martes, 24 de febrero de 2015

Lonsdaleite (cap II)





Se destrozaba el mundo y el inconcluso seguía en su estado habitual. Abriste el gabinete sólo para hallar el encendedor y la cajetilla cerrada. La noche no deparaba mas que silencio y hambre, somnolencia y la sensación de ser un día feriado en que no sueles salir, pues bien, si no fuera por la conexión intermitente del wifi no hubieras encontrado el Frogstomp de Silverchair, con su Tomorrow que afianzó la determinación perdida veinte meses atrás, donde tantos kilómetros, cervezas, ovnis, sudores y polvo se desperdigaron en el camino. Luego vino Shade y el escenario cambiaba de emoción en todas tus latitudes. “Don’t feel bad, you are not the only one”. ¿Y qué? sumaste otro paso al medio maratón sin que la velocidad te importara, otro sonido en el oído, otra sonrisa en un buenos días, mas un pequeño temor a renovar el pozo que continua vacío. El 2eme REP te espera con el paracaídas y el lodo pegado a tu rostro, todo para lograr volver con sueño tras una jornada en el trabajo y poder colocar ese objeto tan inusual en estos tiempos llamado CD original, y no sabrás si será Tool, Audioslave, Silverchair, Nirvana, Smashing Pumpkins u optarás por algo de la vieja escuela como Black Sabbath, Soundgarden o AC/DC, lo que sabes es que no será ni Agustín Lara o Alejandro Fernández porque de tu boca los gritos estorbarán a las estrofas. Mejor entraste en las memorias para ahogar los fantasmas.

