domingo, 29 de junio de 2014
25 de Junio
Cabellera de piedra,
lluvia horneada en las vainas de la tarde
qué fatiga y cómo faltas:
dos cuestiones de jaula
y un molino en el pecho:
Para restaurar las esfinges
hay que invocar constelaciones en esperanto.
Definitiva y precisa
como la noche
como lluvia de otoño
que viene detallada bajo el sol ausente
permanece con alas extendidas sobre recuerdos:
Un violín vino a despertarme
en el sueño mutuo de que volvías de tu exilio:
Manjar de sensaciones...
puesta de sol...
un incendio del alma
una pasión por deshojarte
despacio
a gotas
como pronunciar tu nombre,
así en mi mano cerrarte y sostenerte
hasta perpetuar al niño que canta
y trae tu risa en el rostro.
Durme, bella, duerme.
Mi descanso es el tuyo
mi cielo es tu libertad.
sábado, 14 de junio de 2014
Extracto: "El gran amor de los muertos"
El
saxofón sobrevolaba entre las mesas, adornadas con una pequeña lámpara en el
centro, iluminando las bebidas, empujando la luz a la tela rosa sostenida por
delgadas varillas de metal al foco. La oscuridad reinó en los rostros de los
clientes, al igual que en el bar. El whisky en las rocas reposaba en la mesa
siete. Jack Daniel’s. El preocupado, ensimismado; arrojando una profunda seriedad
en las personas que le vieran; rostro del hombre de la mesa siete, se enfocaba
en distinguir las melodías y las voces en inglés, traduciendo cada palabra,
cada sentimiento, porque se identificó con el ritmo. Esa mirada profunda
ocultaba toda su vida tras el grueso telón en que tornaba su rostro. Los
candiles; pendiendo de las paredes; multiplicaron las sombras, los
sentimientos, los secretos de los clientes. Inició una nueva canción. Stormy Weather; de
Billie Holiday.
Don’t know why there’s no
sun up in the sky…
Stormy weather…
Since my man and I ain’t
together,
keeps raining’ all the time…
El
piano marcó el ritmo de la canción; marcaba y revivía imágenes en el hombre de
la mesa siete. “Un abrazo es más
íntimo que el sexo… ahí se unen los pensamientos y los sueños, los temores y
los recuerdos. Se unen los latidos, consonándose, vibrando en el lenguaje del
sentimiento verdadero en el momento. Si los abrazos fuesen la extensión del
alma, ni existiría el sexo ni las generaciones, porque todo sería comprendido
sin palabras”, pensaba el hombre, mientras sostenía la mirada perdida en un
punto invisible detrás de la cantante.
Life is bad, gloom and
misery everywhere…
Stormy weather…
Just can’t get my poorself
together,
I’m weary all the time… the
time...
So weary all the time…
When he went away the blues
walked in and meet me…
If he stays away… old
rockin’ chair will get me.
“La soledad, mi fiel amiga, mi amante, no se aparta y me
acompaña sin importar mis flaquezas o éxitos- continuó pensando el hombre de la
mesa siete, sorbiendo de su vaso-. No se preocupa por mi bienestar ni me
reprocha mis desvaríos. Quisiera abrazarla y decirle lo mucho que la aprecio,
lo poco que la extraño cuando sé que vendrá, después de las personas y antes de
ellas”.
All I do is pray; the Lord
above will let me walk in the sun once more…
Can’t go on, everything I
had is gone…
Stormy weather…
Since my man and I ain’t
together…
Keeps raining all the time…
Keeps raining all the time…
“Una
prostituta adolecente se convierte en una cantante inmortal, la única que puede
sentir el efecto de la letra… la única”, se dijo el hombre. La sombra del vaso
en las rocas cambió de posición; la mano del hombre dilucidaba una
intranquilidad en él, la que ocultó del otro hombre que estaba acercándose a la
mesa siete.
When he went away the blues
walked in and meet me…
If he stays away… old
rockin’ chair will get me.
All I do is pray… the Lord
above will let me… walk in the sun once more…
Can’t go on, everything I
had is gone…
Stormy weather…
-Lovedy,
sabía que te encontraría en este lugar- dijo el otro hombre.
Lovedy
ni volteó a mirar al personaje que le hablaba, continuó dirigiendo la atención
hasta la banda en el centro del bar. Lovedy traía un traje negro ceñido, con
corbata y chaleco también negros, al igual que un saco de lana con doble solapa.
La camisa blanca relucía entre la poca luz del bar. Incluso las mancuernillas brillaron
desde sus mangas francesas. El saco reposaba en el respaldo de la silla.
-Lindo
traje, ¿lo mandaste hacer con el sastre que te recomendé?
Lovedy
alargó la mano hasta su whisky, y sorbió un pequeño trago. Una mirada al
interlocutor, sentado a su izquierda, bastó para contestar que no era así.
-Estaba
buscándote para que me ayudes. Tengo…- interrumpiendo las palabras del otro
hombre, Lovedy habló:
-Esta
canción es melancólica, ¿no lo cree?
