Foto tomada por una vecina |
miércoles, 29 de mayo de 2013
viernes, 17 de mayo de 2013
Extracto de LONSDALEITE
-Enciende el tocadiscos
del estéreo y apaga la luz, André; es magia.
-¿De qué
hablas?- tomando el disco negro que le extendía el otro hombre.
-Hay cosas que
deben permanecer en su estado original.
-Está bien,
papá.
Segundos más
tarde, giraba a dos metros de distancia del cuarto de estar el disco de vinil After the rain; Muddy Waters inició con
lentos tonos a esparcir sus efectos. Salvo una lámpara de piso encendida en la
habitación principal, que iluminaba tenue desde su posición, sólo los
cigarrillos en las manos de los dos hombres agrietaron la oscuridad. Se habían
acomodado en los sillones de tapiz roto. Frente a ellos, en un televisor usado
como mesa, colocaron las botellas de cerveza que abrieron un instante atrás.
Existían pocos muebles para que el lugar fuera nombrado como casa, sin contar
las cajas de archivos y los artículos de oficina y taller. Motores desarmados
se atrincheraban tras un refrigerador, cajas de herramienta había sobre la
tarja, y cables enrollados detenían los platos sucios de la cena. Del exterior,
por la ventana panorámica en la sala de estar, ingresaron luces ámbar de calle
mas la oscuridad de la noche. Era los suficientemente fresco como para saber
que era octubre, pero cálido para estar sin chamarra dentro de la habitación
con las ventanas abiertas.
André comenzó
a entrar en un mundo extinto, del que han quedado remanentes en las memorias
masculinas cuando se unen en soledad a beber y fumar, a percibir el volumen del
silencio y la soledad en sus hogares. “Hogar: no siempre es donde se duerme”,
se dijo André, luego deslizó la mano derecha a la parte trasera del 501.
Constatando que la Glock 9 milímetros estaba en su sitio, regresó a la Corona de
media sobre el televisor. Quitó de sus labios el cigarro y tras colocarlo en el
cenicero de piedra, que fungía como frontera entre ambos cuerpos, bebió un
largo trago. Algunas gotas cayeron en su playera blanca, cerca del cuello en V.
Las melodías carecían de soberbia, pero eran la beatificación del dolor. Necesitaba
algo frío diluirse en su garganta, que lo poseyera y le avisara que su cuerpo
seguía manteniendo unidad con espíritu y mente.
Sostuvo la
mirada en su padre. La playera desteñida, el pantaloncillo corto, los
huaraches, la delgada moldura de los lentes, el ojo que “todo lo ve”, reconoció
cada parte de ese rompecabezas que sirvió de guía y que le ayudó más allá de
consejos: Apoyo incalculable que significaron una comida, un billete, una
cajetilla de cigarros, o un refresco. De alguna manera se reconoció a sí mismo.
Era evidente la similitud que tenían al estar en sus hogares.
-La primera
vez que Muddy se escuchó en una grabación, no podía creer que era él. Después
reprodujo de nuevo el disco y se dijo: “Lo puedo hacer, lo puedo hacer”.
-¿Lo
conociste?
-No- lo había
dicho de manera átona, pero con profundo significado-. Eso dijo en una
entrevista que leí-. A su vez, André lo interrogaba sin la perspicacia usada
durante las jornadas de trabajo, donde los interlocutores podrían ser testigos,
víctimas, o sospechosos. Y raras veces los tres al mismo tiempo.
-Nunca lo
había escuchado. Suena bien.
-Este álbum no
se ha remasterizado, hasta donde sé.
-Pásame otra.
Su padre tomó
un trago de la propia y alcanzaba desde su asiento la requerida. Sin abrir
llegaba a mano de Lovedy, quien con el encendedor obtuvo el sonido
característico de cuando sale el gas acumulado y flota una leve nubecilla en la
boca de la botella. La colocó a un costado del sillón, junto a la vacía, y
encendió otro cilindro extraído de la cajetilla de Marlboro. Sin saber porqué,
eso le recordaba a las personas que piden sin dar nada a cambio, más específico
las que en reuniones suelen encender cigarros y beber cerveza a destajo, sin
haber aportado dinero ni tiempo para obtenerlo. “Pero yo traje el cartón y los
cigarros, y con él no me incomoda compartir. Me ha dado más que la vida”. Tras
su pensamiento dio otra calada. Los rasgueos en la guitarra eran dignos de
colocar una y otra vez, repetirlos en la soledad de lo nocturno, avivarlos con
alcohol para conflagrar el silencio de la casa vacía, sin mujer, sin
preocupaciones, en el ilícito rincón donde los hombres excluyen las personas
que quieren que se dejen los placeres de lado. No, ese placer tenía
incalculable valor, y ahora lo aprendía. Lo recordaba, pues no era nuevo. “El
paraíso”, pensó.
Su padre tenía
la vista perdida, pero se percibió su compañía en la habitación. André cruzó la
pierna izquierda sobre el muslo, y encima de las botas de trabajo cafés detuvo
la mano derecha con el cigarro encendido.
-¿Recuerdas
ese bajo que me ayudaste a comprar?
-¿El negro?
-Ése. Debo
decirte algo- con un ligero silencio que indicaba el otorgamiento, su padre
movió el ceño como indicación de espera-. Cuando andaba juntando dinero para la
renta del apartamento; más bien el depósito; tuve que empeñarla. Iba a sacarla
lo antes posible, pero no pude.