-Otro whisky, por favor... Sí, igual, con tres hielos.
-¿Y cómo dices que te llamas? No escuché con esta puta al lado.
-Lovedy, André Lovedy.
Recordabas lo que mencionó Adriana diez años atrás.
-No vuelva hablar así de una mujer en mi presencia- dijiste después que tu puño se alejaba de su mentón. La mujer que por monedas bamboleaba el cuerpo al ritmo de Los Cadetes de Linares con cualquier invitado del bar, te habló: “Gracias, señor Lovedy”.
-Love, dime Andy- girando tu torso sobre el asiento.
Tomando el vaso en la mano derecha con la siniestra depositaste dos billetes verdes en la barra y salías por las puertas reversibles para volver a montar la bestia sin el 666, sólo la estampa de cobra pegada al guardafangos. Ya en el Barracuda setenta y dos; tercera generación, color Chartreuse; la memoria USB colocó a Moenia sobre el parabrisas con la Avenida Alcalde enfrente. La suela de tu bota hizo que el platino de las bujías recién anexadas esa semana por César encendieran tu adrenalina, la emoción de novedad, el brillo emanado de tus ojos cuando saben lo que hacen y a dónde van desde aquella vez, en que siendo adolescente, estabas en medio de la tormenta camino a casa. Atravesaste el cuerpo sólido del agua sin poder ver, pero con la determinación de avanzar pisaras donde pisaras, sucediera lo que sucediera.
¿Qué era el fresco en tu 501? Olvidaste beber del vaso. No importaba, renovar el contenido era cuestión de doblar en la esquina, poniendo freno de mano, y detener el coche en el espacio del Seven Eleven, y mientras lo hiciste pensaste... No, en ella no, en Jesús de Suburbia del que habla Green Day, el mismo grupo que bautizó el boulevard donde vives, tu madriguera, viejo lobo, tu Neverland sin ruedas de la fortuna; tu suerte no había sido echada ni lo sería, pues sabes bien que en tus manos yace el destino que te depara.
Dos botellas de Jack, litro y medio de Marqués de Cáceres, mas cinco de William, te acompañaron luego de la parada en donde supo Green Day que el hogar no siempre es donde está el corazón. No estaban contigo Los Cobra ni Alonso, pero con ese pelotón te sentías casi igual de protegido por ambos flancos como si en verdad estuvieran reunidos contigo en el coche; de niños nada tuvo tu infantería.
Ahora, con Pearl Jam y el ámbar de tu cosmogonía en los labios y en el hígado, Jeremy estaría a salvo y de sus muertes se hablaría por futuros cantantes en bares de mala muerte, aun con la jeringa en su brazo pero sin soltar el pie del pedal de distorsión. Eso te reconfortó al pensarlo porque sería una alusión a tu Barracuda y las curvas de carretera donde invadías el carril contrario sin hallar el tráiler. Sólo en una carretera, la 40, durante ochenta kilómetros solía invadirte el miedo, pero no era de morir, sino que la persona que visitabas estaría siempre pendiente de que estuvieras bien y quería que en el trayecto no te ocurriera nada parecido ni a un raspón. “Me mandas un mensaje cuando llegues”. Te pertenecía el temor por que hubiera una persona preocupada por ti; el eslabón, el punto débil en la estructura de seguridad. Y sabías de su sinceridad, por ello relegaste la natural omisión de anunciar tu llegada al apartamento luego de comer carne asada en su patio trasero. Deseaste ser el detective que hallara la cura para su mal, pero para entonces habías cometido un error: No estudiaste medicina más allá del aciclovir y la penicilina.
-Eso rimó- me dijiste, y te avergonzaste de que sólo yo fuera el dueño de tus pensamientos.
Diste gracias al Canaca por haberte hecho reír igual a como lo hiciste cuando en ese momento se cruzó en el estéreo Gloria Trevi; cortesía de Tresviñedos, alias Treviño. Mas ése no era narco ni poli, sino un vato loco de la esquina más seca en Puerto Vallarta que te pasa música bajada de no sabes dónde. Todo en él era puntos suspensivos.
¿Porqué estabas en esa ciudad? No importa lo que me contestes. Lo sé. Lo sabes. Pero no queremos anunciarlo. Tienes trabajo pendiente.
-Vergas, se me olvidaron los hielos.
Horas más tarde te dieron ganas de hablar con Pernille; la única amiga en la ciudad; preguntar si ya estaba casada y con ganas de abrir otra tienda de ropa o había vuelto a Dinamarca, pero una llamada a las tres de la madrugada, santuario protegido por tu insomnio, no era prudente. Ni la más profunda borrachera haría que hablaras con amigas, mujeres o enemigos, eso lo relegabas para el oído del amigo que te manda a la chingada y luego dice que mañana ahora sí van a Don Gibarone.
Luego recordabas algo. Tu mente se detuvo en eso. La brecha generacional que te separa de hallar sentido en un like de facebook, la normalidad de recibir llamadas donde te encuentres, y el hecho que ya no se oiga el tono con que solías conectarte a internet por medio de una llamada.
-Ya nada es como antes.
Lo sé, lo sé... Tampoco eres como antes.
-No soy lo que estoy haciendo, ni soy lo que voy a hacer, pero gracias, Dios, por no ser lo que antes era.
La oración de fuerzas especiales que recitaban los ex militares a tus neuronas reunió, pero tú, hijo de Lovedy, no eres religioso, así que cambiaste a Dios por Whisky, y la sentencia quedaba así: “No soy lo que estoy haciendo, ni soy lo que voy a hacer, pero gracias, whisky, por no ser lo que antes era". Luego intercambiaste esa palabra con cualquier tipo de alcohol, y la mejor sonaba con CHEVE.
-Cheve-chevy-, pensando que así le dirías al relevo del Barracuda. O a junior. No, él no figuraba entre las balas ni en las resacas.
Había remanentes en la memoria de cuando transitaste el Infierno junto a ex militares, de quien aprendiste técnica, fuerza y destreza; pero ese Infierno no se comparaba al que te mostró, alguna vez en la Universidad, Rubí. Bebimos medio cuerpo inerte de Jack por ese recuerdo, esperando que la amargura del alma fuera diluida con la que sentimos recorrer nuestras gargantas, las del Barracuda, y las de incontables mujeres que nos recibían.
La noche era oscura, no como todas las noches, sino más densa su tiniebla porque en los Arcos del Milenio ocurrió frente a ti un percance automovilístico, y supusiste que la rubia del coche azul recostada sobre el cofre fue la silueta sentada a tu lado que subió el volumen, diciendo: “Esa, esa...”, y la canción escogida era No me arrepiento de este amor, con Ataque 77.
-¡Vergas! ¿A qué hora te subiste?
-Estaba dormida, tío ANDE.
¿Era normal?
Paranormal.
-No hay nada normal…
Y la silueta que subió el volumen desapareció; entonces diste gracias al alcohol de que la rubia te acompañara invisiblemente…

