En tu fotografía
no se capturaron los movimientos del aire cuando me contabas de tu vida,
abuela. La bandera en tu rostro y cuerpo ondulaba con las tardes que
consumíamos mientras permanecía la marcialidad de tus actos. Escrutinio la
memoria en busca de la figura con que decidiste dormir, pues sólo así el
infinito pudo contenerte, abuela. Tangos y boleros, canciones norteñas y de
salsa te alegraron, tanto como Pedro Infante con sus películas; Los caminos
de mi vida puedo oír. La radio encendida desde el alba fue aviso que
vivías, y en el dial detenido giraban las horas con el tono de tu voz. Me
hacías carne con hueso llamada también chuleta, poniéndole mucha cebolla porque
el niño lo pedía. Si te recuerdo a dos años de tu muerte que no lloré es porque
así eres, eterna, impalpable, con el fulgor de la oscuridad que todo muestra si
se tiene la intención de cerrar los ojos y abrir los sentidos ocultos. Pude
salvarte y no lo hice, y cedí al miedo, cedí porque no quería una parte de tu
rompecabezas ni el cuadro incompleto, sino el panorama de que soy color y
flujo. En Chela apareces y te sueña, también habla los recuerdos en silencio.
Martini Martha quisiera darte otra cerveza y pelear con sus hermanas con el
pretexto de que un placer nunca se niega, y echarle la culpa a José Luis por
cualquier cosa que se le venga a la mente. El último día que te vi me
despediste, que me fuera bien en la escuela, mas yo no sé en qué desperdicié la
mañana en lugar de preservar tu integridad por llevarte al médico. Bebiste café
con tu pan dulce, no podías caminar, pero a todos nos reconocías. Llegabas sin
aviso gritando por madre, alargabas la letra final como si ese suspiro fuera
alguno de los que te sobrevivimos; Chelaaaaaaaaa. Tu sombra ahora camina y
aprende a hablar sin tener noción de que en tus brazos durmió. Idolatraste a mi
novia que ya no era, y preguntabas por su familia y su rostro ausente, mas yo
odiaba escuchar que era la más hermosa, oír que tenías razón pero que la herida
no sangraba ni cedía, manteniéndose en la nada de mi espíritu. Cercené tus ajos
y los tiraba al suelo para jugar, mordía y cortaba los helechos de tu casa,
echándole la culpa al perro en turno que era más listo y en dos patas hacía lo
que yo quisiera. Pero pudimos compartir cerveza clara, ¡sí señor!, compartir lo
que los verdaderos amigos hacen. Siempre me enojaba que fueras a donde los
demás quisieran en lugar de dejarte ser la esencia de que provenimos. Creíste
que con poner un hueso al salero tío Neto que suena a tío Kallo dejaría el alcohol,
desconociendo la raíz del brebaje. Por más de diez años fotografías de padre
estuvieron bajo los cojines de los sillones, y me comentaste que sería el as
bajo la manga cuando una persona de mi casa tuviera novio. Padre te saludaba
con un poco de recelo y lo veías a escondidas desde tu centro de mando. Pasar
la tarde en el jardín de enfrente o en tu sala de estar era tu ser, tanto como
hablar con cualquier vago y escuchar su existir; a tus barandales aún llegan
preguntando por ti. Las tortugeras te sobreviven, abuela, tus Coca-Colas chicas
siguen en el refrigerador. ¿Qué tanto es una? De algo me he de morir; tus
frases imperdonables para el médico que aplico. De tu juventud me enamoré y en
mi juventud perdí aquel primer amor, abuela, ya casi nada queda de nosotros.