Since my man and I ain’t
together…
Keeps raining all the time…
Keeps raining all the time…
El
segundo hombre; con su fino traje café y sombrero de media ala; se distrajo de
lo que iba a decir. La canción terminó. En eso, el camarero llegaba.
-¿Se
le ofrece algo de beber, señor?- dijo el camarero al segundo hombre.
-Quiero
lo mismo que él.
-Perfecto.
En un momento se lo traigo.
Al
retirarse el camarero, Lovedy añadió:
-Lo
que tomo, no se pide, llega sin previo aviso.
-Estás
muy raro, ¿qué te sucedió?- dijo la voz bajo el sombrero de media ala,
empujando la pregunta hacia delante al igual que el torso sobre la mesa.
-¿De
qué quiere hablar?
-Pues…
hubo un “evento”.
La
última palabra la había dicho de manera sedante, recalcando que hablaba en
código, un código sólo conocido por ambos. Significaba un homicidio, un
secuestro, un robo mayúsculo, o cualquier circunstancia que haría temblar a la
justicia y la razón.
-Vicario,
sabe dónde encontrarme. Perdón por mi falta de cortesía, he tenido…- Lovedy
detuvo su voz, dirigió la atención hacia el camarero que regresaba a la mesa,
enfocó el whisky en las rocas llegando sobre la lisa superficie con el mantel
verdoso, y pidió otro igual. Había un brillo pequeño que escurría en color
ámbar a través de la bebida-. He tenido que venir por un momento de…
-¿Qué?-
preguntó el Vicario, con una voz queda, dejando la mirada sobre Lovedy. Alargó
la mano sobre su bebida y después la retiró a su bolsillo del saco.
-Necesitaba
venir, estar solo. Es lo único que quería. Continúe.
La
cantante reverenció los aplausos, el alimento del artista, y así se nutrió para
continuar con una canción nueva. Era una nostálgica voz diluyéndose desde un
cuerpo informe, moreno, coloreado rojo sangre en los labios carnosos.
Treintaicinco años, setenta y tres kilos, e innumerables fracasos, se
adivinaban bajo las ondas sonoras ordenadas, que se sumaron a la trompeta y los
latidos del tambor. El tiempo transcurría e iniciaba nueva canción: Summertime.
-Lovedy, no confío en las fuerzas armadas ni en los
federales, sólo en ti y en quien tú confíes. Sé que eres diferente, tal vez un
poco raro para las personas. Pero sin duda tu soledad, y tu forma de actuar,
insinúan los secretos que guardas, grandes y temerarios seguramente,
seguramente temerarios. Las circunstancias me obligan a no hablar más de lo
necesario- por debajo de la mesa le pasó a Lovedy una pequeña carta después de
hacer una seña, la cual, consistía en tocar dos veces su nariz con el dorso del
dedo índice-. Ahí está todo. Sabes que consigo el equipo y el transporte,
encárgate de las personas.
-Así será… Vicario… Billie Holiday revive en este lugar,
pero su encargo será necesario realizarlo sin melancolía… me toca llamar.
El Vicario levantó su cuerpo, dejando la bebida intacta
en el mantel, y, mientras sacaba su cartera, Lovedy habló:
-Así déjelo, yo pago.
-Amigo…- contestaba el Vicario, con una cara seria y
decidida, pero no tan profunda como la de Lovedy-. Estamos en contacto, los pormenores
vienen ahí- dirigiendo la mirada a la carta, que seguía reposando en el
bolsillo del saco de lana en que Lovedy la dejó; la interior derecha.
-No se preocupe, el personal corre por mi cuenta, y soy
responsable de ellos.
Los aplausos resonaron de nuevo. “¿A quién se le
ocurriría inventar un choque de manos para demostrar aprobación?”, pensó
Lovedy. Parecía que estaban aprobando la retirada del Vicario, pero estaban
dirigidos a la cantante, regresando la alusión con la reverencia cortés, la
misma de el término de las seis anteriores.
Lovedy nuevamente quedó tan solo como la lámpara de la
mesa, únicamente iluminado por dos whiskys y la música melancólica del bar.
Cerca se encontraban parejas de hombres de más edad, todos con vestimentas
formales y elegantes. Reinaba un pequeño susurro proveniente de cortas
conversaciones en las demás mesas. La banda era un conjunto de hombres de
mediana edad, casi todos morenos. La cantante y los músicos parecían una
familia de sangre, pero la sangre que los unía era el sentimiento que evocaban.
Eran del agrado de Lovedy. “Me gustaría regresar a tocar guitarra o cantar. No,
creo que eso no es lo mío”, se dijo Lovedy, tras beber el primer whisky por
completo.
Dos canciones más y tres whiskys. Lovedy salió por la
entrada principal, dejando sobre el verdoso mantel una propina generosa y una
nota: “Dile a la cantante que es extraordinaria. Dale la mitad del dinero”.
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