jueves, 27 de mayo de 2010

HABLA

Para ser primavera quiero invierno.
Lo helado del clima comprende mi sentir:
Vivir poco, morir pronto.
Herido en la garganta
la luna sube hasta tus ojos.
Siento el cuchillo de plata,
en la pupila,
en la oreja
y en la dulce vista de mis ojos.

Es complicado darte el ramo,
pues fue extraído de tu casa.
Los días se han ido,
más y más lejos.
Pienso en llamarte
y que nadie sepa mi destino.

Estoy solo sin comprender,
lo que soy y miro.
Estoy inquieto por dentro
seguro de tu ternura
de la cura de mi mal.
Fue la cuerda de guitarra
eléctrica al oído.
Antiguo respiro
de mi alma humana.
No necesito decir lo que siento,
ni que me llores en este momento.
Soy lo que el reflejo dice
soy el que huye
soy lo que hice.

lunes, 24 de mayo de 2010

Scott Fitzgerald




Suelo retirarme por las noches al rincón del patio trasero de mi casa para escribir, leer, escuchar música o simplemente pensar y hablar por teléfono. Escucho los ruidos de la ciudad conforme veo el cielo, las macetas, las ventanas con sus protecciones y un árbol de zapote que crece en el jardín de la vecina. Suelo ir para estar solo, ya que las personas de casa interrumpen concentrarme. Hay momentos que recuerdo incansable lo que pasé, lo que viví, o que imagino lo que me gustaría hacer. Suelo normalmente sentarme en un bote de agua, y es este el punto que volvió a mi mente conforme leí a Scott Fitzgerald (es inevitable no sucumbir ante lo que escribió):
-¿puedo preguntarles, señores, por qué prefieren pasar su tiempo libre en un cuarto que, por lo que puedo ver, sólo está amueblado con escobas? Y, dado que la raza humana ha progresado hasta el punto de fabricar 17.000 sillas al día, excepto los domingos... —se interrumpió un instante. Rose y Key lo miraban boquiabiertos—. ¿Les importaría decirme —continuó Peter— por qué han decidido sentarse sobre objetos que tienen como fin el transporte de agua de un lugar a otro?

De aquí se desliga la idea de sentirse único. Soy como todos, y alguna vez alguien lo ha hecho.

NUEVE LÁGRIMAS


¿Has bebido un bolero mientras
el cigarro se sostiene entre los labios?
El sabor de la vida, el humo de tabaco
basta un respiro para impulsarlo como al llanto.

Una vez no es suficiente para amar.
Con la soledad en mi camino, atrapo
el dulce y amargo suspirar,
de volver a una ilusión de antaño.

Flor de primavera y cuerpo de fruta.
Fuiste la primera,
en donde me detuve
hasta saber que eras… y me contuve

por decir que el tiempo fue suficiente.
El viento entre el metal resuena
en mi vida como sombra de sombra,
como fuego de flama en el alma.

Hay motivos para ser triste,
pero esta noche arrullo el recuerdo
que se acerca, aligerando
la melancolía por verte.

Tú a lo lejos en lo azul de lo incierto.
Como un sueño al despertar pienso
que deseo y ansia van con tu nombre.
Ven, ven, acércate a tu hombre.

Infinito y suave van en ti
los tibios perfumes que sentí.
En lo rosa, en lo lindo,
en lo que contigo he vivido.

Por mucho que trate de esconderlo
por mis ojos destella el brillo del sentimiento.
Un instante, un momento
en que por no decirlo me arrepiento.

He querido rodar nueve lágrimas
sin que mis ojos aflijan lo que ven.
Una por una caen y caen,
rondan por mis mejillas.

Falta la presencia tuya en esta hora.
Voy perdiendo la memoria,
como si el bolsillo estuviera roto
en los silencios de ser otro.

Dentro de la angustia crece el oro,
y el valor es lo que no deseo
sino tu comprender mis grutas húmedas,
o las desconocidas cicatrices

en la piel de quien te ama.
Se apaga la llama con cada minuto de ausencia.
Eres mi oxigeno, eres mi esencia…
eres lo que ansío con demencia.

SUEÑAS




Mis caricias serán para desnudarte,
tocando tu alma, tranquila como el Levante.
Cubrirás con mi calor tu cuerpo de invierno,
y el soplo de mis labios refrescará tu verano.

