domingo, 5 de agosto de 2012

FOTOGRAFÍA




En tu fotografía no se capturaron los movimientos del aire cuando me contabas de tu vida, abuela. La bandera en tu rostro y cuerpo ondulaba con las tardes que consumíamos mientras permanecía la marcialidad de tus actos. Escrutinio la memoria en busca de la figura con que decidiste dormir, pues sólo así el infinito pudo contenerte, abuela. Tangos y boleros, canciones norteñas y de salsa te alegraron, tanto como Pedro Infante con sus películas; Los caminos de mi vida puedo oír. La radio encendida desde el alba fue aviso que vivías, y en el dial detenido giraban las horas con el tono de tu voz. Me hacías carne con hueso llamada también chuleta, poniéndole mucha cebolla porque el niño lo pedía. Si te recuerdo a dos años de tu muerte que no lloré es porque así eres, eterna, impalpable, con el fulgor de la oscuridad que todo muestra si se tiene la intención de cerrar los ojos y abrir los sentidos ocultos. Pude salvarte y no lo hice, y cedí al miedo, cedí porque no quería una parte de tu rompecabezas ni el cuadro incompleto, sino el panorama de que soy color y flujo. En Chela apareces y te sueña, también habla los recuerdos en silencio. Martini Martha quisiera darte otra cerveza y pelear con sus hermanas con el pretexto de que un placer nunca se niega, y echarle la culpa a José Luis por cualquier cosa que se le venga a la mente. El último día que te vi me despediste, que me fuera bien en la escuela, mas yo no sé en qué desperdicié la mañana en lugar de preservar tu integridad por llevarte al médico. Bebiste café con tu pan dulce, no podías caminar, pero a todos nos reconocías. Llegabas sin aviso gritando por madre, alargabas la letra final como si ese suspiro fuera alguno de los que te sobrevivimos; Chelaaaaaaaaa. Tu sombra ahora camina y aprende a hablar sin tener noción de que en tus brazos durmió. Idolatraste a mi novia que ya no era, y preguntabas por su familia y su rostro ausente, mas yo odiaba escuchar que era la más hermosa, oír que tenías razón pero que la herida no sangraba ni cedía, manteniéndose en la nada de mi espíritu. Cercené tus ajos y los tiraba al suelo para jugar, mordía y cortaba los helechos de tu casa, echándole la culpa al perro en turno que era más listo y en dos patas hacía lo que yo quisiera. Pero pudimos compartir cerveza clara, ¡sí señor!, compartir lo que los verdaderos amigos hacen. Siempre me enojaba que fueras a donde los demás quisieran en lugar de dejarte ser la esencia de que provenimos. Creíste que con poner un hueso al salero tío Neto que suena a tío Kallo dejaría el alcohol, desconociendo la raíz del brebaje. Por más de diez años fotografías de padre estuvieron bajo los cojines de los sillones, y me comentaste que sería el as bajo la manga cuando una persona de mi casa tuviera novio. Padre te saludaba con un poco de recelo y lo veías a escondidas desde tu centro de mando. Pasar la tarde en el jardín de enfrente o en tu sala de estar era tu ser, tanto como hablar con cualquier vago y escuchar su existir; a tus barandales aún llegan preguntando por ti. Las tortugeras te sobreviven, abuela, tus Coca-Colas chicas siguen en el refrigerador. ¿Qué tanto es una? De algo me he de morir; tus frases imperdonables para el médico que aplico. De tu juventud me enamoré y en mi juventud perdí aquel primer amor, abuela, ya casi nada queda de nosotros. Pensar en ti sólo es posible con un rollo de papel a la mano y mil vasos con hielo; por eso casi no lo hago. ¿Para qué querías televisión con cable si tenías el universo de tus recuerdos por proyectar una y otra vez? Es por eso que digo que viviste. Creo que en todas tus décadas fui el único que te llevó serenata, sí, la primera que hice y yo mismo te desperté y canté y mis amigos me preguntan todavía por ese diez de mayo, abuela. Querías comprar un carro y que te enseñara a manejar, dar una vuelta a la ciudad, mas mi sueño era llevarte caminando por las Alamedas si es que tu cuerpo no se quejaba por las experiencias acumuladas. Enumerar