Su padre extendió
el silencio y en él no había muestra de resentimiento o desilusión, su rostro
era la viva imagen de la comprensión. Él no había tenido después de la infancia
a su padre, por lo que de la propia experiencia exprimió lo que pudo para
destilar el conocimiento, el sendero, la señalización del porvenir, y éste
ahora era compartido con André en esas ocasionales visitas a Sanganacio. El
disco terminaba y el padre dijo, señalando con el cigarro un rincón:
-Pon el disco
de la derecha. El último.
André se
incorporó del asiento y fue al estante donde estaban los cd´s y los discos de
vinilo, luego se dirigía al tocadiscos. Leía el título a la luz del encendedor conforme
iniciaba el carraspeo de la aguja sobre el plato giratorio: Johnny Winter Live, interpretando Muddy
Waters, y colocó el vinilo.
“Everything…
Everything… Everything is gonna be all right this morning”, iniciaba tras
aplausos Muddy a decir. La juventud terminaba en André. Con la
familiaridad de Mannish Boy, mas la
lírica de las palabras, el incienso de los días consumidos ascendía junto al
tabaco y los olores de alcohol en los labios. Dos hombres personificaban la
continuidad de la humanidad y la historia de todo HOMBRE, nada de niñerías,
nada de cobardía, todo tomado con la determinación que un alma masculina comprende
que debe hacer, tomar el camino entre lo que se quiere y el deber. Más que
hablar, prefirieron el silencio. Si en alguna pausa movían la mirada, era
suficiente para entender el significado. “Pásame otra, ¿me la abres?, enciende
otro cigarro”.
-¿Ya no has
ido a ningún partido?
-No, ya no-
contestó el padre.
-A ver si te
consigo pases para la final- pero no hubo respuesta. En el segundo rostro
figuraba una calma absoluta.
Luego que
renovaran las bebidas, cada uno empezó a contar sobre cómo las promesas
políticas se estancaban, de cómo algunos vecinos preferían la inseguridad y de
que el municipio Guadalupe Victoria estaba lo suficientemente retirado como
para visitarlo cada fin de semana.
-No importa, así
pasa- dijo André-. Uno no se fija en la distancia cuando se pica.
El clima
enrarecido por el tabaco era capaz de incomodar a los pasivos, mas ellos
estaban en el alba de la comodidad adquirida cuando se sabe que se está en
confianza, una confortabilidad dada en territorio aliado, con paz. Dicho lugar
fungió como hogar durante una temporada, y esto Lovedy lo sabía muy bien; días
en que era tildado de rebelde, disidente, paria de leyes que no lo envolvían ni
lo harían. De cada memoria bélica que en su mente figurara, ninguna sombra
asomaba al estar con ese personaje.
Muddy hizo lo
posible por abatir el sufrimiento que cada uno tuviera en sus almas, hasta que
fue relevado por Creedence.
-¿Ya no te
duele el pie?- inquirió el señor Lovedy.
-Ya no. Pero
empiezo a sentir el dedo.
Tres días
atrás un alacrán pinchó su dedo del pie derecho, y el dolor tuvo la misma
ponderación que una bala en el hueso. Lo sabía por experiencia, mas de ello no
hablaba con nadie ajeno a circunstancias laborales.
-¿Vamos a un
billar?
-Es tarde.
-Sólo decía.
Ya sabes que me recuerda esos lares la música de los Creedence.
Y su padre
sólo bebió otro trago.
Momentos después
una llamada al celular de Lovedy hizo que se escusara para retomarla en el
baño.
-¿Qué pasa?
-Sólo quiero
agradecerte lo que hiciste.
-Men, no ha
sido nada. Ya sabes que cuido de mi gente, y tú, Fercio, eres fuerzas
especiales-. Fercio rió, luego dijo: neta gracias-. Ahora, lo que te ocupa, es
tu matrimonio, y haré lo que pueda por que vaya normal y sin sobresaltos.
Apártame dos sillas en tu boda religiosa para mis barricas con cheve.
-Te pasas,
André- y lo decía el recobrar el aliento tras volver a reír-. ¿Dónde andas?
-En la ciudad.
Vine a cuidar mis bisnes. Todo tranquilo, por ahora.
-Está bien.
We, amigo, neta gracias, y cuídate.
-Ya sabes que
es lo primero que hago. Nos debemos más que la vida.
-Ni lo digas.
-Si actué fuera
de tiempo es por mis situación que bien sabes.
-No lo
menciones.
-Bueno. Pero
de ahora en delante, ya sabes que ando resguardando la city.
-Eso es todo.
-Te dejo.
-Nos hablamos
luego….
-El celular lo
voy a tirar en pocos minutos. Pero sabes dónde hallarme.
-Sale.
-Hasta pronto.
André Lovedy
cerró el celular luego de apagarlo y quitar la batería. Salió del baño y fue
con su padre.
-Feliz
cumpleaños- abrazando a Lovedy con un brazo y en la otra una cerveza.
-Gracias- y
tomó la cerveza-. Esto es todo lo que esperaba en este día. Estar contigo.
lunes, 6 de mayo de 2013
NINGÚN INSTANTE
Ningún instante al esperar
debe ser medido.
Siéntate, fuma, prende la radio
o sal al patio.
Cuando te preguntes:
¿Cuánto lleva planchándose el pelo?
No mires tu reloj.
Jamás.
Se arregla, se maquilla
ve una y otra vez su ropa y cuerpo,
los accesorios, las zapatillas.
Requiere cuidado.
Delicadeza, atención.
Incluso existe malicia mientras se viste
pues sabe que mil ojos subirán
y bajarán
por su cuerpo.
Espérala, fuma, siéntate, no mires el reloj
se está alistando para ti.
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