Este día sin ti fue una caverna,
oscura y silenciosa cual pájaro dormido.

Sigue la luna sobre la triste noche,
sigue, con el sol del otro lado del horizonte.
Me sueñas con el olvido del despertar,
y el blanco recuerdo se irá sin cantar.

Ya cae la luna del día, el día en la noche, la noche sin ti.
Ya despierta la mujer en su cama, y su memoria huye de mí.



viernes, 21 de mayo de 2010

Lágrimas y Tinta


Blancas paredes cubren mi lecho, el lugar que me vio nacer y enfermar. Un instante antes de dormir; cuando el silencio cruza entre el sonido de los grillos; vuelvo a recordar las palabras que le dije, a ella, a quien me causara una gran risa, debido a su falta de prudencia:
Atrévete a decir que el olvido llega en cuestión de segundos. La libertad es un ideal que vive en los arrepentimientos de las almas cobardes. Enamórate, no hay problema, pero mi recuerdo perdurará.
Figuras en el aire dibujan tus palabras, diciéndome que yo era lo único que amabas, lo que buscabas al anochecer. Muéstrame el crepúsculo de mis penas, que a tu lado dejé la llave. Abre la puerta e invítame a entrar, ya dentro, enséñame a vivir, enséñame a morir, enseña lo que sólo tú sabes decir.
Venías de tan lejos que quise acogerte en mi propia casa, y así fue. Te conocí cuando el invierno golpeaba en Diciembre, y esa Navidad apareciste frente al hotel. Salí a recibirte, y, con el delgado abrigo de tu pañuelo sobre tu cuello, me preguntabas por un lugar para pasar la noche. Te respondía con las tarifas que dábamos, pero una reticencia a entrar noté en ti. Supuse que tu belleza atraía la extravagancia; no eras fea, tampoco vestías elegante. Quisiste partir, y te envolví con mi saco. “No, no, señor, no puedo aceptarlo”, decías. Pero pude convencerte con una taza de café. En el estrecho cuerpo se ceñía tu vestido, y el doblez sobre tu rodilla intensificaba su color aperlado. Jugueteabas con las zapatillas rojas, moviéndolas para ocultar el desgaste, el tacón bajo con lodo. Hablamos de las personas que, como nosotros, no tenían familias con quien pasar el día. También comentamos sobre aquellos que huyen de sus familias para evadir la cena de rigor. Sí, en mi juventud me paseaba en esa circunstancia, hasta que cambié de residencia, de país y de ciudad. Recuerdo que mencionaste Hombros y Cabeza, al escucharte, un estremecer friolento me recorrió la columna, y supe que no era el invierno, ni la temporada, fue el estremecer que acompaña la empatía. Me encantaba desde entonces Scott Fitzgerald, y por tu manera de hablar del cuento me produjo esa sensación. Accediste a dormir en una habitación, después de dos cafés la confianza había crecido.
Despertaste, apareciste en la recepción y me regresabas el saco. Sin maletas te presentaste, sin maletas te veía partir. “Señorita, señorita, ¿gusta desayuno?”, dije, alcanzándote en la tienda de cigarros al costado del hotel. “Mmmm…”, contestabas. “Ándele, la señora hace buenos platillos, y su café es mejor que el mío”. “Entonces, si es como usted lo dice, apruebo la invitación”, contestaste, envolviendo tu pañuelo azul sobre tus manos. Nunca me dijiste si la respuesta fue por mi forma de preparar el café la noche anterior, o que querías alargar plática conmigo, pero eso no importa. Entraste de nuevo, sentándote en la mesa tres del restaurant, en la misma silla de la noche anterior, colocando la pieza faltante en el molde. Percibí, al acompañarte, ese invisible verano desde tu cuerpo. El azulado pañuelo lo colocaste en tu regazo, revolviendo después tus rizos rubios, sin tinte, entre tu mano derecha. Sobre tu rostro no figuraba maquillaje más allá de la sangre en tus pómulos, y el color de tus labios me recordaban el salmón crudo. Los adornos Navideños nos rodeaban, “Creo que se deberían quitar las campanas y las Nochebuenas, ya pasó la fiesta”, comentaste. Ahondamos en ese tema: quitar los recuerdos de lo desaparecido, de lo que ya no creemos. Ninguna religión te contó entre sus filas, ningún partido político te convenció con sus mítines. Me dijiste mucho, comentabas sobre tu vida.