los instantes que te pertenecen es pelear con el viento, el mar embravecido, el ciclo del día y la noche, todos reunidos para contener lo que no se puede sostener. Un día te pregunté que si apareciste en películas, no sé la respuesta pero para mí fuiste todas las actrices de los cuarenta. Entintaste tu cabello con la dedicación de las monjas al celibato, y tu ordenanza era acudir a misa en cualquier sepelio. A mi mente viene la foto donde cargas flores al panteón y luces triste y pienso que en tu mente se dibujaba tu falta de aliento, el hálito extinto. Somos una vela que se apaga según la candela y cera de que se compone, donde en algunos es flamable y en otros frágil. Tu agenda y tus cartas, tus llamadas a Celia y la comida pasada en tu refri son mis recuerdos, abuela; mando cartas a quien quiera por vivirte y traer el tiempo que viviste en donde no vivo. Nos llevaste del suelo a la cima y en ti nos sosteníamos cada Navidad. Fuiste la hoguera en que los cazadores se reunieron. Tu esposo dijo que te cuidáramos porque fuiste lo mejor para él. Ya de tus dulces no pruebo pero saboreo tu dulzura, abuela. Luisito ya no lleva huesos pero tus perros comen, ladran y resguardan tu memoria. En el barrio de Analco nada acontecía sin que tu ventana lo supiera. Más de ocho décadas se dicen fácil y nada fácil tuvo tu vida, abuela. Soportaste nuestro vicio con la dureza de la mujer chapada a la antigua, y todo nuevo hay en ti, abuela. Te gustaban los masajes y los alcanfores, y hasta creo oler los aromas que tu piel contuvo para jamás perder la belleza. Nada es un ramo marchito en tu cama si no se lleva tu palabra a países que desconoces. De tu origen humilde se enorgullecen nuestras almas, abuela, no cabe duda que te recordamos. Las Navidades no saben a verte beber ponche ni la calle Belisario es sin que tu presencia se mantenga en los barandales, viendo las posibilidades que caminan y beben, las que manejan y entran en el mini. Tu alcoba no existe pero permaneces, abuela, hemos cambiado siendo tuyos. Si te lloramos es sin dolor sino con alegría, la dicha de tenerte donde no podemos. Yo quiero el humo, la ceniza y el fuego, tú querías los canarios y reunirte con tus hijos en tu soledad. Al quien lleva el periódico le dije de tu sueño, y ya sabía y nos deja aún las noticias, no te preocupes. Lo único que no entiendo es por qué estas durmiendo lejos de tu amante, quien te amó como a nadie. Si un modelo a seguir son ustedes, árboles milenarios que las décadas consumieron. Irma nos cuida y Freddy se ha casado, Raúl no sé qué onda; qué más puedo decir. Mi violín sigue vibrando, abuela, no habrá vocablo ni verbo sin que te escriba. No sé qué sea esto pero quise hacerlo, abuela, Lucio aún provee Coca-cola. Es más largo el silencio que la vida. Que lloren los que sepan lo que digo, una lágrima es la candela de tu fuego. Podría estar toda la noche escribiendo de ti, pero sé que quieres que viva, abuela. ¿Qué son unas palabras junto a los rosarios en tu cama y los dulces de licor? Sí que te gustaba el alcohol. En mi vaso de vidrio cortado hay whisky con hielo, abuela, elixir de la voz sincera que te recuerda. Tus alhajas se reparten y quisiera que una perteneciera a mi esposa. No has de haber oído de Han-Na Chang, pero con ella me adentro en ti. Varios días me cuidaste en lo que madre venía, y aún pienso que debí estar con madre en lugar de con la abuela. Moriste de pronto, la mejor manera de hacerlo; hasta el fin tuviste gracia. Esto es lo más largo que he escrito en un año, y es porque no había otra cosa de qué contar sino de ti, abuela.
Ya el sol no asoma en mi cochera como cuando me enseñaste a decir su nombre, abuela.
Ahora tu rosario va en mi mano y aún no comparto tu credo, abuela.
No eres ni fuiste abuela, sino Mamá Quina, que el mundo lo sepa, primera madre de los que te piensan.


Vestigia Dominari

 Bienvenida sea la primavera! Se acerca un eclipse y la parsimonia en los eventos se ve en armonía. Hace 20 años (el tiempo nos ha invadido ...