-No dejó rastro.
-¿Nada?
-Ni siquiera sé si…- no sabía cómo continuar la oración; quiso decir
que dudaba sobre la existencia de la mujer, pero estaba sobrio el día que
conversó con ella en la tienda de antigüedades. Aún recordaba el tacto metálico
del cerrojo pesado, la hilera de máquinas de escribir encima de baúles de cuero
y madera, y la respuesta que dio el encargado a la joven: no tengo ningún reloj
de cuerda. Había un aroma a olvido, a décadas de ser desprovisto de uso, mas en
ese cúmulo de polvo se unió el inquebrantable perfume de una joven que ingresa
en la madurez.
En su cuerpo la marca de la
edad no había conquistado, sino que los años trajeron el punto exacto donde los
padres no saben reconocer que su hija ha sido invitada a procurar la compañía
del género opuesto. Durante el velo que antecede el sueño ella se daba cuenta.
A sus pensamientos llegaban hombres, jóvenes y situaciones transparentes pero
aún insondables para definirlas.
-¿Qué? Dime…
-Puede estar en cualquier parte del mundo.
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EL CUARTEL |
Lo anterior pertenece a una historia inconclusa (obviamente), pero lo extraño es que 1.- en realidad sigo escribiendo esa historia. 2.- no recuerdo cómo es que escribí con esas frases este fragmento. 3.- no quiero alargar ese fragmento porque para mí está completo. 4.- La verdad es que como llevo muchos meses sin escribir, me puse a escarbar en mis documentos y notas, y publico lo que me gusta.