Buena mujer me pareciste, tal vez un poco desamparada, pero mientras comías no hacías ningún ruido al masticar, tu manejo de los cubiertos era de primer orden, y las palabras con que hablabas eran muy numerosas, algunas las escuché por primera vez de tus labios. Tu voz, entre niña y mujer, sostenía una claridad infinita. Veinte años, veinte primaveras, y diez pesos en la bolsa: la forma con que dijiste que habías llegado al hotel. Ciertamente supuse que no tendrías dinero, pero lo de la edad ni lo imaginé.
-¿A qué se dedica, señorita?
-Zola, dígame así.
-¿Cómo?
-Me disgusta la formalidad. Ya estamos entrando en confianza, y me parece acorde que sepa mi nombre: Zola Detto.
-Muy bien, señorita Zola.
-Le digo que Zola está bien.
-Zola, ¿A qué se dedica?... ¿sí lo dije bien?- te dije, y reíste cómo para entonces no te había escuchado.
Decías que partiste de Italia, cargada de dos maletas de cuero, recomendaciones escritas en tu bolso, de un tal Augusto Conte, y la dirección de una casa productora cinematográfica. Augusto había visto tu desenvoltura en el teatro, armando sentimientos y muecas a la perfección, tan correctamente como si de un Miguel Ángel haciendo esculturas se tratara. La actriz iniciaba sus gustos por el cine, dijiste. Pero a mí me parecías mas bien la Mona Lisa jugando a falsificar llanto. Seguiste explicando que las maletas se perdieron tan pronto arribó tu barco, el Apolonio, donde el montacargas sufrió los embates de la tempestad, provocando que la tormenta arrastrara tus pertenencias al mar. Lloraste, un poco, pero yo creo que ni una lágrima se asomó entre tus ojos. Empapada y con el bolso, fuiste a la casa productora. Nadie te recibió, y ni tus recomendaciones convencieron al velador para darte la dirección del dueño. Con suprema lentitud caminaste por las calles de Veracruz, encontrando una pequeña casa de huéspedes. La señora Tita te acogió como su ahijada, mostraba una placidez por tu encanto. Trabajaste ahí por seis meses, lo suficiente para venir hasta Durango, habías escuchado de la gira de ballet Ruso, y querías retomar el baile, o el teatro. Escuchaste del ballet por un viajero, el que se encargaba de las actividades culturales en esta ciudad. Con el nombre en tu mente: Fernando Terrazas, apareciste frente al teatro Ricardo Castro. Para tu sorpresa, el tal Fernando no lo conocían, y ni el ballet Ruso había conocido de ese teatro. Nuevamente, sin esperanza, volviste a tu hotel, para encontrarte con que; al entrar en la habitación; ninguna maleta estaba dentro. Preguntando a recepción, te informaron que apareciste sólo con lo que llevaste puesto: no señorita, no traía nada… es en serio, te dijo el encargado. Ahí recordaste que al bajar del autobús, e ingresar en el taxi, fue tanta tu emoción y premura por ver a Fernando, el invisible amante que te dio la bienvenida a México, que te olvidaste de tomar tus maletas, las nuevas que adquiriste con tus pocas ropas, arduamente sufragadas por el trabajo en el hostal. Reíste, y no sabías si era de rabia o desconsuelo. También soltaste una carcajada cuando me dijiste eso, y el tenedor temblaba entre tus dedos. Después optaste por caminar por la ciudad, sin rumbo fijo, sin saber para qué o por qué.
Vi tu tranquilidad; era el siguiente día de tu arribo al teatro. Ofrecerte trabajo me pareció infame, por lo que sólo te conté que yo sí conocía a personas de los teatros. Conté sobre Alba, la directora de la compañía teatral. Por esos días las funciones no eran regulares, pero sin duda podría ponerte en contacto con ella. Tres semanas después se estrenó: La Sonata de Isbelia, en el teatro Victoria. Vestías la falda marrón claro, y entintaste tu cabello a negro. Magnifica y soberana lucías, donde al término de la función, celebramos con la compañía. Bebimos vino tinto, y tu directora; Alba; se acabó la cerveza como agua. Ya en la alcoba, mencionaste lo extraño de Alba, “¿Por qué tomará cerveza en una copa de Martini?”, no supe qué contestarte, pero en la habitación; la misma en que dormiste por cuatro meses en mi hotel; nos enfrascamos en ver por la ventana. Las ondas de luz flotaban sobre la avenida de enfrente, y tu mirada se volvió hacia mí, de la forma en que; para ese entonces; no me habías visto. La mirada vidriosa, transparente y clara, me dijo que el deseo de tu cuerpo anhelaba mis brazos, darme las gracias por mis atenciones. Te abracé, besé tu frente, y me despedí cortésmente.