De ahí en adelante sólo recordamos que, con The Doors de fondo, te dolió una parte que cuidas tanto como las provisiones durante una campaña en terreno hostil- la noche ya había destruido el día- y retiraste tu cuerpo.
-¿Qué pasa?
-¿Tienes un piercing en la lengua?
Asintió y no lograbas saber si ya te había dicho su nombre, o si preguntaste, y he ahí sus ojos grises, casi blancos, la piel nívea, cabello rubio plata y la sonrisa coqueta de una mujer que anhelaba estar con el detective privado en lo privado de su soledad. ¿Hotel? Quizá. Al menos las sábanas estaban limpias y no había paredes pintarrajeadas con aerosol. La decoración era llana, sin artículos que resaltaran, hasta los muebles parecieron estar atornillados a la alfombra que cubría el suelo. En sus manos tenía guantes sin la punta de los dedos. Eso sí lo recordabas de cuando fuiste por hielos y la viste afuera de la tienda. “Alterna”, pensaste, y la chica Alterna siguió su tarea. “¡¿Dónde vergas aprendió eso?!”. Te volvía loco ver cómo desaparecía tu cuerpo y volvía a surgir del abismo. Paraíso. Cinema Paradiso. Perdición. La caída. “All right”. Y la armónica encendía el fuego con the action lady. Otra vez eras el Rockstar en que te convertiste al bautizar tu apartamento en los días de Universidad.
Minutos más tarde Los Fabulosos Cadillacs aparecieron en el televisor de plasma que colgaba de la pared a la vez que ella se fue al baño a contestar su celular. No queremos sufrír, Ay ay… Dejaste unos vales de despensa tomados de una escena de los hechos y, desnudo, tomaste tu ropa y saliste por la puerta. Aún no sabes si de eso vivía pero la costumbre hizo que dejaras dinero en la mesa de noche.
Sí, era el Holiday Inn.
                                                         666.

De vuelta en la habitación rentada en Hostelito Inn para las operaciones que desarrollarías, mientras esperabas el arribo de la información de inteligencia de campo tomada por Fercio, decidiste observar en la computadora portátil un programa de Eddie Murphy que tenías en la memoria USB, “Delirious”; mantener el temperamento templado sólo lo alcanzabas con risas que te adoloraran el abdomen como si estuvieras realizando tu rutina de ejercicio matutino, si es que la borrachera y la juerga te dejaba espacio. Claro que siempre lo deja. Deseaste the red leather jacket pero no los pantalones. Había mariachis desfilando por la calle de afuera, así que optaste por echar una mirada entreabriendo las cortinas. No, Eddie era mejor en ese instante.
“Motherfucker”.
Mister T.
“Mother fucker”.
                                          The ice cream man is comin!, the ice cream man is comin!...
Repasabas en la mente el informe del periódico El Universal del día anterior.
                               Mas el sueño te envolvió.
La luna creciente se encendía, su color naranja asomándose por debajo de las nubes era una cuchilla que estaba hiriéndonos.