Pensar en ti sólo es posible con un rollo de papel a la mano y mil vasos con
hielo; por eso casi no lo hago. ¿Para qué querías televisión con cable si
tenías el universo de tus recuerdos por proyectar una y otra vez? Es por eso
que digo que viviste. Creo que en todas tus décadas fui el único que te llevó
serenata, sí, la primera que hice y yo mismo te desperté y canté y mis amigos
me preguntan todavía por ese diez de mayo, abuela. Querías comprar un carro y
que te enseñara a manejar, dar una vuelta a la ciudad, mas mi sueño era
llevarte caminando por las Alamedas si es que tu cuerpo no se quejaba por las
experiencias acumuladas. Enumerar los instantes que te pertenecen es pelear con
el viento, el mar embravecido, el ciclo del día y la noche, todos reunidos para
contener lo que no se puede sostener. Un día te pregunté que si apareciste en
películas, no sé la respuesta pero para mí fuiste todas las actrices de los
cuarenta. Entintaste tu cabello con la dedicación de las monjas al celibato, y
tu ordenanza era acudir a misa en cualquier sepelio. A mi mente viene la foto
donde cargas flores al panteón y luces triste y pienso que en tu mente se
dibujaba tu falta de aliento, el hálito extinto. Somos una vela que se apaga
según la candela y cera de que se compone, donde en algunos es flamable y en
otros frágil. Tu agenda y tus cartas, tus llamadas a Celia y la comida pasada
en tu refri son mis recuerdos, abuela; mando cartas a quien quiera por vivirte
y traer el tiempo que viviste en donde no vivo. Nos llevaste del suelo a la
cima y en ti nos sosteníamos cada Navidad. Fuiste la hoguera en que los
cazadores se reunieron. Tu esposo dijo que te cuidáramos porque fuiste lo mejor
para él. Ya de tus dulces no pruebo pero saboreo tu dulzura, abuela. Luisito ya
no lleva huesos pero tus perros comen, ladran y resguardan tu memoria. En el
barrio de Analco nada acontecía sin que tu ventana lo supiera. Más de ocho
décadas se dicen fácil y nada fácil tuvo tu vida, abuela. Soportaste nuestro
vicio con la dureza de la mujer chapada a la antigua, y todo nuevo hay en ti,
abuela. Te gustaban los masajes y los alcanfores, y hasta creo oler los aromas
que tu piel contuvo para jamás perder la belleza. Nada es un ramo marchito en
tu cama si no se lleva tu palabra a países que desconoces. De tu origen humilde
se enorgullecen nuestras almas, abuela, no cabe duda que te recordamos. Las
Navidades no saben a verte beber ponche ni la calle Belisario es sin que tu
presencia se mantenga en los barandales, viendo las posibilidades que caminan y
beben, las que manejan y entran en el mini. Tu alcoba no existe pero
permaneces, abuela, hemos cambiado siendo tuyos. Si te lloramos es sin dolor
sino con alegría, la dicha de tenerte donde no podemos. Yo quiero el humo, la
ceniza y el fuego, tú querías los canarios y reunirte con tus hijos en tu
soledad. Al quien lleva el periódico le dije de tu sueño, y ya sabía y nos deja
aún las noticias, no te preocupes. Lo único que no entiendo es por qué estas
durmiendo lejos de tu amante, quien te amó como a nadie. Si un modelo a seguir
son ustedes, árboles milenarios que las décadas consumieron. Irma nos cuida y
Freddy se ha casado, Raúl no sé qué onda; qué más puedo decir. Mi violín sigue
vibrando, abuela, no habrá vocablo ni verbo sin que te escriba. No sé qué sea
esto pero quise hacerlo, abuela, Lucio aún provee Coca-cola. Es más largo el
silencio que la vida. Que lloren los que sepan lo que digo, una lágrima es la
candela de tu fuego. Podría estar toda la noche escribiendo de ti, pero sé que
quieres que viva, abuela. ¿Qué son unas palabras junto a los rosarios en tu
cama y los dulces de licor? Sí que te gustaba el alcohol. En mi vaso de vidrio
cortado hay whisky con hielo, abuela, elixir de la voz sincera que te recuerda.
Tus alhajas se reparten y quisiera que una perteneciera a mi esposa. No has de
haber oído de Han-Na Chang, pero con ella me adentro en ti. Varios días me cuidaste
en lo que madre venía, y aún pienso que debí estar con madre en lugar de con la
abuela. Moriste de pronto, la mejor manera de hacerlo; hasta el fin tuviste
gracia. Esto es lo más largo que he escrito en un año, y es porque no había
otra cosa de qué contar sino de ti, abuela.
Ya el sol no
asoma en mi cochera como cuando me enseñaste a decir su nombre, abuela.
Ahora tu rosario
va en mi mano y aún no comparto tu credo, abuela.
No eres ni
fuiste abuela, sino Mamá Quina, que el mundo lo sepa, primera madre de los que
te piensan.