Ya era mediados de Abril, tus funciones se trasladaron a Francia. “No sé hablar francés”, dijiste muy preocupada, pero te alenté a ir. Habías cumplido años ese día, y las lágrimas en tus ojos fueron verdaderas. El pánico se arrinconó en mi ser, te dije que te amaba, que fueras mi esposa. El silencio en tu voz inundó la habitación, y mi pánico comenzó a crecer, devorando todo el oxigeno, acortándome el aliento. Nos amamos, y partiste al siguiente día, diciendo: “Cuando llegue, te escribo carta, dentro del sobre vendrá mi respuesta”.
Abril terminó, Mayo también, pero el siguiente invierno no me trajo ni tu carta, ni tu respuesta, tampoco tu cabello rubio.
Fue en Enero en que te vi, ahora decías llamarte Lucía Phol. Nacida en los suburbios de Berlín, lectora de Goethe, Neruda, y asidua de la corriente romántica. Tu cabello era el mismo rubio, pero ahora era más largo. Vestías a la moda, y las joyas brillaban con los destellos de tu sonrisa. Salías de la ducha, entraste en un concierto, pero no lo resistí más, dejé las palomitas y me fui al hotel.
El verano de ese año te encontré nuevamente, y te llamaste Aurora Castro. Nacida en Buenos Aires, de familia aristocrática, perteneciente a las industrias de carbón. Sonreías y cantabas, y tu canto era emotivo y eterno, mas dentro de tu alma, saliendo por tus pupilas, una tristeza embargante te servía de sombra. Desapareciste en el fondo de un avión, y el destino me era incierto.
Otras ocasiones te vi, con nombres como: Atenea, Audrey, Janice. Tu cuerpo fue cambiando, pero sobre tu imagen siempre reinaba el resplandor dorado de tu cabello. El acomodador hablaba bien de ti, y con palomitas tragaba tus diálogos. Tiempo en tiempo aparecías en imágenes, y tu fama crecía como el dolor sobre mi pecho.
De regreso en mi hotel pedía al barman descorchar alegría púrpura, y tres botellas bebía cada noche a mi regreso, en la misma habitación: treintaicuatro, que te acogió por cuatro meses. Tu respuesta no llegaba y los años continuaron pasando. El periódico anunció tu compromiso, al igual que la boda sería en Octubre. Ese Septiembre me la pasé escuchando a Sinatra, Artie Shaw, y algunas canciones de Lenny Kravitz. Sus letras evocaron los momentos que te conocía, en los instantes que vi tu marginal sonrisa de diva. Zola o Aurora, o cualquier nombre que te colocaras, eras la figura de mi sueño, y te amé tan intensamente como tú a otros en las películas.
Te presentaste en Noviembre, filmarías en Durango. Los productores se hospedaron en mi hotel, y tú con ellos. Lo sabías, que aquí iniciaste tu carrera, o al menos una parte favorable. Ni te percataste de mi presencia, el aroma de la indiferencia rondaba tu vista al posarse en mi rostro. No importaba, los años cobran el olvido.
Presentándome ante ti, pediste un platillo de enchiladas. Al llevártelas, me pasaste una nota: te espero en la habitación treintaicuatro a la media noche, me pediste. Los caracteres de tu nombre, en el trazo de tu mano, incitaron mi lujuria por amarte. Esperando, en la cama y la ventana, después de diez minutos apareciste por la puerta. La maravillosa mujer en que te convertiste me trajo tu recuerdo, el segundo en que te vi beber el primer sorbo del café que te preparé. Hablamos, por dos o más horas. El cansancio era relegado a no obscurecer nuestra conversación. Mencionaste mi nombre, la carta, y mi petición, en pocas semanas te casarías, ya que tu boda la habías pospuesto. “Te amo, pero me he enamorado de este hombre”, dijiste, después continuaste: “Pero no estoy segura… debía verte”. La obertura de bodas de Fígaro escuché de fondo mientras hablabas.
Me fui, no quise contestarte más allá de las palabras que antes mencioné. Ocultaban mis carcajadas lo que realmente sentía.
Ahora, en pocos minutos te casarás, y el tal Fonseca será tu hombre, el marido que ocupe mi lugar. No te lo mencioné, en varias ocasiones viajaba en mi juventud. Me dedicaba a rodar películas, hasta que mi fama oscureció mi nombre, tiempo en que decidí apartarme del celuloide y regresar a mi hogar. Compré el hotel, y mantengo el recuerdo de mis amigos, los que me incitaban a regresar a filmar. Hoy decidí escribir guiones, y comencé con uno. De mis lágrimas salieron letras, y de mis venas emanaba la tinta. Augusto Conte aún me escribe, pero ya no he contestado sus cartas.