lunes, 16 de febrero de 2015

Hemingway, raíces

Pasó una semana y no te das cuenta- en verdad no te das cuenta- que los minutos fueron uniéndose. Hubo un paseo, del alma, noche del alma, lluvia (cómo olvidarlo), noche, algo de kwoon al final y un poco de mugre; los mejores instantes, como los peores, se acompañan de suciedad. Cierto, pero, ¿qué importaba? Sabemos que no acabamos de escribir aún. Lo sé. Pero la compilación no corre por nuestra cuenta, esa vendrá luego. Como las estaciones. Y por desconocidas causas. Fonemas, silencios, vocablos, espacios, ausencias.
Después, al mirar al lado en la mañana (medio día o de tarde), como toda batalla hubo bajas. Encendiste incienso al buda, le pusiste lámparas de aceite y flores. Mas la culminación te la agregué sutilmente: el archivo con Hemingway a destajo- esta sobriedad ameritaba un recuerdo de las antiguas hazañas, el rumor védico de que en verdad existió un mítico guerrero.
La verdad no te creí. Claro, lo sé. Pero... ¿y luego? 
Fue reencontrare con un amigo. La dicha me invadió. 


¡Oh, Hemingway!


Ahora, en Las islas en el Golfo, de nuevo oigo la precisión de la maquinaria bien aceitada:


"Era una mujer encantadora y deliciosa que nunca en la vida alteraba un plan establecido. Hacía los planes siempre en secreto, como un buen general, y eran igual de fuertes, igual de rígidos que los de éste".


"Un plan era un plan. Una decisión, verdaderamente una decisión".


"Cinco semanas es bastante tiempo para estar junto a los seres que uno quiere y con los que le gustaría estar siempre cerca. Pero, para empezar, ¿por, qué se me ocurrió separarme de la madre de Tom? Mejor no pensar en eso, se dijo. Y los hijos que te dio la otra son dos muchachos estupendos. Muy extraños y muy complicados, y bien sabes cuántas de sus buenas cualidades las heredaron de la madre. Es una mujer excelente y tampoco debiste dejarla, pensó. Pero al instante añadió para sí: Tuve que hacerlo".


"–Hay mucha gente que no te clasificaría entre los buenos –le dijo Thomas Hudson.
 –No lo soy. Ni lo pretendo. Ni bueno ni nada parecido. Pero quisiera serlo. Estar en contra del
mal no indica que uno sea bueno. Esta noche estaba contra el mal y después el mal se apoderó de
mí, yo mismo era un diablo. Lo sentía subir como una marea."

"Cuando un hombre vive solo en una casa va adquiriendo costumbres muy definidas y llega a
encontrar placer en seguirlas. Sin embargo es bueno romperlas de vez en cuando, y Thomas Hudson
sabía que mucho después de marcharse sus hijos seguiría conservándolas".


"Sabía casi todo lo que hay que saber sobre el vivir solo, y también había sabido lo que es vivir
con alguien a quien se ama y que corresponde a ese amor."

Lo que ocurre es que tienes un problema básico y otros intermedios. Es todo lo que tienes, de 
manera que vale más que te acostumbres a la idea. Nunca más gozarás de hermosos sueños, de 
modo que más vale que no duermas. Limítate a descansar y usa tu cabeza hasta que no puedas 
más y cuando te duermas cuenta con las pesadillas. Eso has ganado enel juego de la vida. Fijas un 
objetivo, echas la línea, te quedas vigilando y tu botín será sólo unos sueños intranquilos y 
desagradables. Estás a punto de lograr no dormirnunca. Pero has cambiado eso por lo que tienes, 
así que más vale que te guste. Ahora tienes sueño. Duerme, pues, pero cuenta con que te 
despertarás sudando. Y bien, ¿qué importa? No importa nada. ¿Te acuerdas de cuando dormías toda 
la noche con la madre de Tom? ¿Te acuerdas de lo feliz que eras y de que sólo despertabas si ella te 

despertaba para hacer el amor? Piensa en todo eso, Thomas Hudson, a ver de qué sirve.



Emancipado pasajeramente de la ambrosía, ha vuelto el vicio crónico:

Nada peor que luchar contra la propia sombra.


Extracto Mar y Niebla

  Por entre las nubes vaga un beso de tu boca dulce y enamorada. Mi lengua pide un poco de rocío, de lluvia; pide toda la miel desde t...