi mamá revisé el periódico. En la Cineteca había una película así como que me atraía. La verdad por más que quisiera ir no iría. Lo sabía. Las labores diarias me encierran y por lo pronto me ocupo en descansar y lo que salga. Así que comí con ella y de reversa al Dátil. Encender un poco la tele en lo que me duermo, descanso, y hasta que me marque alguien para atenderlo. Me levanté a regar las plantas, dar de comer a los peces del estanque y a medio limpiar las áreas comunes de los cuatro desniveles de que se forma el complejo. Unas horas más tarde vi a Yarib.
-¿Qué pedo, men?
-Naris.
-¿Vas a pistear ahora?
-Sí me dan ganas, pero no hay varo.
-Si las armas yo saco una caguama.
-Ya estás.
Se metió a su alcoba, apartamento; alcoba-apartamento; y realicé lo mismo, pero no tan seguro de hacerlo. Revisando en la alacena, en los cajones del escritorio y en las escaleras que ascienden al once, no encontré más que retazos de varios licores. Sin dinero y con ese alcohol, determiné revolverlo para saborearlo. Hielos y coca-cola hicieron una cuba. Aun no entiendo por qué la raza insiste en llamar así a cualquier bebida que contenga destilado, hielo, y algo de agua o refresco. Como sea, salí a la terraza y en el camino vi que la ventana del diez estaba abierta.
-Johnny.
Silencio…
Repetí la sentencia, y ocurrió lo mismo. Sacando un cigarro para fumármelo, la llama entre yo y el papel me trajo a la memoria que debía ir al siguiente día por una feria. ¿Qué era ese aroma? No había ni aspirado siquiera de la llama a través del tabaco y lo percibía. Debe ser Krishna con Low Brow fumando mota, incienso, y cualquier yerba que encuentren en su alcoba, me dije. En realidad me molestaba ese olor irreconocible. Me siguió por todas las escalinatas y descansos hasta llegar a la terraza.

Oscureció mientras me enfrasqué en pensar. Qué pensaba; ni ahora lo recuerdo. Del cerro de La Virgen Descalza salían rayos láser color verde por el poniente hacia el horizonte. No sé, pero me sentía aburrido. Quise que hubiera más alcohol, o que me invadieran ganas de extrañar algo, alguien, pero no pasó nada de eso. Estaba realmente tranquilo. 

martes, 6 de octubre de 2015

La sombra del mar (trazos)


“¿Qué hace una persona al alcanzar la flama de la inmortalidad?”, me pregunté en silencio y su longitud permanecía, aislada del tiempo. Un murmullo gutural a mi lado rompió la pregunta, sin responderla.
Consciente antes que se fraguara cualquier reflexión lumínica, encendí la computadora con el apetito que me llamaba a devorar. Giraba el sonido suave dentro de la habitación en la lenta mañana, y los despertares asíncronos deformaron la paradoja que el sueño había sido. Al paso del tiempo rayos solares golpearon el muro blanco a través de la cancela, anidando en donde lograra reunir un promontorio de solidez. Sombras reunidas mostraron la textura patrón de espiga con escalas de grises del saco, el pantalón de gabardina arrugado; encima de la única silla; playera color melón, y un vestido que me recordaba al celofán envolviendo un postre de menta, tendidos junto a la cama.
Olía a la dedicación monástica de las habitaciones aseadas cada tercer día, la resonancia de la soledad quebrantada por civilización y las alfombras que son sacudidas al sol. Ella Fitzgerald era un juego sobre la mesa; Sinatra, en su juventud de corazón, ingresó con la precisión quirúrgica de la mano al descansar en el torso masculino. A primera vista el jueves parecía un domingo cualquiera. Sus dígitos adquirieron calor. Fue ahí donde perdí el aliento. Desperté.
Frescor insomne, calor ausente: El mundo apenas inauguraba su llegada.
A veces mirar el techo se torna en el velo de los pensamientos. La rugosidad de la memoria se trasladó al muro, simples gorjeos matinales de los pájaros sirvieron de orquesta. Recorrí el paso del tiempo sobre su piel con la vista. Sin aromas reconocibles, el inicio del despertar me animaba para nombrar todo elemento que percibía. Blanca y tranquila, envuelta de tonos de piano y notas plegadas en camisón floreado, el compás de su respiración me contestó que de ahí en delante los días de vida que lograra despertar, serían la herencia que había costado más de un llanto.
Tras cuatro horas de sueño, la boda cancelada y cinco años, el sueño terminó.
-¿Qué hora es?- preguntó como si soslayara la presencia del flujo temporal, sin abrir los ojos.
Al anunciar la grieta en el tiempo, despejaba sus ojos para después incorporarse e ir al baño. Los matices de su cabello y la amplitud de la superficie blanca y floreada se perdieron tras la puerta de seis vidrios. Había transformado su ausencia en presencia, el mutismo en voz, la parábola en línea recta. Sin pensar en cómo palabras, papel, sobres y estampillas lograron transformarse en carne y cabello, saliva y ese característico reflejo que se percibe en la superficie de la mirada, me di cuenta que las palabras podían adquirir forma. Oí el agua, los movimientos tonales del mecanismo, el murmullo apagado de la piel restregando jabón de manos, para después presenciar su estatura bajo el dintel. ¿Era la misma que cinco años atrás sostuvo mi mano en un instante parsimonioso? Tal vez. Sólo sé que entretuve la atención en descifrar el recorte de la figura al trasladarse al colchón, sin que la memoria anunciara algún intruso en los recuerdos.
Para ser exacto, no podía dibujar su presencia. La nitidez del sitio en que la conocí fue difusa, al igual que cualquier recuerdo de alguna comunicación tenida.
-¿Qué piensas?
-Nada.
¿Cómo explicar cuando sabes que una metáfora idílica se materializa y te habla?
Permanecí oyendo la música que aventajaba la aparición de sentidos.



Vestigia Dominari

 Bienvenida sea la primavera! Se acerca un eclipse y la parsimonia en los eventos se ve en armonía. Hace 20 años (el tiempo nos ha invadido ...