jueves, 20 de mayo de 2010

TRES POEMAS A ELLA

MUDO

Entre sueños fabrico un collar de estrellas.
Te espera dentro de mi alma,
dentro del cofre que no has cerrado,
y adentro hay un lugar para ti.

Hoy jugué a verte de lejos y no hablar.
Perdí la voluntad y las consecuencias me persiguen.
Hay mucho que contar, pero nada te dije.

Subo las escaleras al cielo para entregarme.
Nazco entre un crepúsculo de promesas,
de sufrimientos no vividos.
Háblame, di que sí.
Quiéreme, y en el fin del mundo di que sí.

No me importa si las estrellas no brillan.
Mañana te veré sentada en la tarde,
recibiendo la distancia de mi cuerpo y palabras.


FRENTE AL TEATRO

Teje el mundo con los dedos de tu aguja.
Despunta suave el anillo de mi orilla.
Cambia el día, vistiéndose de tarde.

Consigue un pendiente antes de la una
para salir de noche. Ve que se hace tarde.

Desparramada sobre tu vientre luce mi palabra,
recurriendo al futuro para colgar de tu cadera.

Vestido para tu encuentro aguardo.
El teatro maquilla sus actrices con seda,
cae la hora, sube la noche.

Consigue el tiempo estimado para llegar
temprano. Ve que pasa la oscura noche.

Hay un par de limones en mi canasta,
como ese débil mundo que me acoge al verte.
Hay un vacío en mi alma entusiasta,
mientras regreso a casa para soñarte.




LINDA

Un corazón que se acaba es un latir ardiendo.
Un fuego embalsamado lucha por crecer,
y lo único que cuento es el tiempo lento.

Esclavo del sonido encuentro en mí.
Es la dicha de saber lo cierto y exacto.
Una claridad de adorar el movimiento.

Así como los ciegos no te ven, yo
no veo el día que te lo diga,
el momento que atraiga tu cuerpo bello.

Enciendo un cigarro apagando la vida,
es una reliquia inmóvil, pesada.
Pero por alma tengo carácter.

Cuando aceptes mis palabras olvidaré
las horas que contigo pasé. Yo
enfermo en delirio, por siempre te amaré.

lunes, 3 de mayo de 2010

BLANCA

Qué ven tus ojos que mi vista no encuentra.
Dónde encontrar mi cuerpo por la noche.
Hay sueños en el vórtice, y un círculo concéntrico a su lado.

¿Has escuchado el sonido de la muerte?
Diré que suena como agua en un resumidero.

¿Para qué llegar a viejo y alargar los días?
No es que extrañe verte tan seguido,
simplemente pienso en que es cierto.

Resucitación cardiopulmonar.
Pero ¿cuál maniobra es usada para quitar a los familiares,
esos que quieren controlar hasta la muerte?
Desconocen que aquello no se puede.

Son de los que pagan por terminar
una gotera por dejar mal cerrada la llave.

Llegó el paramédico-
¿por qué no llamaron al doctor?
Estaba cuidando una nieta-
Dos acciones que estas personas suelen hacer.

Hoy los vi, van al hospital, y mi abuela en la ambulancia blanca.

Vestigia Dominari

 Bienvenida sea la primavera! Se acerca un eclipse y la parsimonia en los eventos se ve en armonía. Hace 20 años (el tiempo nos ha invadido ...